El Papa: “El centro de la confesión no son los pecados, sino el amor que recibimos”
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia. También nosotros vivimos hoy en la confesión este encuentro de salvación: nosotros, con nuestras miserias y nuestro pecado; el Señor, que nos conoce, nos ama y nos libera del mal. Entremos en este encuentro, pidiendo la gracia de redescubrirlo”, lo dijo el Papa Francisco en la Celebración Penitencial en la Basílica de San Pedro, la tarde de este viernes 29 de marzo, en el marco de la Jornada “24 Horas para el Señor”, organizado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia»
En su homilía, el Santo Padre citando el comentario de San Agustín al pasaje de la “mujer adúltera” del Evangelio de San Juan, dijo que al final del relato evangélico, solo se quedaron “la miserable y la misericordia”. “Se fueron todos los que habían venido para arrojar piedras contra la mujer o para acusar a Jesús siguiendo la Ley. En cambio – afirma el Pontífice – Jesús se queda. Se queda, porque se ha quedado lo que es precioso a sus ojos: esa mujer, esa persona. Para él, antes que el pecado está el pecador. Yo, tú, cada uno de nosotros estamos antes en el corazón de Dios: antes que los errores, que las reglas, que los juicios y que nuestras caídas”.
Dios escribe la Ley en nuestros corazones
El Papa Francisco, siguiendo el hilo conductor tomado de San Agustín: «Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia», señala que, para Jesús, esa mujer sorprendida en adulterio no representa un parágrafo de la Ley, sino una situación concreta en la que implicarse y por eso se queda allí, en silencio. El Pontífice evidencia que Jesús «escribe con el dedo en el suelo», no sabemos qué escribió, y quizás no es lo más importante. Viene a la mente el episodio del Sinaí, cuando Dios había escrito las tablas de la Ley con su dedo. Más tarde Dios, por medio de los profetas, prometió que no escribiría más en tablas de piedra, sino directamente en los corazones, en las tablas de carne de nuestros corazones.
La confesión es el paso de la miseria a la misericordia
Por ello, el Santo Padre subraya que, “es Jesús quien, con la fuerza del Espíritu Santo, nos libra del mal que tenemos dentro, del pecado que la Ley podía impedir, pero no eliminar. Sin embargo – advierte el Papa – el mal es fuerte, tiene un poder seductor: atrae, cautiva. Para apartarse de él no basta nuestro esfuerzo, se necesita un amor más grande. Sin Dios no se puede vencer el mal: solo su amor nos conforta dentro, solo su ternura derramada en el corazón nos hace libres. Si queremos la liberación del mal hay que dejar actuar al Señor, que perdona y sana. Y lo hace sobre todo a través del sacramento que estamos por celebrar”.
Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados
El Papa Francisco también señala que, a veces nos sentimos solos y perdemos el hilo de la vida. Cuántas veces no sabemos ya cómo recomenzar, oprimidos por el cansancio de aceptarnos. Necesitamos comenzar de nuevo, pero no sabemos desde dónde. El cristiano nace con el perdón que recibe en el Bautismo. Y renace siempre de allí: del perdón sorprendente de Dios, de su misericordia que nos restablece. Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados, después de haber experimentado la alegría de ser amados plenamente por el Padre. Solo a través del perdón de Dios – puntualiza el Pontífice – suceden cosas realmente nuevas en nosotros. Volvamos a escuchar una frase que el Señor nos ha dicho por medio del profeta Isaías: «Realizo algo nuevo». El perdón nos da un nuevo comienzo, nos hace criaturas nuevas, nos hace ser testigos de la vida nueva. El perdón no es una fotocopia que se reproduce idéntica cada vez que se pasa por el confesionario.
Reconocer el perdón de Dios es importante
Finalmente, el Papa Francisco haciendo eco de la invitación del profeta Isaías se pregunta: ¿Qué hacer para dejarse cautivar por la misericordia, para superar el miedo a la confesión? Sería hermoso, después de la confesión, quedarse como aquella mujer, con la mirada fija en Jesús que nos acaba de liberar: Ya no en nuestras miserias, sino en su misericordia. Mirar al Crucificado y decir con asombro: “Allí es donde han ido mis pecados. Tú los has cargado sobre ti. No me has apuntado con el dedo, me has abierto los brazos y me has perdonado otra vez”.
“Es importante recordar el perdón de Dios – concluye el Papa Francisco – recordar la ternura, volver a gustar la paz y la libertad que hemos experimentado. Porque este es el corazón de la confesión: no los pecados que decimos, sino el amor divino que recibimos y que siempre necesitamos. Sin embargo, nos puede asaltar una duda: ‘no sirve confesarse, siempre cometo los mismos pecados’. Pero el Señor nos conoce, sabe que la lucha interior es dura, que somos débiles y propensos a caer, a menudo reincidiendo en el mal. Y nos propone comenzar a reincidir en el bien, en pedir misericordia. Él será quien nos levantará y convertirá en criaturas nuevas”. Entonces reemprendamos el camino desde la confesión, devolvamos a este sacramento el lugar que merece en nuestra vida y en la pastoral.
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