“Los Salmos, experiencia del diálogo con Dios”: el Papa en la catequesis
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Los salmos no son textos nacidos en la mesa, sino invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida, de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles, 14 de octubre, en la que continuó reflexionando sobre “La Oración”, y esta vez centro su catequesis en el Libro de los Salmos.
Saber rezar a través de la experiencia del diálogo con Dios
En la catequesis, que pronunció en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre señaló que, en la Biblia encontramos oraciones de distinto tipo. “Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos”. Este texto, afirmó el Papa, forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. Por ello, el Pontífice dijo que, “leyendo y releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios Padre, de hecho, con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, darle gracias, suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él”.
Los Salmos brotan de la vida, de la existencia
En este libro, precisó el Papa Francisco, no encontramos personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa, sino invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida, de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos. En ellos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta: “¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima pide invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una sentencia absolutoria.
La oración, en sí misma, es camino de salvación
Es por ello, que la oración de Los Salmos, subrayo el Santo Padre, es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza… Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final? El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación.
En el Salterio el dolor se convierte en relación
Asimismo, el Papa Francisco evidenció que, todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. También los dolores que sufrimos no pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas, que nadie ha derramado nunca antes que yo. Todos los dolores de los hombres para Dios son sagrados. Así reza el orante del salmo 56: «Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?» (v. 9). Delante de Dios no somos desconocidos, o números. Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre.
La oración nos salva del sufrir en el abandono
En este sentido, el Santo Padre afirmó que, “El Señor escucha”: a veces en la oración basta saber esto. No siempre los problemas se resuelven. Quien reza no es un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla, habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más soportable. “Lo peor que puede suceder – concluyó el Papa – es sufrir en el abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y que muere. Si nos quedamos en la relación con Él, la vida no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización”.
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