Cantalamessa: las miradas de Juan y Pablo sobre el misterio de Cristo
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Esta mañana a las 9.00, en la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, el Padre Raniero Cantalmessa ofreció su quinta y última predicación de Cuaresma ante la presencia del Papa Francisco y los miembros de la Curia Romana. El tema elegido este año ha sido “Vuelve a ti mismo”, inspirado en el pensamiento de San Agustín, para continuar su reflexión iniciada en Adviento sobre el versículo del Salmo que reza: “Mi alma tiene sed del Dios vivo”.
“Dios ha elegido lo que es necio para el mundo para confundir a los sabios”. Así se titula esta reflexión ofrecida por el Predicador de la Casa Pontificia, quien comenzó recordando que en el Nuevo Testamento y en la historia de la teología hay cosas que no se entienden si no se tiene en cuenta un dato fundamental, es decir, el de la existencia de dos enfoques diferentes, aunque complementarios, hacia el misterio de Cristo: el de Pablo y el de Juan.
En efecto, Juan y Pablo – dijo el Padre capuchino – ofrecen dos reflexiones diferentes acerca de la fe en dos momentos históricos diferentes. Una dicotomía que se compone y que ayuda a comprender el Nuevo Testamento y la historia de la Teología, superando el “error fatal” de ver una división “en el origen mismo del cristianismo”. De ahí la importancia de “tener en cuenta esto para comprender la diferencia y la complementariedad entre teología oriental y teología occidental”:
Las dos perspectivas, la paulina y la joánica, aunque fusionándose juntas – como vemos que sucede en el Credo Niceno-Constantinopolitano – conservan su distinta acentuación, como dos ríos que, confluyendo uno en otro, conservan durante un largo trecho el distinto color de sus aguas. La teología y la espiritualidad ortodoxa se basan predominantemente en Juan; la occidental – la protestante más aún que la católica – se basa principalmente en Pablo. Dentro de la misma tradición griega, la escuela alejandrina es más joánica, la antioqueña más paulina. Una hace consistir la salvación en la divinización, la otra en la imitación de Cristo.
Juan y Pablo: dos miradas diferentes sobre el misterio
Dos miradas sobre el misterio de Cristo desde dos enfoques diferentes y reflejando dos momentos históricos diferentes.
La peculiaridad de esta visión joánica salta a los ojos si la comparamos con la de Pablo. Para Pablo, en el centro de atención no está tanto la persona de Cristo, entendida como realidad ontológica; está, más bien, la obra de Cristo, es decir, su misterio pascual de muerte y resurrección. La salvación no está tanto en creer que Jesús es el Hijo de Dios venido en la carne, cuanto en creer en Jesús “muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”. El acontecimiento central no es la encarnación, sino el misterio pascual.
La cruz, la sabiduría y el poder de Dios
El Padre Cantalmessa se refirió al “Cristo de Pablo que cambia el destino de la humanidad en la cruz”. Y citando la Primera Carta a los Corintios que introduce “la novedad en la acción de Dios”, dijo:
El Apóstol habla de una novedad en el actuar de Dios, casi un cambio de ritmo y de método. El mundo no ha sabido reconocer a Dios en el esplendor y en la sabiduría de la creación; entonces él decide revelarse de modo opuesto, a través de la impotencia y la necedad de la cruz. No se puede leer esta afirmación de Pablo sin recordar el dicho de Jesús: “Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25).
Tras recordar que el Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Deus Caritas Est”, muestra las consecuencias que tiene esta distinta visión a propósito del amor. El Predicador dijo que “Dios se ha manifestado en la cruz, sí, ‘bajo su contrario’, pero bajo lo contrario de lo que los hombres han pensado siempre de Dios, no de lo que Dios es verdaderamente. Dios es amor y en la cruz se produjo la suprema manifestación del amor de Dios por los hombres. En cierto sentido, sólo ahora, en la cruz, Dios se revela ‘en la propia especie’, en lo que le es propio”.
También aludió al teólogo medieval bizantino Nicolás Cabasilas quien nos proporciona la clave mejor para entender en qué consiste la novedad de la cruz de Cristo cuando escribe: “Dos cosas dan a conocer al amante verdadero y le aseguran el triunfo sobre el amado: hacerle todo el bien que le es posible y tolerar por su amor los más terribles tormentos”.
