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Francisco: La vocación de los cristianos es la fraternidad

El diario Avvenire anticipó la carta firmada por el Papa Francisco que cierra el libro del escritor francés Éric-Emmanuel Schmitt "El desafío de Jerusalén - un viaje a Tierra Santa", publicado por Libreria Editrice Vaticana y por Edizione e/o. Reproducimos el texto íntegro de la carta

FRANCISCO

Querido Éric-Emmanuel, querido hermano, la lectura de su libro El desafío de Jerusalén me trajo a la memoria los días de mayo del 2014, cuando tuve la gracia de peregrinar a Tierra Santa en el 50° aniversario del encuentro entre mi venerado predecesor san Pablo VI y el patriarca Atenágoras.

Un acontecimiento, el de 1964, que marcó una nueva etapa en el camino de acercamiento entre los cristianos, durante siglos divididos y separados, pero que precisamente en la tierra de Jesús recibió una nueva dirección.

Belén, el Santo Sepulcro, el Getsemaní... los lugares que usted ha visitado y descrito con intensidad poética en estas páginas me han llegado con fuerza a la memoria. Porque nuestra fe es también una fe "memoriosa", que atesora las palabras y los gestos en los que Dios se manifiesta.

Y, como usted escribe, uno va a Tierra Santa para "caminar por donde todo empezó". En la Galilea de Nazaret y de Cafarnaúm, los lugares donde Jesús creció y comenzó su servicio como anunciador del Reino de Dios; en la Judea de Belén y de Jerusalén, donde había nacido y donde se cumplió su parábola terrenal; en estos lugares usted se ha hecho peregrino para tocar el misterio insondable del cristianismo. Lo que usted define con palabras que me conmueven profundamente: "La encarnación. Dios ha tomado carne, huesos, voz, sangre en Jesús'.

Sí, Tierra Santa nos ofrece este gran don: tocar literalmente con nuestras propias manos que el cristianismo no es una teoría ni una ideología, sino la experiencia de un hecho histórico. Este acontecimiento, esta Persona, todavía pueden encontrarse allí, entre las soleadas colinas de Galilea, en las extensiones del desierto de Judea, en las callejuelas de Jerusalén. No como una experiencia mística porque sí, sino como la contraprueba real de que los Evangelios nos han transmitido el desarrollo efectivo de un hecho histórico, en el que se desplegó la revelación definitiva de Dios al hombre y a la mujer de todos los tiempos: Dios se encarnó en un hombre, Jesús de Nazaret, para anunciarnos que su Reino está cerca de nosotros. Usted lo ha puesto bien de relieve en la reproposición del vía crucis, cuando en un punto determinado afirma:

"La humanidad de mi Dios no es un simulacro". ¡No! Dios verdaderamente se hizo carne y sangre en Jesús, y como hombre vivió, amó, sufrió por amor a nosotros, a todos y a cada uno, dando su vida en la cruz. Esta es verdaderamente la buena noticia que todos esperamos: que Dios no es un ser misterioso escondido entre las nubes, sino alguien que se acerca y se familiariza con nosotros.

Otros aspectos de su conmovedor relato me interpelaron. La mención, por ejemplo, de san Charles de Foucauld que, según me contó en uno de nuestros encuentros, fue el origen providencial de su encuentro con Dios en una noche aventuroso en el desierto. Haber visto y tocado los lugares donde el hermano Charles vivió en Nazaret, madurando allí esa espiritualidad que hizo de él un "hermano universal", le abrió también la intimidad de una visión teológica que usted resume así:

“Testimoniar. No convertir". Lo he repetido diversas veces, haciéndome eco de una afirmación de Benedicto XVI: "La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción". El cristiano no convierte a nadie, si acaso testimonia el hecho de que Dios lo ha alcanzado y salvado del abismo de sus pecados y le ha mostrado una misericordia infinita. Esta es la vocación del cristiano: ser testigo de una salvación que lo ha alcanzado”.

Y recordando a Charles de Foucauld, permítame terminar tomando prestado el título que usted eligió para dar a su diario de viaje, “El desafío de Jerusalén”, que en mi opinión es, en realidad, el desafío que todos tenemos delante, el de la fraternidad humana. En Jerusalén, usted lo ha visto y relatado, se encuentran las grandes tradiciones religiosas que se remontan a Abraham: judaísmo, cristianismo e islam.

Y no es casualidad que precisamente en mi viaje apostólico del 2014 había querido estar acompañado por dos personalidades judías y musulmanas, el rabino Abraham Skorka y el representante musulmán Omar Abboud. Porque quería manifestar, también visualmente, que los creyentes están llamados a ser hermanos y constructores de puentes, y ya no enemigos ni guerreros. Nuestra vocación es la fraternidad, porque somos hijos del mismo Dios.

El desafío que Jerusalén sigue planteando hoy al mundo es precisamente éste: despertar en el corazón de cada ser humano el deseo de mirar al otro como a un hermano en la única familia humana. Sólo con esta conciencia y esta sensibilización podremos construir un futuro posible, silenciando las armas de la destrucción y del odio, y difundiendo por el mundo el suave perfume de la paz que Dios nos da incansablemente.

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06 septiembre 2023, 15:07