Papa: la presencia de Dios no se percibe con los oídos, sino con la fe
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Al saludar con afecto a los miembros de la Federación Italiana de Asociaciones de Sordos, Francisco agradeció ante todo a su Presidenta las palabras con las que introduzco este encuentro celebrado, después de mediodía, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. Y recordó que desde hace algunos años, su Federación reúne en Italia a varias Asociaciones que se dedican a afrontar la cultura del descarte, fomentando mayor inclusión en todos los ambientes. Obra que el Pontífice definió necesaria para asegurar una mejor calidad de vida a la persona sorda y para superar esta discapacidad valorando todas las dimensiones, incluida la espiritual, en una visión integral del hombre.
El Papa destacó que las personas sordas viven, inevitablemente, una condición de fragilidad, lo que si bien forma parte de la vida, se puede aceptar de modo positivo. “Sin embargo – prosiguió diciendo – lo que no es correcto es que ellos, como tantas otras personas con capacidades diferentes y sus familias, a menudo experimentan situaciones de prejuicio, a veces incluso en las comunidades cristianas”, tal como lo señaló su Presidenta. Además, el Papa Bergoglio reafirmó que “las ciudades, los pueblos y las parroquias, con sus respectivos servicios, están llamados a superar cada vez más las barreras que no permiten captar el potencial de su presencia activa, yendo más allá de su déficit”.
Cultura del encuentro contra la indiferencia generalizada
En cambio ustedes – agregó – “nos enseñan que sólo habitando el límite y la fragilidad se puede ser constructores, junto con los responsables y todos los miembros de la comunidad civil y eclesial, de la cultura del encuentro, en oposición a la indiferencia generalizada”. Sí, porque como les dijo el Obispo de Roma, “de esta manera podemos mejorar la sociedad y la comunidad, y también ofrecer a las personas sordas una plenitud existencial que tenga en cuenta todos los aspectos de la vida en sus diversas fases”.
Por otra parte, el Santo Padre afirmó que más que nunca, en el contexto cultural y social actual, los sordos son también un don en la Iglesia. Y glosando una frase de su Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, les dijo: "En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador”. Por lo tanto, también la presencia de personas sordas entre los agentes pastorales, formadas naturalmente según sus inclinaciones y capacidades, puede representar verdaderamente un recurso y una oportunidad para la evangelización.
Por esta razón el Papa les deseó que también ellos, tanto a nivel individual como asociativo, puedan participar cada vez más plenamente en la vida de sus comunidades eclesiales, puesto que de este modo podrán redescubrir y aprovechar los talentos que el Señor les ha dado, para beneficio de las familias y de todo el pueblo de Dios.
La voz de Dios resuena en el corazón y todos pueden oírla
Además, Francisco no dudó en afirmar que “la presencia de Dios no se percibe con los oídos, sino con la fe; por eso los animó a reavivar su fe para que sientan cada vez más la cercanía de Dios, cuya voz resuena en el corazón de cada uno, y todos pueden oírla. De esta manera se puede ayudar a los que no "oyen" la voz de Dios a estar más atentos a ella. Esta es una contribución significativa que las personas sordas pueden hacer a la vitalidad de la Iglesia.
Por último, el Papa dirigió su pensamiento a las muchas personas sordas en Italia y en el mundo, especialmente las que viven en condiciones de marginación y miseria, por las que él mismo reza. Y agregó que también reza por todos ellos para que puedan llevar su contribución peculiar a la sociedad, siendo capaces de una mirada profética, capaces de acompañar los procesos del compartir y de la inclusión, capaces de cooperar en la revolución de la ternura y de la proximidad. Tras lo que reafirmó que su presencia también es necesaria en la Iglesia para contribuir a construir comunidades que sean casas acogedoras y abiertas a todos, empezando por los últimos.
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