Francisco: quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es mentiroso
Adriana Masotti - Ciudad del Vaticano
La primera lectura de hoy, tomada de la Primera Carta de San Juan Apóstol, gira enteramente en torno al tema del amor y es sobre este tema que el Papa Francisco invita a la reflexión en su homilía de la misa matutina en la Casa Santa Marta. El apóstol, dice, comprendió lo que es el amor, lo experimentó, y entrando en el corazón de Jesús, comprendió cómo se manifestaba. En su Carta, entonces, nos dice cómo amamos y cómo hemos sido amados.
Dios nos amó primero
Hay dos afirmaciones que el Papa define como "claras". La primera es el fundamento del amor: "Amamos a Dios porque Él nos ha amado primero". El principio del amor viene de Él. "Yo empiezo a amar, o puedo empezar a amar - dice el Papa - porque sé que Él me ha amado primero". Y continúa: "Si no nos hubiera amado, ciertamente no podríamos amar". Francisco da entonces un ejemplo:
Si un recién nacido, de pocos días, pudiera hablar, seguramente explicaría esta realidad: "Me siento amado por los padres". Y lo que los padres hacen con el niño es lo que Dios hizo con nosotros: nos amó primero. Y esto hace nacer y hace crecer nuestra capacidad de amar. Esta es una clara definición de amor: podemos amar a Dios porque Él nos amó primero.
Quien dice que ama a Dios pero odia al hermano, miente
La segunda cosa que el Apóstol dice "sin medias palabras" es ésta: "Si alguno dice: 'Yo amo a Dios' y odia a su hermano, es un mentiroso". El Papa señala que Juan no dice que es un "mal educado", o "uno que se equivoca", dice "mentiroso" y también nosotros debemos aprender esto:
Yo amo a Dios, rezo, entro en éxtasis... y luego descarto a los demás, los odio o no los amo, simplemente, o soy indiferente a los demás... No dice: "te equivocaste", dice "eres un mentiroso". Y esta palabra de la Biblia es clara, porque ser un mentiroso es la forma de ser del diablo: es el Gran Mentiroso, nos dice el Nuevo Testamento, es el padre de la mentira. Esta es la definición de Satanás que nos da la Biblia. Y si dices que amas a Dios y odias a tu hermano, estás del otro lado: eres un mentiroso. No hay concesiones en esto.
Muchos pueden encontrar justificaciones para no amar, algunos pueden decir " Yo no odio, Padre, pero hay muchas personas que me hieren o que no puedo aceptar porque son maleducadas o groseras". Y el Papa comenta subrayando la concreción del amor indicada por Juan cuando escribe: "Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Y afirma: "Si no eres capaz de amar a las personas, desde las más cercanas hasta las más lejanas, no puedes decirnos que amas a Dios: eres un mentiroso".
El amor es concreto y cotidiano
Pero no sólo existe el sentimiento de odio, sino que también puede existir la voluntad de no "entrometerse" en las cosas de los demás. Pero esto no es bueno, porque el amor "se expresa haciendo el bien":
Si una persona dice: "Yo, para estar bien limpio, sólo bebo agua destilada":¡morirás!, porque eso no sirve para la vida. El verdadero amor no es agua destilada: es el agua de todos los días, con los problemas, con los afectos, con los amores y con los odios, pero es esto. Amar la concreción, el amor concreto: no es un amor de laboratorio. Esto nos enseña, el Apóstol, con estas definiciones tan claras. Pero hay una forma de no amar a Dios y de no amar al prójimo un poco escondida, que es la indiferencia. "No, no quiero eso: quiero agua destilada. No me meto en los problemas de los demás". Tú debes, para ayudar, para rezar.
El Papa Francisco cita a continuación una expresión de San Alberto Hurtado que decía: "No hacer el mal es bueno; pero no hacer el bien, es malo". El verdadero amor "debe llevar a hacer el bien (...), a ensuciarte las manos en las obras de amor".
A través del camino de la fe conquistamos el mundo
No es fácil, pero a través del camino de la fe existe la posibilidad de superar el mundo, la mentalidad del mundo "que nos impide amar". Este es el camino, dice de nuevo el Papa, "aquí no entran los indiferentes, los que se lavan las manos de los problemas, los que no quieren inmiscuirse en los problemas para ayudar, para hacer el bien; no entran los falsos místicos, los de corazón destilado como el agua, que dicen que aman a Dios pero prescinden de amar al prójimo", y concluye: "Que el Señor nos enseñe estas verdades: la certeza de haber sido amados primero y la valentía de amar a los hermanos".
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