El Magisterio de los Papas sobre el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso
Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano
La separación definitiva del Señor, la apertura aunque imperfecta al Amor del Padre y el abrazo con Dios. Los tres destinos posibles de la existencia después de la muerte se desarrollan en estos escenarios distintos. En un hipotético viaje a la dimensión trascendente, como el que propone la Divina Comedia de Dante Alighieri, las tres condiciones específicas en que puede encontrarse el alma expresan una cercanía o una lejanía de Cristo. Dentro de estas diferentes distancias -terribles, progresivamente decrecientes o ninguna- se encuentran el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Son estados del alma que pueden representarse respectivamente mediante las imágenes del desapego, el deseo y el encuentro.
Seremos juzgados por el amor
Los Pontífices se han pronunciado en repetidas ocasiones sobre las diferentes perspectivas de la otra vida, exhortando a cada persona a responder, con plena libertad, al amor misericordioso de Dios, viendo en los demás, especialmente en los más necesitados, el rostro de Jesús. Este es el criterio fundamental del que depende la peregrinación definitiva del hombre. "Al atardecer de la vida -decía san Juan de la Cruz- seremos juzgados por el amor". Refiriéndose a la parábola del juicio final, en la que Jesús utiliza la imagen del pastor, el Papa Francisco, en el Ángelus del 22 de noviembre de 2020, subrayó que será decisiva "la lógica de la proximidad", de acercarse "a Él, con amor, en la persona del más sufriente":
Jesús se identifica no sólo con el rey pastor, sino también con las ovejas perdidas. Podríamos hablar de una “doble identidad”: el rey-pastor, Jesús, se identifica también con las ovejas, es decir, con los hermanos más pequeños y necesitados. Y así indica el criterio del juicio: se efectuará sobre la base del amor concreto dado o negado a estas personas, porque él mismo, el juez, está presente en cada una de ellas. Él es juez, Él es Dios-hombre, pero Él es también el pobre, Él está escondido, está presente en la persona de los pobres que Él menciona precisamente allí. Jesús dice: «En verdad os digo que cuanto hicisteis (o no hicisteis) a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis (o no lo hicisteis)» (vv. 40.45). Seremos juzgados por el amor. El juicio será por el amor. No por el sentimiento, no: por las obras, por la compasión que se hace cercanía y ayuda solícita.
No hay escapatoria al juicio de Dios. En particular, quienes tienen responsabilidades de gobierno no deben ceder a la lógica del poder, sino seguir la lógica del servicio para promover la verdadera concordia. El Papa Juan XXIII lo subrayó, en un tiempo amenazado por vientos de guerra, en su radiomensaje de 1961 dirigido al mundo entero:
La Iglesia, por su misma naturaleza, no puede quedar indiferente al dolor humano ni siquiera cuando sea apenas preocupación y temor. Precisamente por esto Nos invitamos a los gobernantes a que se hagan cargo de las tremendas responsabilidades que tienen ante la historia y, lo que más importa, ante el juicio de Dios, y les suplicamos que no cedan a presiones falaces y engañosas..
Infierno: alejamiento de Dios
En la vida eterna, el hombre no puede contemplar al Señor si no elige libremente amarle. El Catecismo de la Iglesia Católica subraya que "no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra el prójimo o contra nosotros mismos". "Morir en pecado mortal, sin arrepentirse y sin acoger el amor misericordioso de Dios, es permanecer para siempre separados de Él por nuestra libre elección. Y es este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados lo que se designa con la palabra infierno".
Se puede experimentar el infierno en la tierra cuando el tormento es generado por el odio. En su radiomensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1944, el Papa Pío XI, refiriéndose a la tragedia de la guerra, recordó que la generación de hombres y mujeres del siglo XX "vivió tan intensamente las atrocidades indecibles, que el recuerdo de tantos horrores debe quedar impreso en su memoria y en el fondo de su alma, como la imagen del infierno".
