El Papa pide nuevamente que Israel y Palestina convivan uno al lado del otro
Salvatore Cernuzio - Ciudad del Vaticano
Shalom, paz, salam
Se cumplen exactamente ocho meses del estallido de la brutalidad en Tierra Santa. Han pasado diez años de un "significativo e histórico gesto de diálogo y de paz" en los Jardines Vaticanos que vio a los entonces presidentes de Israel y Palestina. En esta coyuntura histórica y temporal, el Papa, hoy 7 de junio de 2024, vuelve a elevar al cielo una invocación que trasciende todas las fronteras geográficas, religiosas y lingüísticas.
Es la súplica de un padre que implora del Padre de todos, Dios, el fin de la violencia, de las divisiones, del odio; de todos esos frutos sucios de la guerra, fruto a su vez -dice- "de luchas de poder entre los diferentes grupos sociales", de "intereses económicos partidistas" y de "malabares políticos internacionales".
Un ruego, el del Papa, que se expresa en llamamientos concretos al alto el fuego en Gaza, a la liberación de los rehenes israelíes, al acceso a la ayuda humanitaria para los palestinos, y en la invitación a los jefes de las naciones y de las partes en conflicto a "encontrar el camino de la concordia y de la unidad".
"(...) Donde el Estado de Palestina y el Estado de Israel puedan vivir uno al lado del otro".
El abrazo de paz de Peres y Abbas
En definitiva, el Papa pide todos aquellos gestos e iniciativas que puedan de alguna manera poner fin a las laceraciones que desde el 7 de octubre de 2023 afligen a la tierra de Jesús, para lo cual -como se ha dicho- el 8 de junio de 2014, al hilo de su viaje a Jerusalén, Francisco había invitado al Vaticano al difunto presidente de Israel, Shimon Peres (fallecido en 2016), y al presidente de Palestina, Mahmud Abbas. Con ellos había paseado por el corazón verde del Vaticano, plantando incluso un olivo, símbolo por antonomasia de la paz.
Y es a la sombra de este árbol, que entretanto ha crecido «fuerte y floreciente», que el Pontífice conmemora esta tarde el décimo aniversario de aquel momento. Llegado en un coche de golf a las 18 horas, el Papa recorrió las dos hileras de sillones rojos dispuestos en el jardín encajonado entre la Casina Pío IV y los Museos Vaticanos: a un lado, embajadores acreditados ante la Santa Sede y, al otro, varios miembros del Colegio Cardenalicio. Sentado bajo el olivo, Francisco compartió con los presentes su emoción personal al recordar el "emotivo abrazo" entre los dos presidentes. "Un abrazo de paz", como el de Maoz y Aziz, los dos empresarios, uno israelí y el otro palestino, que se encontraron en la Arena de Verona el pasado 18 de mayo. Un marco que Francisco recuerda al final de un largo discurso compuesto de profecías y denuncias.
"No dejemos de soñar con la paz, que nos regala la alegría inesperada de sentirnos parte de una única familia humana. Esta alegría la vi hace unos días en Verona, en el rostro de aquellos dos padres, un israelí y un palestino, que se abrazaron delante de todos. Esto es lo que necesitan Israel y Palestina, ¡un abrazo de paz!".
Sangre derramada por inocentes
Desde hace meses, en efecto, en Tierra Santa "asistimos a una creciente estela de hostilidad y vemos morir ante nuestros ojos a tantos inocentes", lamentó Francisco. "Todo este sufrimiento, la brutalidad de la guerra, las violencias que esta desencadena y el odio que siembra también en las generaciones futuras deberían convencernos de que 'toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal'".
Luchas de poder e intereses económicos detrás de la guerra
El Papa plantea que "en lugar de hacernos ilusiones de que la guerra pueda resolver los problemas y llevar a la paz, debemos ser críticos y vigilantes respecto a una ideología hoy lamentablemente dominante, según la cual «el conflicto, la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad".
"Están en juego siempre las luchas de poder entre los diferentes grupos sociales, los intereses económicos partidistas, los malabares políticos internacionales que apuntan a una paz aparente, huyendo de los problemas reales".
Es necesario, por tanto, "un renovado compromiso para construir un mundo pacífico" por parte de todos: creyentes, no creyentes, personas de buena voluntad. "¡No dejemos de soñar con la paz y de construir relaciones de paz", exhorta el Papa. A continuación, pide a los presentes en los Jardines Vaticanos que recen todos los días" para que esta guerra llegue a su fin: "Pienso en todos los que sufren, en Israel y Palestina, en los cristianos, los judíos y los musulmanes".
Las peticiones que el Papa hace en sus oraciones personales, luego las comparte con el mundo para que quienes tienen la responsabilidad de ellas se encarguen de hacerlas objetivos concretos.
Que Jerusalén sea protegida por un estatuto internacional especial
El pensamiento del Obispo de Roma se dirige también a todos los palestinos e israelíes que, "entre lágrimas y sufrimientos", trabajan para "anticipar el alba de un mundo pacífico". "Todos debemos trabajar y comprometernos para que se alcance una paz duradera", derribando "los muros de la enemistad y del odio", insiste Francisco. "Todos, agrega, debemos preocuparnos por Jerusalén, para que se convierta en la ciudad del encuentro fraterno entre cristianos, judíos y musulmanes, tutelada por un estatuto especial garantizado a nivel internacional".
Oración a Dios
La paz, nos recuerda el Papa, "no se consigue solamente con acuerdos de papel o en las mesas de compromisos humanos y políticos". Más bien, "nace de corazones transformados por el amor de Dios que derrite el egoísmo y hace añicos los prejuicios". Dios que, dice, "es cercano, compasivo, misericordioso".
El Papa Francisco, junto con todos los presentes, elevó una oración conclusiva, la misma plegaria recitada hace diez años:
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
Al final de la ceremonia, antes de los saludos a cada uno de los presentes, se acercaron al Papa el rabino Alberto Funaro, responsable del Templo Mayor de Roma, y Abdellah Redouane, secretario general del Centro Cultural Islámico de Italia, así como los embajadores de Israel y Palestina ante la Santa Sede. Juntos se volvieron hacia el olivo, a cuyos pies brilla la placa del evento de 2014, y lo riegan. Gesto simbólico y esperanza de que las perspectivas de paz no se desvanezcan nunca.
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