Embajadores de una Iglesia misionera
ANDREA TORNIELLI
La decisión papal de incluir en el currículo formativo del personal diplomático al servicio de las nunciaturas un año para pasar en tierra de misiones se produce pocos meses después del anuncio que el mismo Francisco hizo en el discurso conclusivo del Sínodo para la Amazonia. Un anuncio que ahora se hace realidad para los nuevos alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica en el año académico 2020/2021.
Es interesante señalar, en primer lugar, el contexto en el que se dio a conocer este proyecto: la necesidad de encontrar sacerdotes para las misiones y la dificultad de encontrar sacerdotes disponibles. El Papa había citado la respuesta negativa que a veces se escucha decir: "No, no soy apto para esto". "Pues bien", había comentado el Pontífice, "esto debe ser reformado... Los jóvenes religiosos tienen una vocación muy grande y es necesario formarlos en el celo apostólico para ir a los territorios de frontera". Inmediatamente después, Francisco habló también de los futuros diplomáticos, mencionando una "sugerencia" recibida: “que en el currículo del servicio diplomático de la Santa Sede, los jóvenes sacerdotes pasen al menos un año en tierra de misiones, pero no haciendo la pasantía en la nunciatura como se hace ahora, lo cual es muy útil, sino simplemente al servicio de un obispo en un lugar de misión".
Ahora esto se concreta y en la conclusión de su carta al Presidente de la Academia el Papa subraya: "La experiencia misionera que se va a promover será útil no sólo para los jóvenes académicos, sino también para las Iglesias individuales con las que colaborarán y, espero, suscitará en otros sacerdotes de la Iglesia universal el deseo de ponerse a disposición para realizar un período de servicio misionero fuera de su diócesis". El compromiso de los futuros nuncios apostólicos servirá por tanto de ejemplo, para que otros sacerdotes acepten la invitación de pasar tiempo en misión.
No cabe duda de que la decisión, ahora formalizada por el Sucesor de Pedro, representa un cambio verdaderamente significativo en el curso de los estudios de quien prestará servicio en las nunciaturas y que, en muchos casos, estará destinado a llegar al episcopado a una edad relativamente joven. En una pieza fundamental del currículum se convierte ahora este año dedicado al servicio misionero en el campo, fuera del jardín de la casa, ensuciándose las manos en el trabajo pastoral, en las Iglesias de frontera. Un año de cambios, de fatiga, de nuevas experiencias, que permitirán una mejor y más profunda comprensión de la realidad de la Iglesia, de sus problemas y dificultades, pero también de sus esperanzas y de la reconfortante belleza de su vida cotidiana. Un año que permitirá a los propios estudiantes de la Academia, a sus superiores y a los obispos de sus diócesis de origen, un mejor discernimiento de las vocaciones individuales. Un año que también podría disuadir a alguno de emprender este servicio. Ciertamente será una experiencia destinada a cambiar punto de vista y perspectiva de aquellos que un día serán llamados a representar al Papa en los distintos países, subrayando así la importancia para las Iglesias locales de ayudar al Papa enviando a su servicio sacerdotes buenos y capaces.
Una vez más, pues, Francisco nos recuerda que toda la Iglesia - servicio diplomático incluido - es misionera o no es: "La Iglesia está en salida o no es Iglesia. Está en anuncio o no es Iglesia. Si la Iglesia no sale, se corrompe, se desnaturaliza. Se convierte en otra cosa", como dijo el Papa en la entrevista de su precioso libro con Gianni Valente "Sin Él no podemos hacer nada". La misión, añadió el Papa en ese reciente texto que merece ser asumido y difundido, "no es un proyecto de empresa bien probado. Ni siquiera es un espectáculo organizado para contar cuánta gente participa gracias a nuestra propaganda. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere". Y "la misteriosa fecundidad de la misión no consiste en nuestras intenciones, en nuestros métodos, en nuestros impulsos y en nuestras iniciativas, sino que descansa precisamente en este vértigo: el vértigo que se siente ante las palabras de Jesús, cuando dice: sin mí no podéis hacer nada".
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