"Dejémonos sorprender por la presencia de Dios que nos espera entre los pobres"
Cecilia Mutual - Vatican News
“Vamos al encuentro de Dios amando porque Él es amor”. Con estas palabras el Papa indicó cómo vivir la espera del encuentro con el Señor, al presidir en la mañana del miércoles 2 de noviembre, la Santa Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos durante el año, en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro.
Francisco inició su homilía centrando su reflexión en dos palabras que le suscitaron las lecturas leídas durante la Liturgia de la Palabra: expectación y sorpresa.
La expectación expresa el sentido de la vida, porque vivimos a la espera del encuentro: el encuentro con Dios, que es el motivo de nuestra oración de intercesión de hoy, especialmente por los cardenales y obispos fallecidos durante el último año, por los que ofrecemos este sacrificio eucarístico en sufragio.
No perder de vista lo que cuenta
“Todos vivimos a la expectativa” esperando escuchar un día aquellas palabras de Jesús: "Vengan, benditos de mi Padre", precisó el Papa. “Estamos en la sala de espera del mundo para entrar en el cielo”, añadió, invitando alimentar nuestra expectativa del Cielo, a ejercitar nuestro deseo del Paraíso y preguntarnos hoy si nuestros deseos tienen algo que ver con el Cielo.
Porque corremos el peligro de aspirar constantemente a cosas que pasan, de confundir los deseos con las necesidades, de anteponer las expectativas del mundo a las de Dios. Pero perder de vista lo que cuenta para perseguir el viento sería el error más grande de la vida. Miremos hacia lo alto, porque estamos en camino hacia lo Alto, mientras que las cosas de aquí abajo no irán allí: las mejores carreras, los más grandes éxitos, los títulos y los reconocimientos más prestigiosos, las riquezas acumuladas y las ganancias terrenales, todo se desvanecerá en un instante, todo. Y todas las expectativas depositadas en ellos se verán defraudadas para siempre.
Y, sin embargo, notó el Pontífice, ¡cuánto tiempo, cuánto esfuerzo y energía gastamos preocupándonos y afligiéndonos por estas cosas, “dejando que la tensión hacia casa se desvanezca, perdiendo de vista el sentido del viaje”. Por eso, invitó a cada uno a preguntarse si vive lo que dice el Credo: “¿espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo que vendrá? ¿Voy a lo esencial o me distraigo en tantas cosas superfluas?”
La sorpresa ante el Señor
La segunda palabra, “sorpresa”, emerge del capítulo 25 de Mateo, y es “similar a la de los protagonistas” del Evangelio, afirmó el Papa, cada vez que le preguntan al Señor cuándo lo han ayudado. “Así se expresa la sorpresa de todos, el asombro de los justos y la consternación de los injustos”.
¿Cuándo? Lo podremos decir también nosotros: esperaríamos que el juicio sobre la vida y el mundo tuviera lugar bajo la bandera de la justicia, ante un tribunal decisivo que, examinando todos los elementos, arrojara luz sobre las situaciones y las intenciones para siempre. En cambio, en el tribunal divino, la única línea de mérito y de acusación es la misericordia hacia los pobres y los descartados: "Todo lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron", juzga Jesús (v. 40). El Altísimo habita en los más pequeños, el que habita en los cielos habita entre los más insignificantes del mundo. ¡Qué sorpresa!
Amar "a fondo perdido" como Jesús
“Pero el juicio se hará así porque será Jesús, el Dios del amor humilde, el que, nacido y muerto pobre, vivió como siervo”, aseguró el Papa. “Su medida es un amor que va más allá de nuestras medidas, y su criterio de juicio es la gratuidad”. De aquí su invitación a prepararnos y a “amar gratuitamente y a fondo perdido, sin esperar reciprocidad”. Y la exhortación a no dejarnos sorprender también nosotros:
Estemos atentos a no endulzar el sabor del Evangelio. Porque a menudo, por comodidad o por conveniencia, tendemos a suavizar el mensaje de Jesús, a diluir sus palabras. Reconozcámoslo, nos hemos vuelto bastante buenos para hacer concesiones con el Evangelio: dar de comer a los hambrientos sí, pero el tema del hambre es complejo y ciertamente no puedo resolverlo. Ayudar a los pobres sí, pero las injusticias tienen que ser tratadas en un cierto modo y entonces es mejor esperar, también porque si te comprometes entonces te arriesgas a que te molesten todo el tiempo y quizás te das cuenta de que podrías haberlo hecho mejor. Estar cerca de los enfermos y de los encarcelados, sí, pero en las portadas de los periódicos y en las redes sociales hay otros problemas más acuciantes, y entonces ¿por qué justamente yo debo interesarme por ellos? Acoger a los inmigrantes sí, pero es una cuestión general complicada, tiene que ver con la política... Y así, a fuerza de peros, hacemos de la vida un compromiso con el Evangelio.
El programa del cristiano es un corazón que ve
De esta manera, subrayó el Papa, “de simples discípulos del Maestro pasamos a ser maestros de la complejidad, que argumentan mucho y hacen poco, que buscan respuestas más frente al ordenador que frente al Crucifijo, en internet más que en los ojos de los hermanos” y olvidamos que "el programa del cristiano es un corazón que ve" (Benedicto XVI, Deus caritas est, 31). Y a la pregunta que se hacen sorprendidos tanto los justos como los injustos, el Papa respondió:
La respuesta es sólo una: el cuándo es ahora. Está en nuestras manos, en nuestras obras de misericordia: no en las puntualizaciones y en los análisis refinados, no en las justificaciones individuales o sociales. En nuestras manos, y nosotros somos responsables. Hoy el Señor nos recuerda que la muerte viene a hacer verdad sobre la vida y elimina todos los atenuantes de la misericordia.
“No podemos decir que no sabemos”, concluyó el Santo Padre. “El Evangelio explica cómo vivir la espera: vamos al encuentro de Dios amando porque Él es amor. Y el día de nuestra despedida, la sorpresa será feliz si ahora nos dejamos sorprender por la presencia de Dios, que nos espera entre los pobres y heridos del mundo”.
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