Un amor de beneficencia que se hace amor de sufrimiento
Y agregó que “en la creación Dios nos ha llenado de dones, en la redención ha sufrido por nosotros. La relación entre las dos cosas es la de un amor de beneficencia que se hace amor de sufrimiento”. Además, el Evangelio – prosiguió el Padre Cantalmessa – revela que la verdadera omnipotencia es la total impotencia del Calvario. Hace falta poca potencia para proseguir, en cambio, se requiere mucha para ponerse a un lado aparte, para borrarse. ¡El Dios cristiano es esta ilimitada potencia de ocultamiento de si!
El amor es humilde porque crea dependencia
“El amor es humilde porque, por su naturaleza, crea dependencia, agregó el Predicador. Y dijo que vemos esto en pequeño, por lo que ocurre cuando dos personas humanas se enamoran. “El joven que, según el ritual tradicional, se arrodilla ante una chica para pedir su mano, hace el acto más radical de humildad de su vida, se hace mendigo”. Y recordó que Henri de Lubac escribió que “la revelación de Dios como amor, obliga al mundo a revisar todas sus ideas sobre Dios”.
A lo que agregó que, en su opinión, “la teología y la exégesis están aún lejos de haber sacado de ello todas las consecuencias”. Una de las cuales es que “si Jesús sufre de forma atroz en la cruz no lo hace principalmente para pagar en lugar de los hombres su deuda insoluta”. “No, Jesús muere crucificado para que el amor de Dios pudiera llegar al hombre en el punto más remoto en el cual se había alejado rebelándosele, es decir, en la muerte”. Incluso la muerte está habitada por el amor de Dios, explicó el Predicador, y recordó que en su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI, escribió:
“La injusticia, el mal como realidad no puede simplemente ser ignorado, dejado estar. Debe ser eliminado, vencido. Esta es la verdadera misericordia. Y que ahora, puesto que los hombres no son capaces de ello, que lo haga Dios mismo: esta es la bondad incondicional de Dios”. Por lo que “el motivo tradicional de la expiación de los pecados mantiene, como se ve, toda su validez, pero no el motivo último, dijo el Padre Cantalamessa. “El motivo último es la bondad incondicional de Dios”, es decir, “su amor”.
Nuestra respuesta
Ante la pregunta de “¿cuál será nuestra respuesta frente al misterio que hemos contemplado y que la liturgia nos hará revivir en la Semana Santa?”, el Predicador de la Casa Pontificia dijo que “la primera y fundamental respuesta es la de la fe. No una fe cualquiera, sino la fe mediante la cual nos apropiamos de lo que Cristo ha adquirido para nosotros. La fe que ‘arrebata’ el reino de los cielos”.
Por esta razón pidió que “no dejemos pasar la Pascua” sin haber “renovado el golpe de audacia de la vida cristiana que nos sugiere San Bernardo. Y, de hecho, San Pablo exhorta a menudo a los cristianos a “despojarse del hombre viejo” y “revestirse de Cristo”.
En su conclusión, el Predicador de la Casa Pontificia recordó las vicisitudes de la Madre Teresa de Calcuta cuando su alegría y entusiasmo habían disminuido y cayó en una noche oscura que la acompañó durante todo el resto de la vida. En efecto ella llegó a dudar acerca de si aún tenía fe, hasta el punto de que cuando, tras su muerte, fueron publicados sus diarios y alguien, totalmente desconocedor de las cosas del Espíritu, habló incluso de un “ateísmo de la Madre Teresa”. Pero “la santidad extraordinaria de la Madre Teresa – dijo el Padre Cantalamessa – está en el hecho de que vivió todo esto en el más absoluto silencio con todos, escondiendo su desolación interior bajo una sonrisa constante” en su rostro. “En ella – agregó – se ve lo qué significa pasar de hacer las cosas para Dios, al sufrir por Dios y por la Iglesia”.
Es una meta muy difícil, pero afortunadamente Jesús en la cruz no sólo nos ha dado el ejemplo de este tipo nuevo de amor; nos ha merecido también la gracia de hacerlo nuestro, de apropiárnoslo mediante la fe y los sacramentos.
De ahí su exhortación a que prorrumpa, pues, en nuestro corazón, durante la Semana Santa, el grito de la Iglesia: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido el mundo.
Y de se despidió del Santo Padre y de los venerables hermanos y hermanas presentes, deseándoles a todos una feliz y santa Pascua.
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