La paz y los jóvenes, dos desafíos de los maronitas
Patricia Ynestroza - Ciudad del Vaticano
Al mediodía el Pontífice recibió a 45 miembros de la Comunidad del Pontificio Colegio Maronita en Roma, que este año celebran su décimo aniversario de la aprobación del nuevo Estatuto del Colegio. Ocasión que el Papa aprovechó para recordar la historia y profundizar las raíces de la Iglesia católica maronita.
Hace algunos días celebraron la fiesta de su fundador, san Marón, quien se dedicó a aquella forma de vida monacal que no se conforma de una fe moderada y discreta, sino que advierte la necesidad de ir más allá, de amar con todo el corazón. Vidas pobres a los ojos del mundo, señaló el Papa, pero valiosas para Dios y los demás.
En estos años, ustedes, les dijo, ayudados por la formación espiritual, el estudio, por la vida comunitaria, tuvieron la gracia reforzar vuestros corazones, siguiendo el ejemplo de sus padres y madres en la fe, creando anticuerpos contra la mundanidad y la mediocridad. El Papa advirtió a la comunidad que existe el riesgo de verse absorbidos por la cultura de lo provisional y de la apariencia. Sin embargo, estos años, han sido para la comunidad años de ejercicio en el “gimnasio romano”, donde con la ayuda de Dios y de quien les acompaña en el camino puedan consolidar las bases, sobre todo las de una disciplina espiritual indispensable, que se funda en las columnas de la oración y del trabajo interior.
Una oración litúrgica y personal en la cual no sólo se celebren los ritos, sino que lleva la vida ante el Señor, y el Señor dentro de la vida misma. Un trabajo interior paciente que, abierto a la confrontación, ayudado por el estudio y fortalecido por el compromiso logra un discernimiento que reconozca las tentaciones y desenmascara las falsedades, para vivir el ministerio en la más grande libertad, sin duplicidad ni pretensiones.
El enriquecimiento humano, intelectual y espiritual que recibieron estos años, no son un premio para Ustedes, les dijo el Santo Padre, y mucho menos un bien que sirva para aprovecharlo en sus propias carreras profesionales, sino que es un tesoro destinado a los fieles que les esperan en sus Eparquías y a quienes ustedes donarán sus vidas. Ustedes no serán llamados para ejercer un encargo, sino para vivir una misión sin ahorrarse, sin cálculos y sin límites de disponibilidad.
Tendrán la necesidad de escuchar a la gente, en efecto, les afirmó el Pontífice, Dios les confirmará esta misión a través de la vida de los fieles, a través de tantos encuentros y sorpresas. Y como Pastores en estrecho contacto con su rebaño, podrán saborear la alegría genuina cuando se arrodillarán ante ellos, haciendo vuestras sus alegrías y sus sufrimientos, y al concluir cada jornada podrán contarle al Señor el amor que han recibido y donado.
Y es que están llamados a vivir en tiempos con sufrimientos y peligros, pero con tantas esperanzas. El pueblo que se les ha confiado está desorientado debido a la inestabilidad que por desgracia alcanza a Oriente Medio. Este pueblo buscará pastores que lleven en sus labios la palabra de Jesús, con sus manos listas para secar lágrimas y acariciar rostros sufrientes, pastores que se olvidarán de sí mismos, y de sus propios intereses, que no se desanimarán jamás, porque traen consigo cada día el Pan Eucarístico, la dulce fuerza del amor que llena, Pastores que no tienen miedo de “dejarse comer” por la gente, como panes buenos ofrecidos a los hermanos. Antes las diversas necesidades pueden venir tentaciones de actuar según las reglas del mundo, buscando a quien es más fuerte en vez de encontrar al más débil, al sentir estas tentaciones, el Papa les dijo que regresen a sus raíces, a Jesús cuando rechazó el éxito y la gloria, el dinero, porque el único tesoro que orientaba su vida era la voluntad del Padre.
Al final de su discurso a la comunidad Maronita, el Santo Padre compartió con ellos dos deseos, pensando en su valioso ministerio, el primero dijo es la paz: hoy día la fraternidad y la integración representan desafíos urgentes, que no se pueden posponer, el Líbano tiene una especial vocación de paz que debe cumplir en el mundo. Ayudados por vuestros conocimientos, trabajen para asegurar que el Líbano siempre pueda corresponder "a su vocación de ser una luz para los pueblos de la región y un signo de la paz que proviene de Dios" (JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica, una nueva esperanza para Líbano, 125).
El segundo deseo del Papa hacia la comunidad es sobre los jóvenes, como Iglesia, queremos tenerlos cada vez más en el corazón, para acompañarlos con confianza y paciencia, dedicándoles tiempo y escucha. Los jóvenes, dijo por último el Papa Francisco, son la promesa del futuro, la inversión más seria para vuestro ministerio. El Papa Benedicto al encontrarlos les dijo: «Jóvenes del Líbano, sean acogedores y abiertos, como Cristo os pide y como os lo enseña vuestro País» (Encuentro con los jóvenes, 15 de septiembre del 2012). Les encomiendo a Ustedes la misión de ayudarles a abrir el corazón al bien, para que experimenten la alegría de acoger al Señor en sus vidas.
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