Ejercicios espirituales del Papa y la Curia: “Poner nuestra sed en Dios”
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
El sacerdote portugués José Tolentino de Mendonça – llamado hasta el próximo 23 de febrero a predicar los Ejercicios espirituales en los que participa el Papa Francisco junto a los demás miembros de la Curia Romana – en la Casa del “Divino Maestro” de Ariccia, no muy lejos de Roma – ha elegido el tema del “elogio de la sed”.
En efecto, tal como él mismo lo explicó en una reciente publicación, se trata de un tema bíblico, que ha sido elaborado muchas veces por la tradición cristiana, y que es, al mismo tiempo, un “mapa real y sumamente concreto, que nos ayuda a mantenernos sintonizados con la vida diaria”, puesto que – como dijo – siente interés, sobre todo, por una espiritualidad de la vida cotidiana”.
Asimismo afirmó que para el sacerdote el corazón “es un ilimitado depósito de sed”: sed de amor, de verdad, de reconocimiento, de razones de vivir, de justicia y de infinito, sin olvidar que “Jesús se identificó con los sedientos, mientras que una de sus últimas palabras en la cruz fue: ‘Tengo sed’. De modo que la sed llega a ser así una hermenéutica necesaria, no sólo para alcanzar el corazón humano, sino también para comprender el misterio de Dios”.
De la misma manera explicó que aun trabajando desde hace tantos años en la Universidad Católica de Lisboa – donde actualmente es vicerrector, además de ser consultor del Consejo Pontificio para la Cultura – se siente un “pobre sacerdote, un sacerdote de la calle”, a quien el Santo Padre le pidió su colaboración para estos Ejercicios espirituales de Cuaresma también para “compartir su pobreza”.
La promesa de Dios frente a la insuficiencia humana
La última frase que pronunció Jesús en según el libro del Apocalipsis es una invitación: “El que tenga sed, venga”. A partir de aquí el predicador José Tolentino desarrolló su reflexión para guiar a los participantes a comprender los contornos de esa “abundancia”, de esa “gratuidad” de vida que el Hijo de Dios ofrece al hombre y a evaluar su respuesta hoy.
Sí, porque como explicó, Jesús promete saciar nuestra sed reconociendo que somos “incompletos y en construcción”; puesto que Él sabe “cuántos obstáculos nos frenan” y cuántas “derivas nos atrasan”. Estamos “tan cerca de la fuente – dijo – y vamos tan lejos”. A la vez que, en el deseo y en la sed se encuentran dos sentimientos contrastantes: la atracción y la distancia, el entusiasmo y la vigilancia. De modo que la pregunta que hay que hacerse es si deseamos a Dios, si sabemos reconocer nuestra sed y si nos tomamos el tiempo para descifrarla.
No es fácil reconocer la sed de Dios
A partir de estos interrogantes, el predicador entró en un recorrido que fue desde la Biblia, hasta los textos del dramaturgo Ionesco, pasando por las páginas del Principito de Saint-Exupéry, para poner de manifiesto los perfiles efectivos de la sed como necesidad física, como reconocimiento de nuestros límites y de nuestra extrema vulnerabilidad.
“La sed nos priva del respiro, nos agota, nos extenúa. Nos deja sedientos y sin fuerzas para reaccionar – afirmó – y nos lleva al límite extremo”. Por esta razón – prosiguió – se comprende que no sea fácil exponerse a la sed”. Y si tuviéramos que relatar la parábola de nuestra sed, quizá surgiría el protagonista masculino de “La sed y el hambre” de Ionesco. En efecto, se trata de una figura devorada por un “infinito vacío”, una inquietud que parece que no se puede aplacar y que lo transforma en “un hombre sin raíces, ni casa, incapaz de crear vínculos, perdido en el vacío del laberinto en el que sólo escucha el rumor solitario de sus propios pasos”.
El consumismo espiritual del hombre de hoy
He aquí la sed del hombre de hoy. Una sed que – tal como explicó el predicador – “se trasmuta en la desafección con respecto a lo que es esencial, en una incapacidad de discernimiento”. Porque el consumismo hoy no es sólo material, sino también espiritual, y “lo que se dice de uno, ayuda a comprender al otro”. Mientras que el hecho es que nuestras sociedades – que “imponen el consumo como criterio de felicidad – transforman el deseo en una trampa”. En efecto, cada vez que pensamos en apagar nuestra sede en una “vidriera”, en una “compra”, en un “objeto”, su posesión comporta su devaluación y esto hace crecer en nosotros el vacío. Porque el objeto de nuestro deseo es “un ente ausente”, es un “objeto que siempre falta”. Y sin embargo – añadió – “el Señor no deja de decirnos: ‘El que tenga sed, vega; quien lo desea, beba gratuitamente el agua de la vida’”.
Poner nuestra sed en Dios
Hay muchos “modos de engañar las necesidades y de adoptar una actitud de evasión espiritual – concluyó diciendo el padre José Tolentino – sin tomar conciencia jamás de que estamos en fuga”: “Aducimos sofisticadas razones de rentabilidad y de eficacia”, sustituyendo con ellas “la auscultación profunda de nuestro espacio interior y el discernimiento de nuestra sed”.
Y dado que “no existen las píldoras que resuelvan mecánicamente nuestros problemas”, el padre José Tolentino invitó al concluir, a ralentizar “nuestro paso”, a “tomar conciencia de nuestras necesidades”. Sentémonos a la mesa de la fe, no por razones materiales o económicas – dijo – sino “por razones de vida”. La sed de “relaciones, de aceptación y de amor” está presente en todo ser humano, es un patrimonio “biográfico” que estamos llamados a reconocer y del que debemos dar gracias. No es algo banal, y entonces “pongamos en Dios nuestra sed”.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí