El Papa en la catequesis: El deseo, la brújula que nos guía hacia la plenitud
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“El deseo es la brújula para entender dónde me encuentro y dónde estoy yendo, es más, es la brújula para entender si estoy detenido o estoy caminando, una persona que jamás desea, es una persona estática, tal vez enferma, casi muerta”, lo dijo el Papa Francisco en la audiencia general de este miércoles, 12 de octubre, continuando con su ciclo de catequesis sobre el discernimiento, en esta ocasión reflexionando sobre “el deseo” como elemento constitutivo del discernimiento.
Nostalgia de plenitud que no encuentra plena satisfacción
En su catequesis, el Santo Padre recordó que, estamos repasando los elementos del discernimiento. “Después de la oración y el conocimiento de sí, hoy – dijo el Papa – quisiera hablar de otro ‘ingrediente’ indispensable: hoy quisiera hablar del deseo. De hecho, el discernimiento es una forma de búsqueda, y la búsqueda nace siempre de algo que nos falta pero que de alguna manera conocemos”. Los maestros espirituales lo indican con el término “deseo”, que, en la raíz, es una nostalgia de plenitud que no encuentra nunca plena satisfacción, y es el signo de la presencia de Dios en nosotros. “El deseo – señaló el Pontífice – no son las ganas del momento. La palabra italiana viene de un término latín muy hermoso, de-sidus, literalmente “la falta de la estrella”, la falta del punto de referencia que orienta el camino de la vida; esta evoca un sufrimiento, una carencia, y al mismo tiempo una tensión para alcanzar el bien que falta”.
¿Cómo es posible reconocer el deseo?
Para reconocerlo, dijo el Papa Francisco, es necesario estar atentos, ya que, “un deseo sincero sabe tocar en profundidad las cuerdas de nuestro ser, por eso no se apaga frente a las dificultades o a los contratiempos”. Es como cuando tenemos sed: si no encontramos algo para beber, esto no significa que renunciemos, es más, la búsqueda ocupa cada vez más nuestros pensamientos y nuestras acciones, hasta que estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio para apaciguarlo. Obstáculos y fracasos no sofocan el deseo, al contrario, lo hacen todavía más vivo en nosotros.
El deseo dura en el tiempo y tiende a concretizarse
A diferencia de las ganas o de la emoción del momento, el Santo Padre precisó que, el deseo dura en el tiempo, un tiempo también largo, y tiende a concretizarse. Si, por ejemplo, un joven desea convertirse en médico, tendrá que emprender un recorrido de estudios y de trabajo que ocupará algunos años de su vida, como consecuencia tendrá que poner límites, decir algún “no”, en primer lugar, a otros recorridos de estudio, pero también a posibles entretenimientos o distracciones, especialmente en los momentos de estudio más intenso. Pero, el deseo de dar una dirección a su vida y de alcanzar esa meta le consiente superar estas dificultades.
Jesús nos invita a aclarar el corazón
En efecto, indicó el Papa Francisco, un valor se vuelve bello y más fácilmente realizable cuando es atractivo. Como alguno dijo, «más que ser bueno es importante tener las ganas de serlo». Llama la atención el hecho de que Jesús, antes de realizar un milagro, a menudo pregunta a la persona sobre su deseo: ¿quieres ser sanado? Y a veces esta pregunta parece estar fuera de lugar. Por ejemplo, cuando encuentra al paralítico en la piscina de Betesda, que estaba allí desde hacía muchos años y nunca encontraba el momento adecuado para entrar en el agua. Jesús le pregunta: «¿Quieres curarte» (Jn 5,6). ¿Por qué? En realidad, la respuesta del paralítico revela una serie de resistencias extrañas a la sanación, que no tienen que ver solo con él. La pregunta de Jesús era una invitación a aclarar su corazón, para acoger un posible salto de calidad: no pensar más en sí mismo y en la propia vida “de paralítico”, transportado por otros. Pero el hombre en la camilla no parecer estar tan convencido.
Las quejas no dejan crecer el deseo
Luego, hablando sin seguir su discurso escrito, el Papa Francisco advirtió de tener cuidado con las quejas, porque son el veneno del alma. Y para explicar esto, puso como ejemplo ese paralítico del cual habla el Evangelio, que decía: 'Sí, sí, quiero, quiero' pero no quiero no hago nada. “El querer hacer – subrayó el Papa – se convierte en una ilusión y uno no da el paso para hacerlo. Las personas que quieren y no quieren. Es feo esto y este enfermo 38 años allí, pero siempre con las quejas. Pero, cuidado que las quejas son veneno, veneno para el alma, veneno para la vida porque no te hacen crecer las ganas de seguir. Tenga cuidado con las quejas. Cuando se quejan en la familia, los cónyuges se quejan, se quejan unos de otros, los hijos de papá o los sacerdotes del obispo o los obispos de tantas otras cosas.
Valorar con calma lo que realmente queremos
A menudo, indicó el Santo Padre, es precisamente el deseo lo que marca la diferencia entre un proyecto exitoso, coherente y duradero, y las mil ambiciones y los tantos buenos propósitos de los que, como se dice, “está empedrado el infierno”. La época en la que vivimos – precisó el Pontífice – parece favorecer la máxima libertad de elección, pero al mismo tiempo atrofia el deseo, mayormente reducido a las ganas del momento. Estamos bombardeados por miles de propuestas, proyectos, posibilidades, que corremos el riesgo de distraernos y no permitirnos valorar con calma lo que realmente queremos.
Pedir a Dios que nos ayude a conocer el deseo profundo de Él
Finalmente, el Papa Francisco dijo que, muchas personas sufren porque no saben qué quieren hacer con su vida; probablemente nunca han tomado contacto con su deseo profundo. De aquí el riesgo de trascurrir la existencia entre intentos y expedientes de diversa índole, sin llegar nunca a ningún lado, o desperdiciando oportunidades valiosas. Y así algunos cambios, aunque queridos en teoría, nunca son realizados cuando se presenta la ocasión.
Si el Señor nos dirigiera, hoy, la pregunta que hizo al ciego de Jericó: «¿Qué quieres que te haga?» (Mc 10,51), ¿qué responderíamos? Quizá, podríamos finalmente pedirle que nos ayude a conocer el deseo profundo de Él, que Dios mismo ha puesto en nuestro corazón. Y darnos la fuerza de concretizarlo. Es una gracia inmensa, en la base de todas las demás: consentir al Señor, como en el Evangelio, de hacer milagros por nosotros.
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