El Papa: debemos pedir la gracia del llanto
María siguió a su Hijo en todo, incluso en la santidad de los sentimientos, las emociones, hasta en la risa y el llanto, por eso “las lágrimas de María son un reflejo de las lágrimas de Jesús”. El Santo Padre Francisco, al recibir a la Comunidad Pastoral de Nuestra Señora de las Lágrimas de Treviglio en la mañana del sábado 23 de abril, meditó sobre las lágrimas de María, la primera discípula del Señor: lágrimas de alegría cuando dio a luz a Jesús, lágrimas amargas cuando, al final, lo siguió a lo largo del camino doloroso, y cuando estuvo a los pies de la cruz.
Las lágrimas de María fueron transformadas por la gracia de Cristo, como toda su vida, todo su ser, todo en María se transfigura en perfecta unión con el Hijo, con su misterio de salvación. Por eso, cuando María llora, sus lágrimas son un signo de la compasión de Dios que nos perdona siempre, del dolor de Cristo por nuestros pecados, por el mal que aflige a la humanidad, especialmente a los pequeños, a los inocentes.
La guerra está destruyendo a todos los pueblos involucrados
El corazón del Papa no se aleja de Ucrania tampoco en esta ocasión, y piensa en las lágrimas de María que son “signo del llanto de Dios por las víctimas de la guerra” que está destruyendo “no sólo” ese país y dice:
Seamos valientes y digamos la verdad: está destruyendo a todos los pueblos involucrados en la guerra. Todos. Porque la guerra no sólo destruye al derrotado, no, también destruye al vencedor; también destruye a los que la miran con noticias superficiales para ver quién es el vencedor, quién es el vencido. La guerra destruye a todos. Cuidado con esto.
A su Corazón Inmaculado hemos confiado nuestra súplica, y estamos seguros de que la Madre la ha aceptado e intercede por la paz, porque ella es la Reina de la Paz, es la Madre de la Paz. Y mañana será el Domingo de la Misericordia. Ella es la Madre de la Misericordia. Sabe lo que significa “misericordia”, porque la tomó de Dios.
Dios es un inquieto: quiere perdonar, perdonar, perdonar
María, nuestra Madre, enseña a no avergonzarse de las lágrimas: no -dice Francisco-, no debemos avergonzarnos de llorar”, porque “los santos nos enseñan que las lágrimas son un don, a veces una gracia, un arrepentimiento, una liberación del corazón”.
Llorar significa abrirse, romper el caparazón de un ego cerrado en sí mismo y abrirse al Amor que nos abraza, que siempre está esperando para perdonarnos. Así es el corazón de Dios. Dios está en espera. ¿En espera de qué? Del perdón, de perdonarnos. Es un inquieto, un incorregible: quiere perdonar, perdonar, perdonar… Solamente pide que nosotros le pidamos el perdón. Abrirse al Padre bueno y también abrirse a los hermanos. Dejarse enternecer, dejarse conmover por las heridas de los que encontramos en el camino; saber compartir, saber acoger, saber alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran.
Debemos pedir la gracia de llorar
“Creo que nosotros, en nuestro tiempo -hablo en general- hemos perdido la costumbre de llorar ‘bien’”, continúa diciendo el Papa Francisco, que observa que “tal vez lloramos cuando sucede algo que nos conmueve o cuando cortamos la cebolla”. “Nuestra civilización, nuestros tiempos, han perdido el sentido del llanto” lamenta; del llanto “que sale del corazón, como el de Pedro cuando se arrepintió”.
Debemos pedir la gracia de llorar ante las cosas que vemos, ante el uso que se hace de la humanidad, no sólo ante las guerras, sino ante el descarte, los viejos descartados, los niños descartados incluso antes de nacer... Tantos dramas de descarte: el pobre que no tiene de qué vivir es descartado; las plazas, las calles llenas de indigentes... Las miserias de nuestro tiempo deben hacernos llorar y necesitamos llorar.
Francisco indica, entonces, una oración a elevar al Señor:
"Señor, tú que has hecho brotar agua de la roca, haz que broten lágrimas de la roca de mi corazón". El corazón de piedra que ha olvidado cómo llorar. Por favor, pidamos la gracia de llorar. Todos nosotros.
Que el Espíritu de Jesús moldee nuestros sentimientos y acciones
Porque “debemos dejarnos conmover por las heridas de los que encontramos en el camino, saber compartir, saber acoger, saber alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran”, el Santo Padre pide aprender de María un estilo pastoral: el de Dios, que es ternura, compasión y cercanía.
Todos debemos aprender siempre de María a seguir a Jesús, a dejar que su Espíritu moldee nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros planes y nuestras acciones según el corazón de Dios. Para que, como dice una hermosa oración litúrgica, "no prevalezcan en nosotros nuestros sentimientos, sino la acción de su Santo Espíritu".
“Tenemos tanta necesidad de llorar”, termina diciendo el Santo Padre, que agradece la visita a la Comunidad que nos hizo “volver a meditar en las lágrimas de nuestra Madre”.
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