Papa a maestros del Trabajo: El trabajo es la vocación dada por Dios al hombre
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
En la mañana del 15 de junio de 2018 el Papa Francisco recibió a los 600 participantes del Congreso Nacional de la Federación Italiana de Maestros del Trabajo. Durante su discurso, el Papa ha destacado la importancia de su contribución en el país, la cual ha llevado “al crecimiento de un contexto social más inclusivo y digno para todos” aseguró, puntualizando que esta Federación “representa un ejemplo de compromiso y servicio para el bien común”.
“El trabajo, está en el corazón de la misma vocación dada por Dios al hombre” - dijo el Papa a los participantes - “para prolongar su acción creativa y realizar, a través de su libre iniciativa y su juicio, un dominio sobre otras criaturas”. Dominio – especificó – “que no se traduce en una esclavitud despótica, sino en armonía y respeto”.
No ser indiferentes al sufrimiento de tantas personas
Un discurso en el que el Santo Padre - por un lado expresó - que “estamos llamados a contemplar la belleza de este plan divino”, el cual se basa en la concordia, entre los seres humanos y entre los otros seres vivos y la naturaleza - y por otro pidió - que la debilidad y el sufrimiento de tantas personas “no nos deje nunca pasivos o indiferentes” sino que podamos ser cada vez más capaces de “reconocerlo en los rostros de los hermanos, para tratar de aliviarlos”. En este sentido, Francisco solicitó también “ser cada vez más solícitos al tratar de hacer, a quienes la han perdido, la esperanza que necesita para vivir” de hecho, aseguró, es la esperanza es el primer derecho humano: “El derecho a la esperanza, esa esperanza eliminada hoy en tantas personas”.
Contribuir al bien común nos hace felices
Francisco, asimismo, explicó que la esperanza de un futuro mejor siempre viene gracias “a la propia actividad e iniciativa”, por tanto, gracias “al propio trabajo”, y nunca únicamente por los medios materiales disponibles. De hecho – subrayó – “uno no puede ser feliz sin la posibilidad de ofrecer su propia contribución, por pequeña o grande que sea, a la construcción del bien común”. Cada persona puede dar su contribución, ¡debe darla! - dijo entre exclamaciones – “para no volverse pasivo, o sentirse extraño a la vida social”.
Y es por esta razón, que una sociedad que no se basa en el trabajo, que no lo promueve concretamente, y que no se preocupa por aquellos que son excluidos, “se condenaría a la atrofia y a la multiplicación de las desigualdades”. Por el contrario, una sociedad que, en un espíritu subsidiario, intenta explotar el potencial de cada mujer y cada hombre, de cualquier procedencia y edad, “respirará profundamente y podrá superar los obstáculos más grandes, recurriendo a un capital humano casi inagotable” – aseguró – “poniendo a todos en un punto de poder ser artífices de su propio destino, de acuerdo con el plan de Dios”.
Concebir nuestra vida como una misión armónica
El Santo Padre también dijo a los Maestros italianos del Trabajo cuál es su deber civil y moral: “difundir, promover y ampliar el cuidado del “buen país." Un objetivo en el que como primera cosa emerge la cuestión moral y para el cual es necesario una tensión hacia la coherencia en la propia vida: “Necesitamos concebir la totalidad de nuestra vida como una misión armónica”. Y es sólo con este espíritu oblativo, sólo si el amor por los hermanos nos quema dentro como un "combustible espiritual", que nuestro testimonio será realmente “efectivo y capaz de encender, a través de la caridad, todo nuestro mundo”.
Bienaventuranzas de Jesús como guía hacia la búsqueda del bien común
Antes de concluir, el Pontífice pidió que las Bienaventuranzas de Jesús en el Evangelio nos guíen en este “arduo” pero “emocionante” viaje: “Nos lleven a mirar siempre con amor al mismo Jesús y nos muestren que la santidad no solo concierne al espíritu, sino también a los pies, para ir hacia los hermanos, y las manos, para compartir con ellos”. Y reclamó no dejar a los que abandonan su tierra hambrientos de pan y justicia a merced de las olas, así como inclinarse con compasión sobre los más débiles. Una tarea que se debe hacer “sin la cómoda ilusión de que, de la rica mesa de unos pocos, pueda llover automáticamente para todos”. Esto “no es verdad”, finalizó.
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