El Papa: "Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor"
Vatican News
Tras haber almorzado en la sede de la Nunciatura apostólica, después de haber celebrado la misa esta mañana en el en el Aeropuerto de Ndolo, en Kinsasa, el Papa Francisco se reunió a las 16.30 con las víctimas del Este de la República Democrática del Congo.
Este esperado encuentro se llevó a cabo en el salón de la Representación Pontificia y comenzó con el canto. A continuación se proyectó un vídeo y el Santo Padre, antes de tomar la palabra, escuchó, uno a uno, el testimonio de las víctimas procedentes de Butembo-Beni; Goma; Bunia; Bukavu y Uvira. Después de la alocución del Papa se llevó a cabo la asunción de un compromiso de perdón por parte de las víctimas presentes y el acto concluyó con la bendición del Pontífice.
En este tercer discurso, del segundo día de su estancia en esta nación, el Papa Francisco agradeció ante todo los testimonios que le ofrecieron las víctimas y afirmó textualmente:
“Ante la violencia inhumana que han visto con sus ojos y experimentado en su propia carne, nos quedamos impresionados. Y no hay palabras; sólo llorar, permaneciendo en silencio. Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca; aquí y en otros sitios, muchos de nuestros hermanos y hermanas, hijos de la misma humanidad, son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando”.
Al dirigirse a los queridos habitantes del Este, el Santo Padre les manifestó su cercanía afirmando que sus lágrimas son las suyas, al igual que su dolor.
Tras manifestar que “su mirada tierna y compasiva” se posa sobre ellos, mientras “los violentos los tratan como objetos”, el Obispo de Roma agregó que “el Padre que está en los cielos mira su dignidad y le dice a cada uno: ‘Tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo’ (Is 43, 4)”.
Condena del Papa
“En su nombre, junto a las víctimas y a quienes se comprometen por la paz, la justicia y la fraternidad – prosiguió el Papa – condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar”.
“Causa vergüenza – dijo también Francisco – e indigna saber que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta gente, son alimentadas no sólo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas”. De ahí su invocación “al Padre que está en los cielos, que quiere que todos en la tierra seamos hermanos y hermanas”. Y prosiguió:
Además, el Obispo de Roma explicó que “se trata de conflictos que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socio-económico, que causan heridas difíciles de sanar. Son luchas en las que se entrecruzan dinámicas étnicas, territoriales y de grupos; conflictos que tienen que ver con la propiedad de la tierra; con la ausencia o la debilidad de las instituciones; con odios en los que se introduce la blasfemia de la violencia en nombre de un dios falso”.
La guerra desatada por una insaciable avidez
Vehemente llamamiento de Francisco
Francisco dirigió “un vehemente llamado a todas las personas y entidades, internas y externas, “que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola”.
Y les pidió que “escuchen el grito de su sangre”, que “presten atención a la voz de Dios, que los llama a la conversión y escuchen la voz de su conciencia”:
El Papa también preguntó a estos queridos hermanos y hermanas, y a nosotros, “¿qué podemos hacer? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo actuar para promover la paz?”. Hoy quisiera proponerles comenzar de nuevo con dos “no” y dos “sí”, les dijo.
En primer lugar, no a la violencia
“En primer lugar – afirmó Francisco – no a la violencia, siempre y en cualquier caso, sin condiciones y sin ‘peros’. Amar a la propia gente no significa alimentar el odio hacia los demás. Al contrario, querer al propio país supone negarse a ceder ante los que incitan al uso de la fuerza. Es un engaño trágico. El odio y la violencia nunca son aceptables, nunca son justificables, nunca son tolerables, con mayor razón para los cristianos. El odio sólo genera más odio y la violencia, más violencia”.
A los queridos congoleses, el Santo Padre les pidió que “no se dejen seducir por personas o grupos que incitan a la violencia en su nombre”. Porque “Dios es Dios de la paz y no de la guerra”.
El Pontífice añadió que “el que vive de la violencia, en efecto, nunca vive bien; piensa que salva su vida y, en cambio, es devorado por un torbellino de mal que, llevándolo a combatir a los hermanos y a las hermanas con los que ha crecido y vivido durante años, lo mata por dentro”.
Extirpar las raíces de la violencia
Sin embargo, el Santo Padre puso de manifiesto que “para decir verdaderamente ‘no’ a la violencia no es suficiente evitar actos violentos; es necesario extirpar las raíces de la violencia”. Y tras dirigir su pensamiento a la codicia, la envidia y al rencor, el Papa dijo: “Mientras me inclino con respeto ante el sufrimiento que tantos han padecido, quisiera pedirles a todos que se comporten como nos han sugerido ustedes, testigos valerosos, que tienen la fuerza de desarmar el corazón”.
