Don Milani, el Papa: no excluir a nadie, su legado de "sacerdote inquieto"
Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano
Reconociendo el esfuerzo de difusión capilar que el Comité Nacional del centenario del nacimiento de Don Lorenzo Milani implementa para que el testimonio de este sacerdote llegue a todos, el Papa Francisco recuerda su figura, fiel a Dios y a la Iglesia, e invita a no ser indiferentes -como él supo hacerlo- superando cualquier forma de discriminación e injusticia.
La conversión, corazón de la experiencia humana y espiritual de don Milani
Es en la adhesión total a Cristo donde don Lorenzo Milani, creador de la escuela Barbiana, encontró su plena realización. A partir de este supuesto, reiterado hoy por el Papa al recibir en audiencia a un centenar de miembros del Comité presidido por Rosy Bindi, dirigiéndose a ellos, Francisco profundiza en el estilo de este sacerdote que marcó la historia de la Iglesia y de la sociedad del siglo pasado: "un sacerdote enamorado de la Iglesia, fiel servidor del Evangelio en los pobres". Y, citando a Don Bensi cuando le visitó en el momento de su enfermedad, recordó sus palabras en aquella ocasión, al verle junto a sus muchachos: 'era uno de ellos, ni diferente, ni mejor'.
Don Lorenzo vivió plenamente las bienaventuranzas evangélicas de pobreza y humildad, dejando sus privilegios burgueses, su riqueza, sus comodidades, su cultura elitista para hacerse pobre entre los pobres. Y nunca se sintió disminuido por esta elección, porque sabía que ésta era su misión, Barbiana era su lugar.
Don Milani y las bienaventuranzas evangélicas
"Cada alma es un universo de infinita dignidad", escribió Don Lorenzo Milani en Experiencias pastorales, vuelve a recordar el Papa Francisco.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia". Don Milani también experimentó esta bienaventuranza con su gente y sus alumnos.La escuela era el ámbito en el que trabajar por un gran propósito, un propósito que iba más allá: devolver la dignidad a los últimos, el respeto, la titularidad de derechos y la ciudadanía, pero sobre todo el reconocimiento de la filiación de Dios, que nos comprende a todos.
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