Cantalamessa: la disipación es la enfermedad mortal que amenaza a todos
Barbara Castelli - Ciudad del Vaticano
Existía en un tiempo la "vida interior". En su segundo sermón de los viernes de Cuaresma, el padre Raniero Cantalmessa, predicador de la Casa Pontificia, reflexiona sobre como en nuestra época la interioridad se ha convertido en un "valor en crisis", que tiende a ser mirada casi "con sospecha", por una serie de factores. Algunas de las causas son atribuibles a la propia naturaleza humana: el hombre, de hecho, es como un "plano inclinado hacia el exterior, lo visible y lo múltiple" y al igual que en el famoso “Big Bang” nosotros también estamos “en proceso de expandirnos y alejarnos del centro”, perpetuamente "en salida", “a través de esas cinco puertas o ventanas que son nuestros sentidos”.
Una fuga hacia el mundo
En la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en presencia del Papa Francisco y la Curia Romana, el capuchino identifica algunas causas "más específicas y actuales". “En la cultura secularizada y laica de nuestros tiempos – subraya – el papel que desempeñaba la interioridad cristiana fue asumido por la psicología y el psicoanálisis, las cuales se detienen, sin embargo, en el inconsciente del hombre y en su subjetividad, prescindiendo por su íntimo vínculo con Dios”. A este respecto además, Cantalmessa asegura que en el campo eclesial, la afirmación: “con el Concilio”, de la idea de una «Iglesia para el mundo» “ha hecho que al ideal antiguo de la fuga del mundo, se haya sustituido a veces el ideal de la fuga hacia el mundo”.
Además, afirma que el abandono de la interioridad y la proyección hacia lo externo es un aspecto —y entre los más peligrosos— del fenómeno del secularismo: “Hubo incluso un intento de justificar teológicamente esta nueva orientación que ha tomado el nombre de teología de la muerte de Dios, o de la ciudad secular. Dios —se dice— nos ha dado él mismo el ejemplo. Al encarnarse, él se ha vaciado, ha salido de sí mismo, de la interioridad trinitaria, se ha «mundanizado», es decir, dispersado en lo profano. Se ha convertido en un Dios «fuera de sí»”.
El miedo al silencio
Pero si el hombre “mira las apariencias”, “Dios escudriña el corazón”: de ahí la urgencia de redescubrir el “gusto” de la interioridad. El hombre – continúa – “envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar” pero ignora “lo que se agita a pocos miles de metros bajo la corteza terrestre” y por eso no consigue prever terremotos y erupciones volcánicas. “También nosotros sabemos ahora en tiempo real – dice el capuchino –lo que sucede en el otro extremo del mundo, pero ignoramos lo que se agita en el fondo de nuestro corazón”.
Hay que oponerse con un rotundo «¡no!» a este vaciamiento. Los jóvenes son también los más generosos y dispuestos a rebelarse contra las esclavitudes y, de hecho, hay multitud de jóvenes que reaccionan a este asalto y, en lugar de huir, buscan lugares y tiempos de silencio y contemplación para reencontrarse de vez en cuando consigo mismos y, en sí mismos, con Dios. Son muchos, aunque nadie habla de ello. Algunos han fundado casas de oración y adoración eucarística perpetua y a través de la Red dan la posibilidad a muchos para que se unan a ellos.
Ser como un vestido invertido
El predicador de la Casa Pontificia reconoce que "no solo los jóvenes se sienten abrumados por la ola de exterioridad", sino que son "incluso las personas más comprometidas y activas de la Iglesia", "incluso los religiosos". " Disipación es el nombre de la enfermedad mortal que nos acecha a todos – advierte – se termina por ser como un vestido del revés, con el alma expuesta a los cuatro vientos”.
La desaparición del silencio es un síntoma grave. Han sido eliminados casi en todas partes esos carteles típicos que en cada pasillo de las casas religiosas reclamaban en latín: Silentium! Yo creo que en muchos ambientes religiosos se impone una elección: ¡O silencio o muerte! O se reencuentra un clima y tiempos de silencio y de interioridad o es el vaciamiento espiritual progresivo y total.
El padre Raniero Cantalmessa también advierte contra la "objeción habitual": a Dios se le encuentra fuera, en los hermanos, en los pobres, en la lucha por la justicia; se le encuentra en la Eucaristía, en la Palabra de Dios”. Todo esto es cierto – dice – pero al hermano, al pobre, lo encuentras en el “propio corazón”; si los encuentras sólo fuera, no es a una persona a la que encuentras, “sino una cosa”, y “te chocas más que encontrarlo”.
Si queremos imitar lo que Dios ha hecho al encarnarse, imitémosle verdaderamente hasta el fondo. Es cierto que él se vació, salió de sí mismo, de la interioridad trinitaria, para venir al mundo. Sin embargo, sabemos cómo ha sucedido esto: «Lo que era permaneció, lo que no era lo asumió», dice un antiguo aforismo a propósito de la Encarnación. Sin abandonar el seno del Padre, el Verbo vino en medio de nosotros. También nosotros vamos hacia el mundo, pero sin salir nunca del todo de nosotros mismos.
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