Cantalamessa: “¡La fraternidad católica está herida!”. Cultivar la unidad
Ciudad del Vaticano
El cardenal Cantalamessa comenzó su alocución evidenciando la aspiración del Papa Francisco por la fraternidad humana universal, expresada en la encíclica Fratelli tutti. Indica que este documento “ha despertado en muchos corazones la aspiración hacia ese valor universal, ha puesto de relieve las muchas heridas contra ella en el mundo de hoy, ha indicado caminos para llegar a una fraternidad humana verdadera y justa y ha exhortado a todos —personas e instituciones— a trabajar por ella”.
El fundamento evangélico de la fraternidad
Cantalamessa evidencia que, hacia el final de la encíclica, hay un párrafo donde se expresa el fundamento evangélico de la fraternidad:
Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos» (Ft 277).
El purpurado, refiriéndose a la fraternidad en el Nuevo Testamento afirma: «hermano» (adelphos) significa, en el sentido primordial, la persona nacida del mismo padre y de la madre. Se denomina «hermanos», en segundo lugar, a los miembros del mismo pueblo y nación, pero no se agota allí, se llega a llamar hermano a toda persona humana, por el hecho de ser tal. Hermano es lo que la Biblia llama el «prójimo». «Quien no ama a su hermano...» (1 Jn 2,9) significa: quien no ama a su prójimo. Cuando Jesús dice, «Todo lo que habéis hecho a uno solo de estos hermanos menores míos, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40), significa toda persona humana necesitada de ayuda.
El predicador de la Casa Pontificia extiende el horizonte e insiste: “la palabra «hermano» indica cada vez más claramente una categoría particular de personas. Hermanos entre sí son los discípulos de Jesús, aquellos que acogen sus enseñanzas”. Por eso recuerda el texto de Mateo 12,48-50: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? [...] Quien hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, es para mí hermano, hermana y madre».
Hermanos de sangre, hermanos de comunidad, hermanos en Cristo
El cardenal subraya que la Pascua marca una nueva etapa: “Gracias a ella, Cristo se convierte en «el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). Los discípulos se vuelven hermanos en un sentido nuevo y muy profundo: comparten no sólo la enseñanza de Jesús, sino también su Espíritu, su vida nueva como resucitado”.
Después de la Pascua, este es el uso más común del término hermano; indica al hermano de la fe, miembro de la comunidad cristiana. Hermanos «de sangre» también en este caso, ¡pero de la sangre de Cristo! Esto hace que la fraternidad de Cristo sea algo único y trascendente, en comparación con cualquier otro tipo de fraternidad, y se debe al hecho de que Cristo también es Dios.
El purpurado subraya que todos los humanos son hermanos en cuanto criaturas del mismo Dios y Padre. “A esto la fe cristiana añade una segunda razón decisiva. Somos hermanos no sólo a título de creación, sino también de redención; no sólo porque todos tenemos el mismo Padre, sino porque todos tenemos al mismo hermano, Cristo, ‘primogénito entre muchos hermanos’”.
La fraternidad se edifica como se construye la paz
“La fraternidad se construye exactamente como se construye la paz, es decir empezando de cerca, por nosotros, no con grandes esquemas, con metas ambiciosas y abstractas. Esto significa que la fraternidad universal comienza para nosotros con la fraternidad en la Iglesia católica” indica Cantalamessa, y añade, el segundo círculo es el ecumenismo.
La división desgarra la fraternidad
El Cardenal pone en evidencia la realidad de la fraternidad en la Iglesia Católica: “¡La fraternidad católica está herida! La túnica de Cristo ha sido desgarrada por las divisiones entre las Iglesias; pero —lo que es peor— cada trozo de la túnica está dividido a menudo, a su vez, en otros trozos”.
A los ojos de Dios, dice Cantalamessa, la Iglesia es «una, santa, católica y apostólica», y permanecerá como tal hasta el fin del mundo. Esto, sin embargo, no excusa nuestras divisiones, sino que las hace más culpables y debe impulsarnos con más fuerza para que las sanemos.
El predicador se cuestiona sobre la causa más común de las divisiones entre los católicos y afirma que no es el dogma, ni los sacramentos ni los ministerios. “Es la opción política, cuando toma ventaja sobre la religiosa y eclesial y defiende una ideología, olvidando del todo el sentido y el deber de la obediencia en la Iglesia (…) Significa que «el reino de este mundo» se ha vuelto más importante, en el propio corazón, que el Reino de Dios”.
Llamados a hacer un serio examen de nuestras conciencias
El Cardenal invita a seguir el ejemplo de Jesús. Él no se alineó con ninguno de los partidos que existían en su tiempo. “La primitiva comunidad cristiana lo siguió fielmente en esta elección. Este es un ejemplo especialmente para los pastores que deben ser pastores de todo el rebaño, no de una sola parte de él. Por eso, son los primeros en tener que hacer un examen serio de conciencia y preguntarse a dónde están llevando a su rebaño: si a su lado, o al lado de Jesús”.
Cultivar la unidad
“Si hay un carisma especial o un don que la Iglesia Católica está llamada a cultivar para todas las Iglesias cristianas, es precisamente la unidad”, insistió el predicador pontificio, quien recordó el reciente viaje del Papa a Iraq: “el viaje del Santo Padre a Irak nos ha hecho sentir de primera mano lo que significa para quienes están oprimidos o han sobrevivido a guerras y persecuciones sentirse parte de un cuerpo universal, con alguien que pueda hacer que el resto del mundo escuche su grito y reviva la esperanza. Una vez más se ha cumplido el mandato de Cristo a Pedro: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
Cantalamessa finaliza la homilía recitando un fragmento de la oración antes de la Comunión:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz os dejo, mi paz os doy». No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad, tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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