El Papa a sacerdotes y consagrados: Sean canales del consuelo del Señor
Vatican News
“Deseo que sean siempre canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio; profecía de paz en las espirales de la violencia; discípulos del Amor dispuestos a curar las heridas de los pobres y de los que sufren”, con estas palabras el Papa Francisco alentó a los sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas de la República Democrática del Congo (RDC), durante el Encuentro que se desarrolló la tarde de este jueves, 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, en la Catedral de Nuestra Señora del Congo, de Kinsasa, en el marco de su 40 Viaje Apostólico Internacional.
Vivamos la experiencia de Simeón en el templo
En el día en el que la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor, Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Santo Padre dijo que todos, como Simeón, esperamos la luz del Señor para que ilumine las oscuridades de nuestra vida y, más aún, todos desearíamos vivir la misma experiencia que él hizo en el Templo de Jerusalén, es decir, tomar en brazos a Jesús.
“Tomarlo en brazos, para poder tenerlo ante los ojos y cerca del corazón. De ese modo, poniendo a Jesús en el centro nos cambia la perspectiva sobre la vida y, aun en medio de trabajos y fatigas, nos sentimos envueltos por su luz, consolados por su Espíritu, animados por su Palabra, sostenidos por su amor”.
Enorme desafío para vivir el compromiso sacerdotal y religioso
Y comentando las palabras que el cardenal Ambongo le dirigió en sus saludos, el Papa Francisco destacó los «enormes desafíos» que se deben afrontar para vivir el compromiso sacerdotal y religioso en esta tierra marcada por «condiciones difíciles y frecuentemente peligrosas», y por tanto sufrimiento.
“Hay mucha alegría en el servicio del Evangelio y son numerosas las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Ahí está la abundancia de la gracia de Dios, que actúa precisamente en la debilidad (cf. 2 Co 12,9) y que los hace capaces, junto a los fieles laicos, de generar esperanza en las circunstancias muchas veces dolorosas, de vuestro pueblo”.
El Señor se revela como Dios de la compasión
Y tomando el texto bíblico de Isaías (43,19), el Santo Padre les propuso algunas reflexiones que nacen de este pasaje, concretamente dijo que estamos llamados a ser signo de esta promesa y a realizarla en la historia del Pueblo santo de Dios. Porque el Señor dirige a su pueblo palabras de esperanza y promesas de salvación. Y lo primero que hace es recordar el vínculo de amor que lo une a su pueblo.
“«No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán; si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán» (43,1-2). De ese modo, el Señor se revela como Dios de la compasión y nos asegura que nunca nos dejará solos, siempre estará a nuestro lado, siendo refugio y fortaleza en las dificultades”.
Servir al pueblo y no servirse del pueblo
A los sacerdotes y diáconos, consagradas y consagrados, seminaristas, el Papa Francisco les dijo que, a través de ustedes el Señor hoy quiere ungir a su pueblo con el aceite de la consolación y de la esperanza. Y ustedes están llamados a ser eco de esta promesa de Dios; a recordar que Él nos ha formado y a Él le pertenecemos, a animar la senda de la comunidad; y a acompañarla en la fe al encuentro de Aquel que ya camina junto a nosotros.
“Recordemos que, si vivimos para ‘servirnos’ del pueblo en vez de ‘servir’ al pueblo, el sacerdocio y la vida consagrada se vuelven estériles. No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo, de su amor incondicional; del perdón con el que quiere reconciliarnos; de la compasión con la que quiere hacerse cargo de los pobres. Nosotros fuimos llamados para ofrecer la vida por los hermanos y las hermanas, llevándolos a Jesús, el único que cura las heridas del corazón”.
Tres desafíos de la vocación
Para vivir de ese modo nuestra vocación, afirmó el Pontífice, siempre tendremos desafíos que afrontar, tentaciones que vencer. Quisiera brevemente detenerme sobre estos tres: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana, la superficialidad.
Ante todo, vencer la mediocridad espiritual
En la fiesta de la Presentación del Señor, que en el Oriente cristiano se llama la “fiesta del encuentro”, el Papa Francisco recordó que, la prioridad de nuestra vida es el encuentro con el Señor, especialmente en la oración personal, porque la relación con Él es el fundamento de nuestra acción.
“No olvidemos que el secreto de todo está en la oración, porque el ministerio y el apostolado no son, en primer término, obra nuestra y no dependen sólo de los medios humanos. Y ustedes me dirán: sí, es verdad, pero los compromisos, las urgencias pastorales, los esfuerzos apostólicos, el cansancio amenazan con no dejarnos ni tiempo ni energías suficientes para la oración”.
Consejos para salir de la mediocridad espiritual
Después el Santo Padre les dio algunos consejos para salir de la mediocridad espiritual tales como, desde la Misa al breviario, la celebración eucarística cotidiana, la Liturgia de las Horas, la Confesión y es necesario reservar cada día un tiempo intenso de oración, para estar con nuestro Señor, corazón con corazón.
