Corpus Christi: la bendición de recibir en cuerpo y sangre a Cristo
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Bendiciendo, explica el Papa, la palabra se transforma en don porque cuando se bendice “no se hace algo para sí mismo, sino para los demás”, “con amor”. Francisco afirma que tantas veces hemos sido bendecidos, a veces cono palabras que hemos escuchado palabras que nos han hecho bien. “Nos hemos convertido en bendecidos el día del Bautismo, y al final de cada misa somos bendecidos”. “La Eucaristía es una escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y así nos anima a seguir adelante.”
Sacerdotes no tengan miedo de bendecir
El Obispo de Roma se dirige después a los pastores y tras indicarles que es importante “acordarse” de bendecir, los alienta a “no tener miedo de bendecir”: Francisco constata cuanto es triste ver con qué facilidad hoy se maldice, se desprecia, se insulta. De ahí su exhortación:
Nosotros, que comemos el Pan que contiene en sí todo deleite, no nos dejemos contagiar por la arrogancia, no dejemos que la amargura nos llene. El pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones. Ante la Eucaristía, ante Jesús convertido en Pan, ante este Pan humilde que contiene todo el bien de la Iglesia, aprendamos a bendecir lo que tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y no a maldecir nuestro pasado, a regalar palabras buenas a los demás.
Eucaristía antídoto contra la indiferencia
Recordando la petición de Jesús a los discípulos: "Dadles vosotros de comer" el Obispo de Roma explica que lo que Jesús quiere decirnos es que lo que tenemos da fruto si lo damos y no importa si es poco o mucho.
El Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes. No realiza milagros con acciones espectaculares, sino con gestos humildes, partiendo con sus manos, dando, repartiendo, compartiendo. La omnipotencia de Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío.
Mons. Romero: ¿Qué es la Eucaristía?
Es el sacramento o misterio de la presencia de Cristo bajo las apariencias del pan y el vino. Sacramento es un signo sensible que puede caer bajo el dominio de nuestros sentidos, como es el pan y el vino que lo palpamos, lo saboreamos. Nuestros sentidos captan la realidad de un signo, pero luego viene la fe y descubre un elemento interior, lo significado por ese signo.
El gusto, el oído, los sentidos -dice Santo Tomas- perciben sabor de pan y sabor de vino, pero tu fe cree firmemente que en ese sabor de pan y de vino ya no está presente lo que los filósofos llaman la substancia, es decir, lo que le da subsistencia a ese pan, a esos sabores, sino que sólo han quedado las cosas accidentales pero que lo substancial se ha transformado en la presencia verdadera del Señor; el cuerpo y la sangre del Señor, son la realidad que se oculta, que se encierra en ese signo visible.
Por eso, cuando el sacerdote consagra el cuerpo y la sangre del Señor, se realiza lo que en teología se llama la transubstanciación, quiere decir, que en vez de la substancia de la subsistencia del pan y del vino, se ha colocado en su lugar la presencia real de Cristo, y Cristo queda en verdadera, real, sustancialmente presente en esa hostia que sigue teniendo sabor de pan, en ese cáliz que sigue teniendo sabor de vino, pero que ya no se trata como pan y como vino sino que ya está presente el Señor. Este es el misterio que celebramos hoy.
Homilía de Mons. Romero: 28 de mayo 1978
“Y ojalá, queridos hermanos, que al hacer estas reflexiones a la luz de la Palabra de Dios, nuestra fe en la Eucaristía crezca esta mañana y que nuestra asistencia a misa no sea simplemente un acto rutinario. No venir por costumbre, no venir por curiosidad, sino venir verdaderamente movidos porque venimos cada domingo a encontrarnos con el gran misterio de la presencia del Señor. Y cuando salgamos de misa, ojalá como Moisés cuando bajaba del Sinaí, que hasta su rostro sensiblemente se había transformado en luminoso porque había estado en la presencia del Señor”.
Yo les suplico, que pongan todo empeño, dijo, a pesar de que allá afuera se empeñan en turbarnos nuestra tranquilidad, que reflexionemos en que de verdad cada domingo tenemos esa dicha. Y a eso nos convencen las tres lecturas de hoy.
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