Rohingya, la persecución olvidada de un pueblo sin derechos
Paola Simonetti – Ciudad del Vaticano
El sueño es poder volver a casa, al Estado de Rakhine, en Myanmar, país para el que el Papa en el Ángelus del domingo 11 de febrero volvió a hacer un llamamiento por la paz. Un regreso que es una quimera para los Rohingya: tras el genocidio del 2017, se vieron obligados a una huida desesperada sin la certeza de poder volver a ver su patria.
Confinados sin libertad
Los campos de refugiados de Cox's Bazar (Bangladés), entre los más grandes del mundo, los han acogido sin garantizarles un hogar digno, seguridad real y la posibilidad de vivir libremente. Cerca de un millón de refugiados Rohingya residen allí, la mitad de los cuales, quinientos mil, son niños cuyas inhumanas condiciones de vida les privan de educación, libertad de juego y movimiento, hasta el punto de caer en la depresión.
Un contexto, el de los campos, también sometido a las continuas catástrofes ligadas a calamidades naturales, que ponen continuamente en peligro la estabilidad de los frágiles refugios. "En los campos, estas personas pierden toda esperanza de un futuro mejor", explica Sultana Begum, responsable regional de política humanitaria de Save the Children en Asia, "no hay acceso al trabajo ni a la educación y las familias están constantemente expuestas a la propagación de enfermedades".
Un pueblo sin identidad ni ciudadanía
Los refugiados Rohingya se encuentran entre los más frágiles del mundo, porque se ven penalizados por su condición de apátridas: "No tienen pasaporte, están desplazados en una región donde la mayoría de los gobiernos de la zona no reconocen a los refugiados", añade Sultana Begum, "lo que significa que no tienen obligación legal de prestarles ayuda. A menudo son tratados como inmigrantes y detenidos o deportados por delitos relacionados con la inmigración".
El olvido de la comunidad internacional
Ausente de las mesas de debate de los gobiernos del mundo, la difícil situación de estos refugiados sigue siendo invisible en el panorama internacional: "Lamentablemente, ya no se habla de la situación de los Rohingya", añade Sultana Begum, y subraya que parte de la salida a la crisis pasa por una solución política en Myanmar.
Aunque "Bangladés ha puesto en marcha una acogida extraordinaria", concluye la responsable regional de política humanitaria de Save the Children en Asia, "es un país pobre y otros países deben asumir más responsabilidad y apoyar a Bangladés mediante ayuda humanitaria".
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