Fe, unidad y acción: Llamamiento para poner fin a la violencia sexual
Por Francesca Merlo
Las historias en torno a la violencia sexual relacionada con los conflictos (VSRC) y la violencia sexual y de género (VSG) no se limitan a una sola zona del mundo. Dondequiera que vayas, dondequiera que haya o haya habido un conflicto, hay víctimas de violencia sexual. Sin embargo, «la VSG no es un aspecto inevitable de la guerra».
Así se afirmó el miércoles 6 en un simposio organizado por la Embajada británica ante la Santa Sede y el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Ponentes, representantes y supervivientes se reunieron para debatir el tema «Abordar la violencia sexual relacionada con los conflictos a través de la educación: Un enfoque basado en la fe».
El JRS y el gobierno británico son dos de las muchas entidades que trabajan incansablemente para entender y encontrar soluciones a este atroz crimen, tanto a nivel gubernamental, como de base.
Muchas más de estas organizaciones e instituciones, junto con supervivientes, estuvieron presentes en Roma el miércoles 6 de noviembre, compartiendo experiencias e ideas antes de ser llamados a la acción en un poderoso discurso de Daniela Alba, superviviente de la violencia sexual y de género.
Todas estas organizaciones, y otras más, firmaron la Declaración de Humanidad de Líderes de Fe y Líderes de Creencia, una declaración colectiva que afirma la dignidad inherente de las supervivientes y de los niños nacidos de este tipo de violencia, al tiempo que se compromete a emprender acciones preventivas y reparadoras.
El Hermano Michael Schöpf, SJ, inauguró el simposio abordando lo que es efectivamente uno de los aspectos peligrosos de la VCMN: que «se ha establecido una cultura de impunidad». Advirtió de que en esta cultura se protege a los agresores y se desatiende a las víctimas, e hizo un llamamiento a la unidad internacional.
A continuación, el embajador británico Chris Trott hizo hincapié en la importancia de los programas de educación y prevención, especialmente para los jóvenes, y citó la Declaración de la Humanidad de 2019, que, subrayó, subraya el compromiso de las comunidades religiosas para acabar con el estigma y apoyar a las supervivientes.
Testimonios desde el frente: Sudán del Sur y la RDC
Los asistentes al simposio escucharon dos testimonios procedentes de dos zonas del mundo en las que la violencia sexual y de género está profundamente arraigada en la vida cotidiana. La Hna. Elena Balatti, misionera comboniana en Sudán del Sur, compartió su visión sobre el preocupante aumento de la violencia sexual y de género en las zonas de conflicto, mientras que Victor Setibo, de la República Democrática del Congo (RDC), ofreció un relato aleccionador de las condiciones en su país, donde trabaja como director nacional del JRS, y donde la violencia sexual y de género se ha convertido en un arma de guerra demasiado común.
«Se trata de una violencia atroz que los seres humanos podemos infligirnos los unos a los otros», dijo la Hna. Balatti. Admitió que le atormentaban las imágenes de mujeres que sufrían horribles abusos antes de ser asesinadas. «Me gustaría ser optimista, pero aún queda mucho por hacer», afirmó. Destacó que la violencia sexual y de género no sólo afecta a las mujeres, sino también a los hombres y los niños, y que se utiliza como arma para desmoralizar a comunidades enteras. «No debemos ser tímidos a la hora de presentar los valores que nos enseña el Evangelio», instó, haciendo un llamamiento a los líderes religiosos para que inspiren la acción moral.
Describiendo la RDC como «la capital de la violación, la tortura y la mutilación», Victor Setibo destacó que con más de 7 millones de personas desplazadas, la violencia se ha convertido en una trágica norma en el este de la RDC. Allí, la violencia sexual ha dejado profundas cicatrices físicas y psicológicas, y una de cada diez mujeres entre las poblaciones desplazadas afirma haber sido víctima de violencia sexual. Instó al mundo a tomar medidas, no sólo para castigar a los autores, sino para cambiar la narrativa que hace posible este tipo de violencia. Describió el impacto complejo y de por vida en las supervivientes, que a menudo se enfrentan al rechazo de sus familias y comunidades. «Hay que poner fin a estos crímenes inaceptables contra la dignidad de las mujeres», subrayó, señalando que, por desgracia, el sistema judicial de la RDC carece tanto de recursos como de determinación, lo que a menudo deja a las supervivientes con pocos recursos, si es que tienen alguno.
La llamada a la acción de un superviviente
Una de las voces más impactantes del evento fue la de Daniela Alba, superviviente de la violencia sexual y de género (VSG). Se presentó ante el simposio como la voz de todas las mujeres que sufren. Habló de las atrocidades que se siguen cometiendo, y en particular de las mujeres, sus «hermanas» en el norte de Gaza. «En mi lengua materna de Muysc Cubun: Chibo Isa: Buenos días a todos».
«Todos somos creados por igual y amados por el Creador», dijo Alba, que invitó a los presentes a “mirar más allá de nuestras cicatrices”.Como superviviente, compartió la importancia de la atención colectiva en su propio periplo de 15 años de abusos y, después, en sus 11 años de camino hacia la curación, un privilegio que ahora ve como una responsabilidad para actuar.
«El conflicto es la vía más atroz para la violencia sexual y de género, pero las formas sistémicas de abuso están arraigadas en nuestras sociedades», afirmó Alba. Como mujer indígena de Colombia, Alba hizo un llamamiento a múltiples sectores para que participen en una comunidad de práctica comprometida con la erradicación de este delito.
A los gobiernos, les pidió políticas de tolerancia cero y acceso a la justicia para las supervivientes. A los organismos humanitarios, pidió proyectos multisectoriales que atiendan las necesidades físicas, psicológicas y médicas de las supervivientes y promuevan la igualdad de género. A los educadores, destacó la importancia de formar a las generaciones futuras para que reconozcan y combatan la violencia sexual y de género. Los líderes religiosos, dijo, deben crear espacios seguros para las supervivientes y cuestionar las narrativas que culpabilizan a las víctimas. Alba también instó a los periodistas a respetar las normas éticas, pidiéndoles que informen sobre el cambio sistémico en lugar de sensacionalizar y fetichizar las historias de las supervivientes.
«Un mundo sin violencia sexual y de género sólo es posible cuando actuamos conscientemente y con convicción para unirnos en nombre de la fraternidad colectiva y de la humanidad compartida», dijo.
Daniela Alba cerró su discurso con un mensaje a sus compañeras supervivientes. Se podría haber oído caer un alfiler. Disimulando el temblor de su voz con fuerza y poder, les animó a «arrojar luz sobre la oscuridad arrojada contra nosotras» y a recordar que «nuestros cuerpos siguen siendo sagrados». Alba expresó su solidaridad con todos aquellos que no pueden hablar, incluidas las víctimas de Sudán, Congo, Myanmar, Haití, Palestina, Irán, Colombia, Afganistán y las comunidades indígenas de todo el mundo.Expresó su gratitud a quienes han apoyado su curación y pidió a los asistentes que se unieran a la lucha contra la violencia sexual y de género, especialmente como herramienta de guerra.
«Si Dios es amor», concluyó, “que siempre lo veamos y lo sintamos”.
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