El vínculo entre Ratzinger y San Agustín: "Guía para mi vida de teólogo y pastor"
Tiziana Campisi - Ciudad del Vaticano
Benedicto XVI y San Agustín. El pensamiento y la teología del 264º sucesor de Pedro están impregnados de las enseñanzas y los escritos del gran Padre de la Iglesia, pero Joseph Ratzinger ya sentía afinidades con la personalidad del obispo de Hipona cuando era estudiante. Alimentaba una especial devoción y gratitud hacia esa figura a la que se sentía muy unido por el papel que había desempeñado en su vida como teólogo, sacerdote y pastor. Lo dijo varias veces durante su pontificado. En la última de las cinco catequesis que le dedicó -entre enero y febrero de 2008-, en el ciclo de audiencias generales en las que trató de los Padres de la Iglesia, ante la tumba de San Agustín en Pavía, en abril del mismo año, y con anterioridad a los estudiantes del Seminario Mayor Romano, el 17 de febrero de 2007. En la época de sus primeros estudios filosóficos y teológicos, en la segunda mitad de los años cuarenta, se sintió especialmente atraído por la figura de San Agustín y por ese atribulado viaje interior que emprendió para creer y comprender y, al mismo tiempo, para comprender y creer, para hacer dialogar, en definitiva, fe y razón. Un diálogo que Ratzinger prosiguió y desarrolló a lo largo de toda su vida.
La fascinación de la historia humana del obispo de Hipona
“Me impresionaba sobre todo la gran humanidad de san Agustín, -explicó Benedicto XVI a los seminaristas-, que no tuvo la posibilidad de identificarse con la Iglesia como catecúmeno desde el inicio, sino que, por el contrario, tuvo que luchar espiritualmente para encontrar poco a poco el acceso a la palabra de Dios, a la vida con Dios, hasta que pronunció el gran ‘sí’ a su Iglesia”.
Y es, en particular, la historia personal del filósofo de Tagaste la que impresiona a Ratzinger, "Fue un camino muy humano, donde también nosotros podemos ver hoy cómo se comienza a entrar en contacto con Dios, cómo hay que tomar en serio todas las resistencias de nuestra naturaleza, canalizándolas para llegar al gran ‘sí’ al Señor. Así me conquistó su teología tan personal, desarrollada sobre todo en la predicación".
La tesis "agustiniana" en teología
Retrocediendo en el tiempo, en la trayectoria de Ratzinger como académico, teólogo y pastor y en su vida personal, la figura del obispo de Hipona está siempre presente. Fue con una disertación sobre la relación entre el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo en Agustín -'Pueblo y Casa de Dios en la Doctrina de la Iglesia de San Agustín'- que en 1953 el prometedor Joseph, ya sacerdote y brillante académico, tomó como punto de partida lo que el Doctor de la Iglesia escribe en la 'Exposición sobre el Salmo 149', y obtuvo su licenciatura en Teología en la Universidad de Múnich. La tesis fue publicada y en el prefacio a la edición italiana de 1978 Ratzinger esbozó el resultado central de su investigación, precisando que "la relectura cristológica del Antiguo Testamento y la vida sacramental centrada en la Eucaristía son los dos elementos principales de la visión agustiniana de la Iglesia".
El deseo de una vida contemplativa
Pero hay otro aspecto de la vida de san Agustín que Benedicto XVI quiso subrayar durante su visita al Seminario Mayor Romano, con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de la Confianza: su deseo de vivir, inicialmente, "una vida puramente contemplativa, escribir más libros de filosofía..., pero el Señor no quería eso; lo llamó a ser sacerdote y obispo; de este modo, todo el resto de su vida, de su obra, se desarrolló fundamentalmente en el diálogo con un pueblo muy sencillo. Por una parte, siempre tuvo que encontrar personalmente el significado de la Escritura; y, por otra, debía tener en cuenta la capacidad de esa gente, su contexto vital, para llegar a un cristianismo realista y, al mismo tiempo, muy profundo". Era lo mismo que quería Ratzinger: retirarse de la vida pública para dedicarse a la meditación y al estudio. Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, solicitó repetidamente una licencia que Juan Pablo II no le concedió.