Uno de los cánones fundamentales de la vida cristiana, subrayó Pablo VI en la audiencia general del 28 de abril de 1971, está ligado al hecho de que "debe vivirse en función de su destino escatológico, futuro y eterno". "Ya no se escucha el discurso sobre el cielo y el infierno", explicaba el Papa Montini. Una reflexión que precede a preguntas cruciales. "¿En qué se convierte y en qué puede convertirse la escena del mundo sin esta conciencia de una referencia obligada a una justicia trascendente e inexorable?". "¿Y cuál puede ser el destino fatal, existencial, personal de cada uno de nosotros -se pregunta de nuevo Pablo VI-, si en cambio Cristo hermano, maestro y pastor de nuestros días mortales, se erige verdaderamente en juez implacable en el umbral del día inmortal?". El destino último del hombre está, pues, ligado a su respuesta, o a su falta de respuesta, al amor de Dios. El Papa Juan Pablo II lo recuerda en la audiencia general del 28 de julio de 1999:
Dios es un Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero el hombre, llamado a responderle en libertad, puede lamentablemente optar por rechazar definitivamente su amor y su perdón, retirándose así para siempre de la comunión gozosa con Él. Precisamente esta trágica situación es señalada por la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse un poco a la luz de algunas de nuestras terribles experiencias, que hacen de la vida, como se dice, "un infierno".
El infierno, señala además el Papa Francisco, es una elección del hombre que se aleja del Señor. De visita en 2015 en la parroquia romana de Santa María Madre del Redentor, el Pontífice explica que 'sólo va al Infierno quien dice a Dios: "No te necesito, me las arreglaré solo", al igual que el diablo, que es el único del que estamos seguros que está en el Infierno'.
El Purgatorio: el deseo del Padre
El purgatorio es el destino de quienes aún no están preparados para la comunión perfecta y definitiva con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que, en este caso, el camino hacia la bienaventuranza plena exige la purificación: "Los que mueren en gracia y amistad de Dios, pero están imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, están, sin embargo, sometidos, después de su muerte, a una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo". Por eso la Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es muy distinta del castigo de los condenados.
El purgatorio, explicó el Papa Pablo VI durante el Vía Crucis en el Coliseo en 1965, es el dolor de nuestros difuntos "originado por una tensión que se ha hecho extremadamente consciente, de desear la felicidad en Dios y no poder alcanzarla pronto". En su carta titulada "El Templo Máximo", en la que exhorta a los religiosos a sufragios especiales por el Concilio Ecuménico Vaticano II, el Papa Juan XXIII pide oraciones por "las almas del purgatorio, para que se les acelere la visión beatífica". En su audiencia general del 12 de enero de 2011, el Papa Benedicto XVI recuerda las enseñanzas de Santa Catalina de Génova, conocida sobre todo por su visión del purgatorio.
Es importante notar que Catalina, en su experiencia mística, nunca tuvo revelaciones específicas sobre el purgatorio o sobre las almas que están allí purificándose. Sin embargo, en los escritos inspirados de nuestra santa es un elemento central y el modo de describirlo tiene características originales respecto a su época. El primer rasgo original se refiere al «lugar» de la purificación de las almas. En su tiempo se representaba principalmente recurriendo a imágenes vinculadas al espacio. Se pensaba en un cierto espacio, donde se encontraría el purgatorio. En Catalina, en cambio, el purgatorio no se presenta como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: no es un fuego exterior, sino interior. Esto es el purgatorio, un fuego interior.
El purgatorio es un camino hacia la dicha plena.
"Hay un vínculo profundo e indisoluble entre los que todavía son peregrinos en este mundo -entre nosotros- y los que han cruzado el umbral de la muerte para entrar en la eternidad". Lo recordó el Papa Francisco en la Audiencia General del 30 de octubre de 2013, subrayando que "todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del purgatorio y todos los bienaventurados que ya están en el Paraíso forman una gran Familia. Esta comunión entre la tierra y el cielo se realiza especialmente en la oración de intercesión".
El cielo: el encuentro con el Señor
Quien muere en gracia y amistad de Dios, vive para siempre con Cristo. Esto es el Paraíso, una vida perfecta -leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica- que es "el fin último del hombre y la realización de sus aspiraciones más profundas, el estado de felicidad suprema y definitiva". "Con su muerte y resurrección, Jesucristo nos ha 'abierto' el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en Él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él".