Por otra parte, el Papa señaló el deber de denunciar el mal, para que la impunidad y condonación de las atrocidades no siga adelante “como si nada pasara”.
Decir “no” no nos hace débiles
También reafirmó que decir “no” a todo eso no nos hace débiles, sino “libres, porque nos da paz”.
No a la resignación
Además, Francisco les dijo que “hay que decir un segundo ‘no’: no a la resignación”, puesto que “la paz requiere combatir el desaliento, el malestar y la desconfianza, que llevan a creer que es mejor recelar de todos, vivir separados y distantes, en vez de darse la mano y caminar juntos”.
Tener el mismo deseo de paz
Y añadió que un futuro de paz sólo “será posible si se destierra de los corazones el fatalismo resignado y el miedo de involucrarse con los demás. Un futuro diferente llegará, si es para todos y no para algunos, si es en favor de todos y no contra algunos. Un futuro nuevo llegará, si el otro, sea tutsi o hutu, ya no es más un adversario o un enemigo, sino un hermano y una hermana en cuyo corazón es necesario creer que existe, aun escondido, el mismo deseo de paz”.
Todos somos hermanos
Después de recordar que un dicho suajili enseña: “jirani ni ndugu”, es decir “el vecino es un hermano” el Papa leas dijo que todos, “sean burundeses, ugandeses o ruandeses”, son y somos “todos hermanos, porque somos hijos del mismo Padre”. De ahí su invitación a elevar “la mirada al cielo” y no permanecer “prisioneros del temor”.
Sí a la reconciliación
Llegado a este punto de su reflexión el Santo Padre se refirió a los dos “sí” para la paz. “Ante todo, sí a la reconciliación”, puesto que “es maravilloso lo que están por hacer”, es decir “comprometerse y perdonarse mutuamente, y repudiar las guerras y los conflictos para resolver las distancias y las diferencias”. Y puso de manifiesto que querían “hacerlo orando juntos”, “unidos alrededor del árbol de la cruz, bajo el cual, con gran valentía”, deseaban “deponer los signos de la violencia que han visto y sufrido: uniformes, machetes, martillos, hachas, cuchillos”.
La fe lleva consigo una nueva idea de justicia
El Papa les recordó a continuación que “la fe lleva consigo una nueva idea de justicia, que no se conforma con castigar y renunciar a la venganza, sino que quiere reconciliar, desactivar nuevos conflictos, extinguir el odio, perdonar”. Y todo esto – prosiguió Francisco – “es más poderoso que el mal”, porque “transforma la realidad desde dentro en vez de destruirla desde fuera. Sólo así se derrota el mal, precisamente como hizo Jesús en el árbol de la cruz, tomándolo sobre sí y transformándolo con su amor. De ese modo, el dolor se convirtió en esperanza”.
Sí a la esperanza
Del último “sí” que es decisivo, el Papa dijo que es el “sí a la esperanza”. La esperanza cuya fuente “tiene un nombre”, que Francisco proclamó ante todas estas víctimas: “¡Jesús! Jesús: con Él, el mal ya no tiene la última palabra sobre la vida; con Él, que ha hecho de un sepulcro – final del trayecto humano – el inicio de una historia nueva, siempre se abren nuevas posibilidades”.
En este amplio discurso el Papa les dijo a estos hermanos y hermanas del Este del país, que esta esperanza es para ellos, porque todos ellos “tienen derecho” a la esperanza. Y destacó que “es un derecho que debe ser conquistado”, “sembrándola cada día” y “con paciencia”.
Sembradores de paz que trabajan en el país
Por último, el Santo Padre agradeció y bendijo a todos “los sembradores de paz que trabajan en el país”; incluyendo “a las personas y a las instituciones que se prodigan en la ayuda y la lucha por las víctimas de la violencia, la explotación y los desastres naturales; a las mujeres y los hombres que están aquí animados por el deseo de promover la dignidad de la gente”.
Los que perdieron su vida sirviendo a la paz
Recordó, además, que “algunos perdieron la vida mientras servían a la paz, como el embajador Luca Attanasio, el guardia Vittorio Iacovacci y el conductor Mustapha Milambo, asesinados hace dos años en el Este del país”.
A todos estos hermanos, “hijos e hijas de Ituri, de Kivu del Norte y del Sur”, el Papa volvió a decirles que está con todos ellos, a quienes bendijo de corazón.
Y concluyó afirmando que “agredir a una mujer y a una madre es hacérselo a Dios mismo, que tomó de una mujer la condición humana, de una madre”. Que Dios de la esperanza – les dijo – “que cree en ustedes, en su país y en su futuro, los bendiga y los consuele; que derrame la paz en sus corazones, en sus familias y en toda la República Democrática del Congo”.
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