11 de septiembre, la invitación de los Papas a la reconciliación
Andrea De Angelis - Ciudad del Vaticano
Pocas fechas en la historia tienen un eco similar. Hablar del 11 de septiembre es recordar a los ciudadanos de todas las naciones el atentado terrorista que reescribió la historia del siglo XXI en pocas horas. Han pasado veinte años desde aquel día, que también fue excepcional por la cobertura mediática que permitió seguir en todos los continentes las distintas etapas del atentado, que culminó con el derrumbe de las Torres Gemelas. Hubo 2.996 víctimas, incluidos los 19 terroristas de los cuatro atentados suicidas con aviones. En la semana del 20º aniversario, se identificaron tres víctimas. Un proceso, el del reconocimiento, que nunca se ha detenido en estas dos décadas y que Barbara Sampson, jefa del departamento legal de la ciudad de Nueva York, definió hace unos días como una "obligación sagrada".
La consternación del Papa "más allá del dolor”
El 11 de septiembre de 2001, el Vaticano también recibió imágenes en directo del ataque terrorista. El Papa Juan Pablo II estaba en Castel Gandolfo ese día. Joaquín Navarro-Valls, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede durante más de 20 años, le advirtió. "Llamé, hablé con él directamente. Le dije lo que estaba pasando. Le hablé de las terribles imágenes que la CNN estaba transmitiendo en directo", dijo el estrecho colaborador del Papa Wojtyla en una entrevista con Andrea Tornielli en el décimo aniversario del atentado. "El Papa -leemos- estaba profundamente conmovido, apenado. Pero recuerdo que se preguntó cómo pudo ocurrir un ataque tan atroz. Su consternación ante esas imágenes iba más allá del dolor. Se quedó un rato frente al televisor y luego se retiró a la capilla, que se encuentra a pocos pasos de la sala de televisión. Permaneció en oración durante mucho tiempo. También quería ponerse en contacto con George Bush, para hacerle saber su cercanía, su dolor, su oración. Pero no fue posible contactar con el presidente, que por razones de seguridad volaba en el Air Force One. Así que el Papa decidió enviar un telegrama inmediatamente. Y a la mañana siguiente dedicó la misa a las víctimas del atentado, pidiendo a Dios que diera descanso eterno a las numerosas víctimas y valor y consuelo a sus familias".
La audiencia del 12 de septiembre
De aquella la misa celebrada por las víctimas del atentado, Juan Pablo II habló durante la audiencia general del miércoles 12 de septiembre de 2001. El Papa definió lo ocurrido unas horas antes como "un día tenebroso en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre". Luego, hablando de una " inaudita atrocidad ", expresó su cercanía espiritual a las familias de los muertos y heridos, subrayando que “aun cuando parecen dominar las tinieblas, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra”.
Ayer fue un día tenebroso en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre. Desde que recibí la noticia, seguí con intensa participación el desarrollo de la situación, elevando al Señor mi apremiante oración. ¿Cómo pueden verificarse episodios de una crueldad tan salvaje? El corazón del hombre es un abismo del que brotan a veces planes de inaudita atrocidad, capaces de destruir en unos instantes la vida serena y laboriosa de un pueblo. Pero la fe sale a nuestro encuentro en estos momentos en los que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar una respuesta a los interrogantes que se agitan en nuestro espíritu. Aun cuando parecen dominar las tinieblas, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra. Aquí se funda la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra confianza apoyada en la oración. Con gran afecto me dirijo al amado pueblo de Estados Unidos en esta hora de angustia y desconcierto, en la que se pone a dura prueba el valor de tantos hombres y mujeres de buena voluntad. De manera especial abrazo a los familiares de los muertos y de los heridos, y les aseguro mi cercanía espiritual.
