En fuga del Donbass, ahora trabaja con Cáritas en Dnipro
Svitlana Dukhovych - Ciudad del Vaticano
"Con mi mujer vivíamos en la ciudad de Severodonetsk, en la región de Luhansk. El 24 de febrero de 2022, a las seis de la mañana, nos despertamos porque sonaban nuestros teléfonos móviles: nuestros padres nos llamaron y, casi gritando, nos dijeron: '¿Seguís durmiendo? ¿No sabéis que ha empezado la guerra? Han bombardeado Kiev'". Dmytro recuerda bien ese día, como todos los ucranianos: el día de la invasión a gran escala por parte de Rusia, el día que dividió sus vidas en un "antes" y un "después".
El trabajo con Cáritas Donetsk
Desde 2019 hasta aquella trágica mañana, Dmytro trabajó para Cáritas Donetsk, en Rubizhne, una pequeña localidad cercana a Severodonetsk. Junto a otros trabajadores, prestaba ayuda humanitaria a los residentes de lugares situados a lo largo de la línea de demarcación que en las regiones de Donetsk y Luhansk pasaba entre las zonas controladas por Ucrania y los territorios ocupados por el ejército ruso y las milicias separatistas, tras la guerra que comenzó en 2014.
Trabajo con desplazados
Tras abandonar Severodonetsk, Dmytro y su esposa se instalaron en Dnipro, donde Cáritas Donetsk había trasladado su sede en 2014. Allí se pusieron a trabajar de inmediato para acoger a una gran oleada de desplazados que huían de los combates. Aunque Dnipro, que es la capital de la región de Dnipropetrovsk, es más segura que, por ejemplo, Kharkiv o Zaporizhzhia, más cercanas a la frontera rusa, el peligro también existe aquí. Los ciudadanos lo experimentaron de primera mano el 14 de enero, cuando un misil ruso alcanzó un edificio de apartamentos, dejando unos 50 muertos y decenas de heridos, entre ellos varios niños.
"Las alarmas antiaéreas son psicológicamente opresivas. Estás constantemente en vilo, no puedes planear nada con antelación: ni una mudanza corta, ni un viaje. En cuanto planeas algo, a lo mejor te pones en marcha y en cambio empieza a sonar la alarma, así que no sabes si va a venir un cohete o no", explica Dmytro, hablando de la vida en la ciudad. Dmytro tiene 30 años y, aunque es joven, no le resultó fácil dejar su ciudad natal: "Es difícil... Tienes la sensación de que te han arrancado de tu tierra natal, siempre te falta algo, no estás donde debes estar, no sabes dónde estás, te encuentras en una encrucijada. Siempre había vivido en mi pueblo o en ciudades cercanas y un día, de repente, tuve que dejarlo todo, sin ninguna preparación, sin poder llevarme nada, salvo los documentos y algunos ahorros".
Fe y responsabilidad
Lo que ayuda a Dmytro a superar las dificultades y distraerse de la incesante tristeza es su "sentido de la responsabilidad por los demás", "el saber que hay quienes me necesitan". "En Ucrania decimos que cada uno hace su parte. Ahora estamos en Dnipro, trabajamos en Cáritas y, en cierto modo, esa es nuestra tarea, porque si no estuviéramos nosotros, ¿quién ayudaría a toda esa gente? Además, y esto es lo más importante, nos ayudan nuestra fe en Dios, las liturgias semanales, la confesión y el apoyo espiritual de los sacerdotes".
Madre Olha
Junto a Dmytro está ahora también su madre Olha. Fue ella quien lo llamó por teléfono aquella mañana del 24 de febrero para darle la terrible noticia. Ella, su marido y su hijo de 12 años vivían en un pequeño pueblo cerca de Bakhmut, en la región de Donetsk. "Aquella mañana -recuerda la mujer- tuve que despertar a nuestro hijo para llevarlo a una ciudad del centro de Ucrania a jugar un partido de fútbol. Al encender la televisión, oímos la noticia". Olha tiene seis hijos y en ese momento sólo había uno con ella. Los llamó a todos y empezó a hacer las maletas. Había mucho miedo y pánico", dice Olha, "porque no sabíamos por dónde empezar, qué meter en el equipaje. Estaba preocupada por todos los niños, por cada uno de ellos". Ahora toda la familia de Olha -algunos niños ya con esposas y descendencia- se ha trasladado a Dnipro. Su marido, el segundo día de la guerra, se alistó en el ejército ucraniano.
Peligro continuo
Olha también trabaja en Cáritas Donetsk, como asistente social. Aunque ha pasado un año, no se acostumbra a vivir pensando en el peligro constante. "Cuando suena la alarma antiaérea por la noche, hay miedo, me preocupo por los niños y también por mi padre, que tiene ochenta años y vive con nosotros en el apartamento". Muchos pensamientos se agolpan en su cabeza: "Si un cohete impacta en este edificio, ¿cuántos escombros caerán sobre nosotros? ¿Cuánto tardarán en encontrarnos? Habíamos vivido toda la vida en nuestro pueblo y nos había resultado un poco más fácil. Ahora vivimos en el quinto piso y estamos tensos y preocupados. Pero intento no mostrar esta ansiedad a los niños y a mi padre: de alguna manera, con la ayuda de Dios, intentamos resistir esta situación".
Gracias a María
Es precisamente el componente espiritual el que ayuda a la gente a mantener viva la esperanza. "En nuestro pueblo hay una capilla dedicada a la Virgen María, se construyó después de que empezara la guerra en 2014", dice Olha, conteniendo a duras penas las lágrimas. "Todos los días doy gracias a la Madre de Dios por su consuelo, también porque protege a nuestros muchachos que están en la guerra, a los muchos heridos y a los encarcelados. Es la Virgen quien me sostiene".
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