Que el camino hacia la unidad visible continúe cada día, el Papa a Delegación de la Iglesia de Escocia
De María Cecilia Mutual
Agradeciendo al Señor “por el gran don de haber podido vivir este año como verdaderos hermanos, no más como rivales” el Papa Francisco recibió en la mañana del 26 de octubre en el Vaticano a una Delegación de la Iglesia de Escocia encabezada su Moderador, el Rev. Doctor Derek Browning.
En su discurso el Pontífice recordó el camino ecuménico emprendido, que permitió la intensificación de la comprensión, de la confianza y de la colaboración concreta” entre las Iglesias.
Recordando cómo por tanto tiempo se alimentaron sospechas con la perspectiva dirigida a las diferencias y a las equivocaciones” Francisco destacó como hoy, en el espíritu del Evangelio, se continúa “por el camino de la caridad humilde que lleva a la superación de las divisiones y a la curación de las heridas”.
El Obispo de Roma dirigió un pensamiento especial a los “cristianos que hoy enfrentan grandes pruebas, porque sufren y son perseguidos por el nombre de Jesús”. Su testimonio, señaló, nos impone que vayamos adelante, con amor y coraje, hasta el final: “Nuestro diálogo tendiente a la plena unidad, nuestro testimonio y nuestro servicio común son respuestas debidas también a ellos, dentro de este grande ‘nosotros’ de la fe”.
El Santo Padre recordó asimismo que la Iglesia Católica, a través de la tarea del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, “lleva adelante desde hace decenios una fecunda colaboración con la Iglesia de Escocia y con la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas y desea continuar a avanzar juntos”.
Y agradeciéndoles por su presencia y en el camino ecuménico, el Papa pidió al Espíritu Santo para que refuerce esta comunión en Jesucristo, “para la gloria de Dios Padre”.
Discurso completo del Papa a la Delegación de la Iglesia de Escocia
Querido hermano Moderador,
queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Los recibo con alegría y agradezco al Moderador por su significativa intervención y también nuestro encuentro. Vuestra presencia me ofrece la ocasión de transmitir mis afectuosos saludos a todos los miembros de la Iglesia de Escocia.
Este encuentro tiene lugar en proximidad del quinto centenario de la Reforma, a cuya conmemoración me uní un año atrás en Lund. Agradezcamos al Señor por el gran don de haber podido vivir este año como verdaderos hermanos, no más como rivales, después de demasiados siglos de ajenidad y conflicto. Esto ha sido posible, por gracia de Dios, por el camino ecuménico, que permitió la intensificación de la comprensión, de la confianza y de la colaboración concreta entre nosotros. La reciproca purificación de la memoria es uno de los frutos más significativos de este camino que nos acomuna. Si es verdad que el pasado en sí es inalterable, es también verdad que hoy nos comprendemos finalmente a partir de la mirada de Dios sobre nosotros: somos en primer lugar sus hijos, renacidos en Cristo en el mismo Bautismo, y por eso hermanos. Por tanto tiempo nos hemos observado a distancia con una mirada “demasiado humana”, alimentando sospechas con la perspectiva dirigida a las diferencias y a las equivocaciones y el corazón predispuesto a recriminar acerca de los agravios sufridos.
Precisamente en Escocia, en Edimburgo, más de cien años atrás, unos misioneros cristianos tuvieron el coraje de volver a proponer con renovado impulso la sentida voluntad de Jesús de que “somos una sola cosa para que el mundo crea” (Jn 17,21). Habían comprendido que el anuncio y la misión no son plenamente creíbles si no están acompañados por la unidad. Esto es siempre verdadero, ahora como entonces.
He sabido que en el emblema de la Iglesia de Escocia está representada la zarza ardiente, ante la cual Moisés tuvo la experiencia de Dios viviente. Me impresiona el hecho que en este fundamental texto bíblico el Señor se define, con un nombre que durará en los siglos, “Dios de sus antepasados” (Ex 3, 15). De tal manera, Él nos llama también a nosotros a entrar, como hijos y hermanos, en una historia de relaciones que nos precede, a recibir la vida de fe no de modo aislado y abstracto, sino en el ámbito de una comunidad concreta, de un “nosotros”, porque nadie se vuelve cristiano por sí mismo y nadie puede vivir como cristiano sin los demás. Pertenecemos a la familia de los creyentes, de tantos hermanos y hermanas que han comenzado a caminar en una vida nueva en el Bautismo (cfr. Ro 6,4) y nos acompañan en el mismo camino.
Pienso en particular en los cristianos que hoy enfrentan grandes pruebas, porque sufren y son perseguidos por el nombre de Jesús. Confiesan la fe, llegan al martirio, son tantos los que llevan una cruz pesada. Su testimonio nos impone que vayamos adelante, con amor y coraje, hasta el final. Nuestro diálogo tendiente a la plena unidad, nuestro testimonio y nuestro servicio común, nuestro compromiso en rezar los unos por los otros y a superar las heridas del pasado son respuestas debidas también a ellos, dentro de este grande “nosotros” de la fe.
Rezo y espero que el camino hacia la unidad visible continúe cada día y traiga ricos frutos en el futuro, como sucedió en el pasado reciente. La Iglesia Católica, que en particular a través del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, lleva adelante desde hace decenios una fecunda colaboración con la Iglesia de Escocia y con la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas, desea continuar a avanzar juntos.
Con gratitud por vuestra presencia aquí y en el camino ecuménico, pido al Espíritu Santo que refuerce nuestra comunión en Jesucristo, para la gloria de Dios Padre. Y a Él podemos dirigirnos juntos en la oración los unos por los otros, Padre Nuestro…
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