Incluso antes de que el Papa llegara a la Plaza de San Pedro, un altavoz anunció a los fieles presentes una petición especial de Juan Pablo II en lo que sería una audiencia marcada por los "dramáticos acontecimientos" del día anterior. "Precisamente para crear un ambiente de recogimiento y oración -fueron las palabras que se escucharon en la plaza- el Santo Padre desea que no haya aplausos".
Que la paz reine en el mundo
Once días después, durante su viaje apostólico a Armenia y su visita apostólica a Kazajstán, al final del Ángelus rezado en Astana, Juan Pablo II hizo un sentido llamamiento por la paz en el mundo. En esa ocasión, el Papa pidió que los fieles de todas las religiones se unan para "para que cooperen en la construcción de un mundo sin violencia", sin permitir que lo ocurrido en Estados Unidos aumente las divisiones, porque "la religión nunca debe ser utilizada como motivo de conflicto".
Desde esta ciudad, desde Kazajstán, un país que es ejemplo de armonía entre hombres y mujeres de diversos orígenes y creencias, deseo hacer un apremiante llamamiento a todos, cristianos y seguidores de otras religiones, para que cooperen en la construcción de un mundo sin violencia, un mundo que ame la vida y crezca en la justicia y la solidaridad. No debemos permitir que lo que ha sucedido lleve a ahondar las divisiones. La religión nunca debe ser utilizada como motivo de conflicto. Desde este lugar invito a cristianos y musulmanes a orar intensamente al Dios único y todopoderoso, que nos creó a todos, para que reine en el mundo el bien fundamental de la paz. Que las personas de todos los lugares, fortalecidas por la sabiduría divina, trabajen por una civilización del amor, en la que no haya espacio para el odio, la discriminación y la violencia. Con todo mi corazón suplico a Dios que mantenga al mundo en paz. Amén.
Juan Pablo II decidió entonces convocar un nuevo Encuentro de Religiones por la Paz en Asís en enero de 2002, tras el histórico primer encuentro de 1986. En su mensaje de saludo a los Representantes de las distintas religiones del mundo, leemos:
En los momentos de más intenso temor por el destino del mundo, se siente con mayor fuerza el deber de comprometerse personalmente en la defensa y en la promoción del bien fundamental de la paz.
El primer aniversario
El 11 de septiembre de 2002 cayó un miércoles. En la audiencia general, Juan Pablo II recordó lo ocurrido doce meses antes. Lo hizo, en primer lugar, encomendando “a la memoria de Dios" a las víctimas del atentado. El Papa reafirmó con fuerza que “toda persona humana tiene derecho a que se respete su vida y dignidad”, bienes inviolables para Dios, sancionados por el derecho internacional, proclamados por la conciencia humana y que exige la convivencia civil. En lo que Juan Pablo II describió como " tristísimo aniversario", se elevó una oración a Dios para que "para que el amor supere al odio y, con el empeño de todas las personas de buena voluntad, la concordia y la solidaridad se consoliden en todos los rincones de la tierra”. Ya el 1° de enero de ese año, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, Juan Pablo II recordó lo sucedido unos meses antes e hizo hincapié en la justicia y el perdón:
Lo que ha ocurrido recientemente, con los hechos sangrientos que acabamos de recordar, me ha impulsado a continuar una reflexión que brota a menudo de lo más hondo de mi corazón, al rememorar acontecimientos históricos que han marcado mi vida, especialmente en los años de mi juventud. Los indecibles sufrimientos de los pueblos y de las personas, entre ellas no pocos amigos y conocidos míos, causados por los totalitarismos nazi y comunista, siempre me han interpelado íntimamente y animado mi oración. Muchas veces me he detenido a pensar sobre esta pregunta: ¿cuál es el camino que conduce al pleno restablecimiento del orden moral y social, violado tan bárbaramente? La convicción a la que he llegado, razonando y confrontándome con la Revelación bíblica, es que no se restablece completamente el orden quebrantado, si no es conjugando entre sí la justicia el perdón. Los pilares de la paz verdadera son la justicia y esa forma particular del amor que es el perdón.
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