Aniversario del Pío Latinoamericano: San Oscar Romero y labor de jesuitas
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
“Y así fue soñado el Colegio y así es querido por sus obispos que priorizan esta casa brindándoles a ustedes, jóvenes sacerdotes, la oportunidad de gestar una mirada, una reflexión y una experiencia de comunión expresamente “latinoamericanizada””.
La labor de los jesuitas en el Pio latinoamericano
El Papa jesuita recordó la labor de la Compañía de Jesús en el Colegio Pío Latinoamericano. Una de las notas distintivas del carisma de la Compañía es la de buscar armonizar las contradicciones sin caer en reduccionismos. Así lo quiso san Ignacio al pensar en los jesuitas como hombres contemplativos y de acción, hombres de discernimiento y de obediencia, comprometidos en lo cotidiano y libres para partir.
La misión que la Iglesia pone en las manos de este colegio, pide al Colegio sabiduría y dedicación para que el tiempo que los muchachos estén en la casa puedan nutrirse de este don de la Compañía, aprendiendo a armonizar las contradicciones que la vida les presenta y les presentará sin caer en reduccionismos, ganando en espíritu de discernimiento y libertad. Enseñar a abrazar los problemas y conflictos sin miedo; a manejar el disenso y la confrontación. Enseñar a develar todo tipo de discurso “correcto” pero reduccionista, es tarea crucial de quienes acompañan a sus hermanos en la formación.
Ayúdenlos, pidió Francisco, a descubrir el arte y gusto del discernimiento como modo de proceder para encontrar, en medio de las dificultades, los caminos del Espíritu gustando y sintiendo internamente al Deus semper maior. Sean maestros de grandes horizontes y, a la vez, enseñen a hacerse cargo de lo pequeño, a abrazar a los pobres, a los enfermos y a asumir lo concreto del día a día. Non coereceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est.
La figura de San Oscar Romero
El sacerdote tiene como misión la pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es pasión por su pueblo. Es aprender a mirar donde él mira y a dejarnos conmover por lo mismo que él se conmueve: sentimientos entrañables por la vida de sus hermanos, especialmente de los pecadores y de todos los que andan abatidos y fatigados como ovejas sin pastor. Nunca acurrucarse en cobertizos personales o comunitarios que nos alejen de los nudos donde se escribe la historia.
El Papa de allí, recordó la canonización de san Óscar Romero, exalumno de este colegio y signo vivo de la fecundidad y santidad de la Iglesia Latinoamericana. Un hombre enraizado en la Palabra de Dios y en el corazón de su pueblo. Esta realidad nos permite tomar contacto con esa larga cadena de testigos en la que se nos invita a enraizarnos e inspirarnos cada día, especialmente en este tiempo que ustedes, dijo, están “fuera de casa”.
Un continente polarizado socialmente
Seguidamente el papa recordó la difícil situación que vive el continente: la fragmentación cultural, la polarización del entramado social y la pérdida de raíces. Esto se agudiza, añadió, cuando se fomentan discursos que dividen y propagan distintos tipos de enfrentamientos y odios hacia quienes “no son de los nuestros”, inclusive importando modelos culturales que poco o nada tienen que ver con nuestra historia e identidad y que, lejos de mestizarse en nuevas síntesis como en el pasado, terminan desarraigando a nuestras culturas de sus más ricas y autóctonas tradiciones.
Y hacia allá van los jóvenes, tienen el riesgo de convertirse en ¡Nuevas generaciones desarraigadas y fragmentadas! La Iglesia no es ajena a la situación y está expuesta a esta tentación; sometida al mismo ambiente corre el riesgo de desorientarse al quedar presa de una u otra polarización o desarraigada si se olvida su vocación a ser tierra de encuentro. El Papa dijo además que en la Iglesia se sufre la invasión de las colonizaciones ideológicas. De ahí la importancia de este tiempo en Roma y especialmente en el Colegio: poder crear lazos y alianzas de amistad y fraternidad.
La acción del Pio latinoamericano contra estas divisiones
El “Pío” puede ayudar mucho a crear una comunidad sacerdotal abierta y creativa, alegre y esperanzadora, si sabe ayudarse y socorrerse, si es capaz de enraizarse en la vida de los otros, hermanos hijos de una historia y patrimonio común, parte de un mismo presbiterio y pueblo latinoamericano. Una comunidad sacerdotal que descubre que la mayor fortaleza con la que cuenta para construir la historia nace de la solidaridad concreta entre ellos, y sigue mañana entre sus Iglesias y pueblos para ser capaces de trascender lo meramente “parroquial” y liderar comunidades que sepan abrirse a otros para entretejer y curar la esperanza.
Nuestro continente, marcado por viejas y nuevas heridas necesita artesanos de relación y de comunión, abiertos y confiados en la novedad que el Reino de Dios puede suscitar hoy. Y un sacerdote en su parroquia, en su diócesis puede hacer mucho pero también corre el riesgo de quemarse, aislarse o cosechar para sí, advirtió el Santo Padre. Sentirse parte de una comunidad sacerdotal, en la que todos son importantes logra despertar y animar procesos y dinámicas capaces de trascender el tiempo. Este sentido de pertenencia y reconocimiento ayudará “a desatar y estimular creativamente renovadas energías misioneras que impulsen un humanismo evangélico capaz de convertirse en inteligencia y fuerza propulsora en nuestro continente”.
Sin este sentido de pertenencia y de trabajo codo a codo, dijo el Papa la comunidad eclesial corre el riesgo de dispersarse, debilitarse y privar a tantos hermanos de la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo y de una comunidad de fe que dé horizonte de sentido y vida. Y así, añadió, casi sin darnos cuenta, terminaremos por ofrecer a América un «Dios sin Iglesia, una Iglesia sin Cristo, un Cristo sin pueblo» o, si queremos decirlo de otro modo, un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo... puro gnosticismo reelaborado. La vida del presbítero diocesano vive de esta identificación y pertenencia.
No le tengan miedo a la santidad y a gastar la vida por su gente. Y en este camino de mestizaje cultural y pastoral nuestra Madre nos acompaña. Ella quiso mostrarse así, mestiza y fecunda, y así está junto a nosotros, Madre de ternura y fortaleza que nos rescata de la parálisis o la confusión del miedo porque simplemente está allí, como Madre. Hermanos sacerdotes: No la olvidemos y, confiadamente, pidámosle que nos enseñe el camino, que nos libre de la perversión del clericalismo, nos haga cada día más “pastores de pueblo” y no permita que nos convirtamos en “clérigos de Estado”.
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