El asombro, la adoración y el sínodo
Andrea Tornielli
"Si faltan el asombro y la adoración, no hay camino que nos lleve al Señor. Tampoco habrá sínodo, nada...". Es una frase añadida espontáneamente a la homilía de la misa de la fiesta del Corpus Christi que dice mucho sobre el modo en que el Papa ve el "proceso" que se pondrá en marcha para el próximo sínodo y los caminos sinodales ya en curso. Y dice todo sobre la fuente de cada auténtico camino eclesial. Porque, como expresó Francisco en la misma homilía, "es necesario salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración. Y esto nos hace mucha falta. Esto nos falta en muchos movimientos que nosotros hacemos para encontrarnos, reunirnos, pensar juntos la pastoral”.
En un artículo publicado en La Civiltà Cattolica el pasado mes de septiembre, el Papa Francisco había dejado entrever el juicio al que había llegado sobre un determinado modo de tratar la vieja cuestión de los "viri probati" y la propuesta de ordenar a los hombres casados que surgió en el Sínodo sobre la Amazonia: "Hubo una discusión... una rica discusión... una discusión bien fundamentada, pero no un discernimiento, que es otra cosa que llegar a un buen y justificado consenso o a mayorías relativas. Debemos entender que el Sínodo es más que un Parlamento; y en este caso concreto no podía escapar a esta dinámica. En este tema ha sido un Parlamento rico, productivo e incluso necesario; pero no más que eso".
Sin el asombro (que se produce por gracia y ciertamente no por imposición), y sin la adoración (que también es una consecuencia de la gracia y que tampoco se puede dar por supuesta), la Iglesia se mundaniza y acaba asumiendo categorías políticas e ideológicas. Y así, el protagonista ya no es Aquel sin el cual no podemos hacer nada, sino las estrategias, las tácticas, los fuegos artificiales de la comunicación de marketing, los grupos de presión y las asociaciones con sus respectivas agendas, quizás de signo contrario pero unidos por la ausencia de comunión. Es una distorsión en cierto modo más grave que muchas otras "heridas" y pecados, porque deja vacía y seca desde dentro la dinámica de la vida eclesial, poniendo en primer plano no la escucha del Espíritu Santo sino nuestros proyectos, la eficacia de nuestras estructuras y nuestros planes de reforma. Este es un riesgo del que el Sucesor de Pedro lleva tiempo advirtiendo, como lo hizo recientemente también en la homilía de Pentecostés, cuando recordó que “el Paráclito afirma la primacía del conjunto. Es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad… Hoy, si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda. Si estos son los criterios, quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu. El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposición, y por eso la convierte en ideologías”.
Si faltan el asombro y la adoración, si faltan la escucha del Espíritu y la primacía del conjunto, no habrá sínodo, dijo el Obispo de Roma el domingo pasado. Como mucho, habrá un buen Parlamento.
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