Segundo día en Papúa Nueva Guinea: Justicia, cercanía, compasión y ternura
Linda Bordoni – Puerto Moresby, Papúa Nueva Guinea
Ha sido protocolar pero hermoso, gracias a la presencia, a lo largo de las calles y afuera de la Casa de Gobierno, de miles de papúes, orgullosamente ataviados con su gloria tribal, con plumas, flores, pintura corporal y facial, agitando una infinidad de símbolos del Vaticano y banderas de Papúa Nueva Guinea.
En el país donde más de 600 tribus diferentes hablan más de 800 idiomas diferentes, el Papa Francisco expresó su fascinación por tanta riqueza de diversidad. Sin desviarse de su constante llamado a fomentar la fraternidad y promover el bien común, instó a una distribución más justa de los ingresos de los recursos naturales del país y a realizar esfuerzos para frenar la violencia.
“Los bienes están destinados por Dios a toda la colectividad y, aunque para su explotación sea necesario recurrir a competencias más amplias y a grandes empresas internacionales, es justo que se tenga debidamente en cuenta en la distribución de los ingresos y la utilización de la mano de obra las necesidades de las poblaciones locales, de manera que se produzca una mejora efectiva de sus condiciones de vida”, dijo.
El Papa no dejó de abordar la desigualdad de género diciendo que las mujeres “son las que llevan adelante un país. Las mujeres tienen la fuerza de dar vida, construir y hacer crecer un país”. Las mujeres, repitió, están “en la primera línea en el desarrollo humano y espiritual”.
Por la tarde, dirigiéndose a obispos, clérigos, religiosos, seminaristas y catequistas, retomó el hilo e instó a los presentes a cuidar de quienes están “marginados y heridos, tanto moral como físicamente, a causa de los prejuicios y las supersticiones” (con una clara referencia a prácticas de brujería) “en ocasiones hasta el punto de arriesgar la propia vida”.
Estar allí para quienes están en las periferias, dijo, con “cercanía, compasión y ternura”.
Y defendiendo los testimonios de fe de los santos y los misioneros mártires representados en las vidrieras del santuario, el Papa alentó a los presentes a emular a los santos llevando a Cristo a “las periferias de este país”.
“Me refiero en concreto a las personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellas que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a menudo falta lo indispensable”.
La Iglesia, les recordó, “quiere estar particularmente cercana a estos hermanos y hermanas”.
Y como siempre, el encuentro más emotivo fue el dedicado a las personas que reciben esa asistencia. En este caso, niños de la calle y personas discapacitadas se reunieron en la Escuela Técnica de Caritas en Puerto Moresby para cantar y bailar para él.
Y, como siempre, se necesitaron muy pocas palabras: simplemente estar allí, a tantos miles de kilómetros de casa, simplemente hacerles sentir que le importan, que nadie, en efecto, es más importante que el otro, que Dios – y también él– los ama aún más.
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