Mirar con el corazón es ver al hermano más allá de su fragilidad
Sergio Centofanti – Ciudad del Vaticano
Un himno a María y a la mujer se convierte en un himno de alabanza y de acción de gracias a Dios hecho hombre. Fue hermosa la homilía de Francisco para el 1° de enero. En el seno de María, Dios y la humanidad se han unido para siempre y para siempre María será la Madre de Dios, dijo el Papa, y añadió con extrema claridad: si queremos la salvación, si queremos unirnos a Dios “debemos ir por el mismo camino: a través de María”. Francisco desde siempre se ha puesto en el corazón de María. El Rosario es su oración del corazón. Es él quien ha dado a conocer al mundo la devoción a María que desata los nudos: los nudos dolorosos de la vida, los nudos de la desobediencia y los de la incredulidad.
Un himno a la mujer, fuente de vida. El Papa recuerda a las mujeres que han sido violadas, inducidas a prostituirse y a suprimir la vida que llevan en su seno: "Toda violencia infligida a las mujeres es una profanación de Dios, nacido de la mujer". “La maternidad también es humillada, porque el único crecimiento que interesa es el económico". Francisco siempre repite que en el corazón de la Iglesia están los más débiles, los enfermos, los pobres, los que son pisoteados en sus derechos, los migrantes que arriesgan sus vidas, pero "los niños no nacidos" – subraya – “son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo". "No debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión" (Evangelii gaudium, 213-214).
Francisco eleva su oración a María por la unidad de la Iglesia. Lo hizo muchas veces. Invitó a rezar el Rosario todos los días por esta intención. Los cristianos a veces nos peleamos, nos acusamos, nos dividimos, quizás en nombre de la fe y de la verdad, y el Papa señala quién está detrás de tanto mal: "El enemigo de la naturaleza humana, el diablo", que pone en primer plano las diferencias, las ideologías, los pensamientos partidistas y los partidos. Y algunos, en lugar de anunciar la buena noticia del amor de Dios, se convierten en recolectores y anunciadores de todos los males verdaderos o presuntos que hay en la Iglesia. Olvidan lo que dijo también San Juan Pablo II: el anuncio del bien "es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél" (Sollicitudo rei socialis, 41).
Otro aspecto importante. El cristiano no es mejor que los demás. Es una persona que, cuando cae, se deja levantar por la misericordia de Dios. Es en esta perspectiva – afirma el Papa – que el creyente mira a los demás: mira con el corazón, ve "a la persona más allá de sus equivocaciones, al hermano más allá de sus fragilidades, la esperanza en las dificultades". Y es hermoso que Francisco a la hora del Ángelus se haya disculpado ante el mundo por el gesto de impaciencia que tuvo anteayer durante su visita al pesebre de la Plaza de San Pedro. Una mujer le tiró con fuerza, haciéndole mal al brazo: y el Papa perdió la paciencia. Qué hermoso que haya confesado su debilidad ante el mundo. En el Día Mundial de la Paz. Porque todos, precisamente todos, tenemos necesidad de la misericordia de Dios.
No vemos sólo el mal que hay en el mundo: Dios lo ha vencido de raíz. Por eso el Papa, anteanoche en el Te Deum, agradeció una vez más por todo el bien que hay: cuánta fraternidad, cuánta solidaridad de tantas personas valientes, "creyentes y no creyentes", que esperan "a pesar de todo" y aman "luchando por el bien de todos". Y es hermoso su deseo después del Ángelus: "A todos, creyentes y no creyentes, porque todos somos hermanos, espero que nunca dejen de esperar en un mundo de paz, que construir juntos día a día".
Conmovedor, después de la bendición del Ángelus, fue el momento en que todos los presentes en la Plaza de San Pedro, invitados por Francisco, saludaron tres veces a María con su título de Madre Dios: "¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios!".
En fin, la fe cristiana dice claramente no al pecado – reiteró Francisco – pero no pone vallas, no hace confusión entre error errante y no divide entre buenos y malos, porque uno solo es bueno. Y gracias a Dios, ésta es nuestra esperanza, a todos nosotros, buenos (presuntos) y malos, nos invita a su banquete de bodas (Mt, 22).
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