El Papa Francisco: Redescubrir el Vaticano II para afrontar juntos el futuro
PAPA FRANCISCO
El Concilio Ecuménico Vaticano II, fuertemente deseado por San Juan XXIII y llevado a término por San Pablo VI, fue un acontecimiento de gracia para la Iglesia y para el mundo. Un evento cuyos frutos no se han agotado.
Sí, podemos decir que el último Concilio Ecuménico no ha sido aun plenamente comprendido, vivido y aplicado. Estamos en un camino, y una etapa fundamental de este camino es la que estamos viviendo con el Sínodo, que nos pide salir de la lógica del "siempre se ha hecho así", de la aplicación de los mismos esquemas de siempre, del reduccionismo que acaba por querer enmarcar todo siempre en lo ya conocido y practicado.
Un libro como éste, que nos ayuda a redescubrir la inspiración del Concilio y cómo paso a paso este acontecimiento transformó la vida de la Iglesia, es una oportunidad para afrontar mejor el camino sinodal, que está hecho sobre todo de escucha, de implicación, de capacidad de dar cabida al soplo del Espíritu, dejándole a Él la guía.
Hemos recibido mucho del Concilio Ecuménico Vaticano II. Hemos profundizado, por ejemplo, en la importancia del pueblo de Dios, categoría central en los textos conciliares, recordada nada menos que ciento ochenta y cuatro veces, que nos ayuda a comprender que la Iglesia no es una élite de sacerdotes y consagrados y que cada bautizado es un sujeto activo de la evangelización.
No se entendería el Concilio, ni el actual camino sinodal, si no se pusiera la evangelización en el centro de todo. Somos testigos pecadores del Resucitado y anunciamos al mundo -no por nuestros méritos ni por nuestras capacidades- a Aquel que venció a la muerte, a Aquel que nos salvó y que nos sigue salvando resucitando con infinita misericordia. La gran asamblea ecuménica se inspiró en la necesidad de testimoniar y proclamar con nuevas palabras el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús y su presencia entre nosotros. Había un mundo que se alejaba del cristianismo y mostraba, más que aversión, indiferencia. El Concilio nació de este impulso, de esta pregunta: ¿cómo podemos hablar de Jesús a los hombres y mujeres de hoy?
Desde entonces hemos recorrido un largo camino, que no ha estado exento de dificultades y decepciones. También hoy corremos el riesgo de caer en la tentación del desánimo y del pesimismo, cuando fijamos nuestra mirada en los males que afligen al mundo en lugar de mirar al mundo con los ojos de Jesús, es decir, considerándolo un campo de cosecha, donde podemos sembrar con paciencia y con esperanza. Repasar la historia del Concilio y, sobre todo, vivir el presente del Sínodo con un corazón abierto y libre, para hacer resonar en los que nos encontramos la ternura de Dios y su cercanía a todos, es el modo en que aprendemos a no desanimarnos y a abandonar toda tentación de confiar en nosotros mismos, en nuestras propias proezas y estrategias, para dejar espacio a Él.
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