"Nuestra vida es un viaje hacia el Paraíso", dice el Papa Juan Pablo II el 11 de marzo de 1979 dirigiéndose a los muchachos de la parroquia romana de San Basilio. "¡Debemos pensar en el Paraíso! La carta de nuestra vida cristiana -añadió el Papa Wojtyła- ¡la jugamos apostando por el paraíso!". Dios Padre espera, pues, a sus hijos. El Papa Juan Pablo I lo recuerda en la audiencia general del 20 de septiembre de 1978:
Dios es todopoderoso, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a sus promesas. Y es Él, el Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; de modo que no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación, que un día desembocará en el Paraíso. (...) Quisiera que leyerais una homilía que pronunció san Agustín el día de Pascua sobre el Aleluya. El verdadero Aleluya -dice- se cantará en el Paraíso. Aquél será el Aleluya del amor pleno: éste, de ahora, es el Aleluya del amor hambriento, es decir, de la esperanza.
El hombre no debe vivir sin una meta, sin un destino. En el Regina Caeli del 10 de mayo de 2020 el Papa Francisco explica que Dios "nos ha preparado el lugar más digno y hermoso: el Paraíso". "No lo olvidemos: la morada que nos espera es el Paraíso. Aquí estamos de paso. Estamos hechos para el Paraíso, para la vida eterna, para vivir para siempre. Para siempre: eso es algo que ahora ni siquiera podemos imaginar. Pero es aún más hermoso pensar que ese para siempre será todo en alegría, en plena comunión con Dios y con los demás, sin más lágrimas, ni rencores, ni divisiones, ni disgustos. Sólo hay un camino para llegar al Paraíso. Este camino es Jesús: imitarle en el amor, seguir sus huellas, significa encontrar el propio lugar en el Cielo.
La Iglesia del Cielo
El Cielo es el Reino de la belleza en el que brilla la luz de María. El Papa Pío XII lo recordaba el 8 de diciembre de 1953 en su mensaje radiofónico a la Acción Católica italiana:
Y ciertamente en el rostro de su propia Madre Dios ha reunido todos los esplendores de su arte divino. La mirada de María! la sonrisa de María! la dulzura de María! la majestad de María, Reina del cielo y de la tierra! Como la luna brilla en el cielo oscuro, así la belleza de María se distingue de todas las bellezas, que parecen sombras a su lado. María es la más bella de todas las criaturas. Vosotros sabéis, amados hijos e hijas, con qué facilidad una belleza humana, que es como la sombra de una flor, extasía y enaltece un corazón apacible: qué no haría, pues, ante la belleza de María, si pudiera contemplarla descubierta, cara a cara, Así vio Alighieri en el Paraíso (cant. 31, v. 130-135), en medio de "más de mil ángeles jubilosos", "riendo una belleza, que alegría -estaba en los ojos de todos los demás santos": ¡María!
El Paraíso es el Cielo abierto al hombre y es el Reino de la vida eterna. El Papa Pablo VI lo subrayó el 30 de junio de 1968 en la solemne concelebración de clausura del Año de la fe:
Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos los que mueren en gracia de Cristo, tanto si todavía tienen que purificarse en el purgatorio, como si desde el momento en que abandonan sus cuerpos son recibidas por Jesús en el Paraíso, como Él hizo con el Buen Ladrón, constituyen el Pueblo de Dios en la otra vida de la muerte, que será definitivamente vencida el día de la Resurrección, cuando estas almas se reunirán con sus cuerpos. Creemos que la multitud de almas, reunidas en torno a Jesús y María en el Paraíso, forman la Iglesia del Cielo, donde en la bienaventuranza eterna ven a Dios tal como es y donde también están asociadas, en diversos grados, con los santos Ángeles en el gobierno divino ejercido por el Cristo glorioso, intercediendo por nosotros y ayudando a nuestra debilidad con su fraternal solicitud.
Los bienaventurados del Cielo "todos juntos forman una sola Iglesia". "Y con fe y esperanza -concluye el Papa Montini- esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".
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