“La oración nos hace salir del yo, nos abre a Dios, nos vuelve a poner en pie porque nos pone en sus manos; crea en nosotros el espacio para experimentar la cercanía de Dios, para que su Palabra nos sea familiar y, a través de nosotros, lo sea a todos los que encontramos. Sin la oración no se va lejos. Finalmente, para superar la mediocridad espiritual, no nos cansemos nunca de invocar a la Virgen María, nuestra Madre, y de aprender de ella a contemplar y seguir a Jesús”.
Vencer la tentación de la comodidad mundana
La segunda tentación según el Pontífice es la de una vida cómoda, en la que se tienen las cosas más o menos resueltas y se sigue adelante por inercia, buscando nuestro confort y dejándonos llevar sin entusiasmo. Pero de este modo se pierde el corazón de la misión, que es salir de los territorios del yo para ir hacia los hermanos y las hermanas ejercitando, en nombre de Dios, el arte de la cercanía.
“Es triste cuando nos replegamos en nosotros mismos, convirtiéndonos en fríos burócratas del espíritu. Entonces, en vez de servir al Evangelio, nos preocupamos de gestionar las finanzas y de llevar adelante algún negocio que nos resulte ventajoso. Es escandaloso cuando esto sucede en la vida de un sacerdote o de un religioso, que, por el contrario, deberían ser modelos de sobriedad y de libertad interior. En cambio, qué hermoso es mantenerse rectos en las intenciones y libres de componendas con el dinero, abrazando con alegría la pobreza evangélica y trabajando junto a los pobres. Y qué hermoso es ser signos luminosos de disponibilidad total al Reino de Dios, viviendo el celibato. No permitamos que esos vicios, los cuales quisiéramos arrancar de los demás y de la sociedad, se encuentren bien arraigados en nosotros. Por favor, estemos alerta a la comodidad mundana”.
Vencer la tentación de la superficialidad
Finalmente, el Papa Francisco señaló que el tercer desafío a superar es la superficialidad. Por ello, dijo que, la gente no necesita funcionarios de lo sagrado o profesionales distantes del pueblo.
“Estamos obligados a entrar en el corazón del misterio cristiano, a profundizar la doctrina, a estudiar y meditar la Palabra de Dios; y al mismo tiempo a permanecer abiertos a las inquietudes de nuestro tiempo, a las preguntas cada vez más complejas de nuestra época, para poder comprender la vida y las exigencias de las personas; para entender de qué manera tomarlas de la mano y acompañarlas”.
Es necesario ser testigos de fraternidad
El Santo Padre los animó a servir al pueblo como testigos del amor de Dios, y para ello hay que afrontar estos desafíos de los que les he hablado, porque el servicio es eficaz sólo si pasa a través del testimonio.
“En sus testimonios me recordaron cuán difícil es vivir la misión en una tierra tan rica de bellezas naturales y recursos, pero herida por la explotación, la corrupción, la violencia y la injusticia. Hablaron también de la parábola del buen samaritano; es Jesús que pasa por nuestros caminos y, especialmente a través de su Iglesia, se detiene y se hace cargo de las heridas de los oprimidos. Queridos hermanos y hermanas, el ministerio al que están llamados es precisamente este: ofrecer cercanía y consolación, como una luz siempre encendida en medio de la oscuridad. Y para ser hermanos y hermanas de todos, séanlo en primer lugar entre ustedes. Testigos de fraternidad, jamás en guerra; testigos de paz, aprendiendo a superar también las particularidades de cada cultura y origen étnico, para que, como afirmó Benedicto XVI al dirigirse a los sacerdotes africanos: «vuestro testimonio de vida pacífica, por encima de los confines tribales y raciales, puede tocar los corazones» (Exhort. ap. Africae munus, 108)”.
«El viento no quiebra lo que sabe plegarse»
Y recordando la historia de muchos pueblos de este continente que ha sido, por desgracia, plegada y plagada de heridas y de violencia, el Papa Francisco dijo que hay un deseo que nace del corazón, es el de no tener que hacerlo más; el de no tener que someterse más a la prepotencia de los más fuertes; el de no tener que abajar más la cabeza bajo el yugo de la injusticia. Pero también se puede acoger las palabras del proverbio en sentido positivo: existe un plegarse que no es sinónimo de debilidad sino de fortaleza; que significa ser flexibles, superando los rigorismos; significa cultivar una humanidad dócil, que no se cierre en el odio y en el rencor; significa estar disponibles a dejarnos cambiar, sin obstinarnos en nuestras propias ideas y posiciones. Si nos inclinamos ante Dios, con humildad, Él nos hará como Él, obreros de la misericordia.
“Cuando permanecemos dóciles en las manos de Dios, Él nos modela y hace de nosotros personas reconciliadas, que saben abrirse y dialogar, acoger y perdonar, poner ríos de paz en las áridas estepas de la violencia. Y, así, cuando soplan, impetuosos, los vientos de los conflictos y de las divisiones, estas personas no pueden ser quebrantadas, porque están llenas del amor de Dios. Sean ustedes también así, dóciles al Dios de la misericordia, sin jamás dejarse quebrantar por los vientos de las divisiones”.
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