Francisco en la Audiencia: ¿Vivimos bajo el poder de la Ley o como hijos de Dios?
Ciudad del vaticano
El Papa Francisco, en la catequesis de la Audiencia General de este 18 de agosto se pregunta por el papel de la Ley en la Carta a los Gálatas (Gal 3, 23-25). Seguidamente afirma: “En el pasaje que hemos escuchado, Pablo sostiene que la Ley ha sido como un pedagogo. Es una bonita imagen, que merece ser comprendida en su auténtico significado”.
Para comprender el auténtico significado de la ley en el pensamiento paulino, el Papa subraya que “El apóstol parece sugerir a los cristianos dividir la historia de la salvación, y también su historia personal, en dos momentos: antes de haberse hecho creyentes y después de haber recibido la fe”.
Antes y después de la Ley
Entre el antes y el después está el evento de la muerte y resurrección de Jesús. “Por tanto, afirma el Papa, a partir de la fe en Cristo hay un “antes” y un “después” respecto a la misma Ley. La historia precedente está determinada por el estar “bajo la Ley”; la sucesiva va vivida siguiendo al Espíritu Santo (cfr Gal 5,25).
El Papa llama la atención sobre una expresión utilizada por Pablo: estar “bajo la Ley” y afirma: “El Apóstol lo explicita diciendo que cuando uno está “bajo la Ley” se está como “vigilado” o “cerrado”, una especie de custodia preventiva. Este tiempo, dice San Pablo, ha durado mucho, y se perpetúa hasta que se vive en el pecado”.
Francisco subraya que “la Ley lleva a definir la trasgresión y hacer a las personas conscientes del propio pecado. Es más, como enseña la experiencia común, el precepto termina por estimular la trasgresión” y añade: “De forma lapidaria, Pablo fija su visión de la Ley: «El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley» (1 Cor 15,56).
El rol pedagógico de la Ley
El Papa recuerda la función del pedagogo en la antigüedad, que es diferente de la actual: “se trataba de un esclavo que tenía el encargo de acompañar al hijo del amo cuando iba donde el maestro y después acompañarlo de nuevo a casa. Así tenía que protegerlo de los peligros y vigilarlo para que no asumiera comportamientos inadecuados. Su función era más bien disciplinaria. Cuando el joven se convertía en adulto, el pedagogo cesaba sus funciones. El pedagogo al que se refiere Pablo no era el maestro, no: [era] el que acompañaba al niño a la escuela, lo supervisaba y lo llevaba a casa”.
Función positiva de la Ley
En este sentido, dice el Papa, la función pedagógica de la Ley, la Torah, con el pueblo israelita, si bien tuvo elementos restrictivos, “al mismo tiempo había protegido a su pueblo, lo había educado, disciplinado y sostenido en su debilidad, especialmente la protección frente al paganismo; había tantas actitudes paganas en aquellos días”.
Por lo tanto, para el apóstol Pablo, afirma Francisco, “la Ley posee ciertamente su propia función positiva, pero limitada en el tiempo. No se puede extender su duración más allá de toda medida, porque está unida a la maduración de las personas y a su elección de libertad. Una vez que se alcanza la fe, la Ley agota su valor propedéutico y debe ceder el paso a otra autoridad”.
El papa llama la atención de los fieles al afirmar: “¿Qué significa esto? Que cuando se acabe la ley podamos decir: "Creemos en Jesucristo y hacemos lo que queremos..." ¡No! Los mandamientos están ahí, pero no nos justifican. Lo que nos justifica es Jesucristo. Los mandamientos hay que cumplirlos, pero no nos hacen justicia; está la gratuidad de Jesucristo, el encuentro con Jesucristo que nos justifica gratuitamente. El mérito de la fe es recibir a Jesús. El único mérito: abrir el corazón. ¿Y qué hacemos con los mandamientos? Consérvalos, pero como ayuda para el encuentro con Jesucristo”.
Vivir como hijos de Dios
El Obispo de Roma invita a ver la enseñanza sobre el valor de la Ley con cuidado y así evitar malentendidos y dar pasos en falso:
Nos hará bien preguntarnos si todavía vivimos en el período en que necesitamos la Ley, o si somos bien conscientes de que hemos recibido la gracia de convertirnos en hijos de Dios para vivir en el amor. ¿Cómo vivo? ¿Con el temor de que si no lo hago iré al infierno? ¿O también vivo con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo? Es una hermosa pregunta. Y también la segunda: ¿desprecio los mandamientos? No, no lo sé. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo.
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