La pobreza es una fragilidad que une primero a Dios
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
Caminar juntos detrás de Jesús "para estar con Él, para escucharlo, para observarlo": ésta es la invitación que el Santo Padre dirigió esta mañana a los cistercienses de la Común Observancia reunidos en la Sala Clementina del Palacio Apostólico con motivo de la celebración de su Capítulo General.
Es un camino que hay que hacer "cada uno con su propio paso", "con su propia historia, única e irrepetible, pero juntos", en comunidad, precisó Francisco, como lo hicieron los doce "que estaban siempre con Jesús y caminaban con Él". No se habían elegido, sino que habían sido elegidos, y "no siempre fue fácil llevarse bien: eran diferentes entre sí", cada uno con sus propios defectos y su orgullo", les dijo el Papa.
Abrirse a los demás y caminar unidos en la Iglesia
El Papa la llamó la "común observancia de Cristo", y les explicó que esto "implica un compromiso constante de conversión", abriéndose y saliendo al encuentro de los demás. Esto "también se aplica a la comunidad", que no debe ser autorreferencial sino "extrovertida, acogedora y misionera", les dijo. Es una modalidad que se debe también al Espíritu Santo, que "da lugar a una gran variedad de carismas y formas de vida, una gran 'sinfonía'”, si bien esta última es posible donde no existe "un ir caótico, sin un orden particular”, sino "un ir juntos, todos sintonizados en el único corazón de la Iglesia, que es el amor".
Un espíritu misionero que valoriza las diversidades
A los cistercienses que, abriéndose a la labor misionera, se proponen valorizar "también la complementariedad entre lo masculino y lo femenino, así como la diversidad cultural entre los miembros asiáticos, africanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos", el Papa les manifestó su aprecio y agradeció a estos religiosos su compromiso en esta dirección.
Más pobre para estar más disponible para Dios
Por último, el Papa Francisco animó a los religiosos a "una mayor pobreza, tanto de espíritu como de bienes, para estar más disponibles para el Señor", con todas sus fuerzas y debilidades, invitándolos a alabar a Dios "por la vejez y por la juventud, por la enfermedad y por la buena salud, por las comunidades en ‘el otoño’ y por las que están "en la primavera", señalando que lo esencial es "no dejar que el maligno nos robe la esperanza". Esperanza de la que está llena la pobreza evangélica, como enseña Jesús en su discurso sobre las bienaventuranzas: "Bienaventurados ustedes, los pobres, porque suyo es el reino de Dios".
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