Un mes que dura un siglo
Alessandro Gisotti - Ciudad del Vaticano
¿Qué es un mes en la existencia de un hombre? Si la vida fluye de forma "ordinaria", es un tiempo corto, un tramo de carretera que apenas deja huellas profundas en nuestro camino. Todo cambia si ese puñado de semanas se ve alterado por un acontecimiento que desplaza bruscamente las vías por las que discurre el tren de la historia. Eso es exactamente lo que ha ocurrido en el mes que nos separa de la noche del 23 al 24 de febrero, cuando las fuerzas armadas rusas lanzaron su ataque contra Ucrania. Sí, un mes es poco tiempo y, sin embargo, estos días, llenos de dolor, sufrimiento y angustia, parecen un siglo porque nos han devuelto dramáticamente a un siglo, el último, con la perspectiva de una nueva Guerra Fría, incluso con el miedo de una Tercera Guerra Mundial.
Pocos, hay que admitirlo, creían realmente que Vladimir Putin hubiera dado la orden de atacar, tan absurdo y descabellado parecía -también para los intereses del pueblo ruso- desencadenar una guerra en el corazón de Europa, y además en una fase histórica en la que, debido a la pandemia del Covid-19, la humanidad lucha por recuperarse. Ahora está claro que los que querían esta guerra irreflexiva e injustificada no pensaron que encontrarían una oposición tan obstinada del pueblo ucraniano al que Europa, y no sólo Europa, mira con admiración por la fuerza que está demostrando en la defensa de su libertad. Los que llevaron el horror de la guerra al Viejo Continente probablemente pensaron que en pocos días se resolvería el "asunto". De este modo, ha ignorado, una vez más, la lección de la historia, que nos recuerda trágicamente -incluso a las llamadas superpotencias- que una vez iniciada una guerra, nunca se sabe cuándo (y cómo) terminará. La única certeza es que la vida de las personas se ve alterada para siempre.
" Quien hace la guerra se olvida de la humanidad, no mira la vida concreta de las personas", dijo el Papa Francisco en uno de sus muchos y sentidos llamamientos contra este conflicto presentado falsamente como "una operación militar especial". Es precisamente así. En la perspectiva de los que hacen la guerra, Kiev, Mariúpol, Járkiv son sólo objetivos a alcanzar, piezas de un rompecabezas que hay que armar para lograr la "victoria final". Pero esto no es Risiko, no es un videojuego. La gente ha muerto realmente en este mes que cambió la historia y sigue muriendo cada día, de hecho cada hora, en estas ciudades martirizadas de Ucrania. La vida real de las personas, la vida de las familias, de los padres, de las madres y de sus hijos ha dado un vuelco para siempre. Las imágenes que llegan a diario desde Ucrania -y una vez más, en palabras del Papa, debemos agradecer a los periodistas que nos permiten "estar cerca del drama de esa población"- nos muestran la crueldad de la guerra en todo su ensañamiento. E insensatez. Nada ni nadie se salva.
¿Qué puede ser más terrible que una madre embarazada que muere con su bebé en el vientre bajo el bombardeo? "¡Todo esto es inhumano! Es más, es también sacrílego", dijo el Papa en palabras que deben sacudir la conciencia de todos, especialmente de los creyentes, "porque va contra el carácter sagrado de la vida humana, especialmente contra la vida humana indefensa". Cada día más de guerra es una derrota para la humanidad, tanto en Ucrania como en Yemen, en Siria como en Somalia y en todos los demás rincones del planeta donde la gente sufre a causa de esta abominación. Una derrota a la que el Papa Francisco -con palabras, con gestos y sobre todo con la oración- nos pide que no nos acostumbremos, animándonos a construir, con paciencia y valor, un futuro de paz y esperanza.
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