Su primera Encíclica: Deus caritas est
Elegido Papa el 16 de abril de 2005, pocos meses después, el día de Navidad, Benedicto XVI entregó a la Iglesia su primera carta encíclica, Deus caritas est, dedicada al amor cristiano. Fue de nuevo San Agustín quien le inspiró. Su deseo de "hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás" lo expresa en un tratado dividido en dos grandes partes "íntimamente relacionadas entre sí". La primera con un carácter más especulativo, con la que quiso precisar —al comienzo de su pontificado— “algunos puntos esenciales sobre el amor que Dios, de manera misteriosa y gratuita, ofrece al hombre y, a la vez, la relación intrínseca de dicho amor con la realidad del amor humano”. La segunda con “una índole más concreta”, que trata “de cómo cumplir de manera eclesial el mandamiento del amor al prójimo”.
En el párrafo que precede a la conclusión, un resumen del concepto de amor, la única luz "que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar". "El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica.".
Peregrino a la tumba de San Agustín
El 22 de abril de 2007, en una visita a Pavía, Benedicto XVI dejó aún más clara su cercanía a san Agustín. Con viva emoción, en la basílica de San Pedro in Ciel d'Oro, donde reposan los restos del "Doctor de la Gracia", reveló que era su deseo venerarlos: "para rendir el homenaje de toda la Iglesia católica a uno de sus ‘padres’ más destacados, así como para manifestar mi devoción y mi gratitud personal hacia quien ha desempeñado un papel tan importante en mi vida de teólogo y pastor, pero antes aún de hombre y sacerdote". Y ante la tumba del obispo de Hipona, visiblemente emocionado, el Papa Ratzinger quiso también "entregar idealmente a la Iglesia y al mundo” su primera encíclica, que “debe mucho al pensamiento de san Agustín, que fue un enamorado del amor de Dios, y lo cantó, meditó, predicó en todos sus escritos, y sobre todo lo testimonió en su ministerio pastoral”. Y afirmó también que "la humanidad contemporánea necesita este mensaje esencial, encarnado en Cristo Jesús: Dios es amor. Todo debe partir de esto y todo debe llevar a esto: toda actividad pastoral, todo tratado teológico”. Y que “todos los carismas carecen de sentido y de valor sin el amor; en cambio, gracias al amor todos ellos contribuyen a edificar el Cuerpo místico de Cristo”. Añadió que “el mensaje que repite también hoy san Agustín a toda la Iglesia, y en particular a esta comunidad diocesana que con tanta veneración conserva sus reliquias, es el siguiente: el Amor es el alma de la vida de la Iglesia y de su actividad pastoral”.
Un símbolo "agustiniano" en el escudo papal
Y no hay que olvidar que para su escudo papal Benedicto XVI ha elegido, entre otros símbolos, una concha, que también tiene un significado agustiniano. De hecho, recuerda una leyenda que tiene como protagonista al filósofo de Tagaste. Se cuenta que Agustín vio en una playa a un niño que sacaba continuamente agua del mar con una concha y luego la vertía en un agujero excavado en la arena, y le pidió una explicación. El joven respondió que quería echar toda el agua del mar en aquel agujero. "Agustín entendió la referencia a su vano esfuerzo por tratar de hacer entrar la infinitud de Dios en la limitada mente humana", reza la página que el portal Vatican.va dedicó al escudo de Benedicto XVI. La leyenda tiene un evidente simbolismo espiritual, para invitarnos a conocer a Dios, aunque sea en la humildad de las insuficientes capacidades humanas, recurriendo a la inagotabilidad de la enseñanza teológica".
La estatua de San Agustín en el Monasterio Mater Ecclesiae
Llama la atención que en la capilla del Monasterio Mater Ecclesiae, en los Jardines Vaticanos, donde fue velado el cuerpo de Benedicto XVI para dar el último adiós a sus más allegados, cardenales, prelados, laicos, amigos, antiguos colaboradores, estudiantes, familias, religiosos y religiosas, haya también una estatua de San Agustín. Se puede ver delante del altar. Se trata de un antiguo simulacro de madera que muestra signos del paso del tiempo; el obispo de Hipona está representado con los ornamentos de un prelado. No cabe duda de que es el gran padre de la Iglesia; a su lado hay un niño que sostiene una concha. Es el protagonista de esa leyenda agustiniana que Benedicto XVI quiso recordar en su escudo precisamente con una concha, que también está presente en el escudo del antiguo monasterio de Schotten, cerca de Ratisbona, al que Joseph Ratzinger se sentía espiritualmente muy unido, y que es también el símbolo del peregrino. Justo donde terminó la peregrinación terrenal de Benedicto XVI, San Agustín parece dar testimonio de lo que Joseph Ratzinger dio al mundo.
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