Comentario del Evangelio: “Miren mis manos y mis pies”
Aparecer, pedir alimento, despejar las dudas de los incrédulos. Con el Evangelio del III Domingo de Pascua (Lucas 24, 35-48), vemos a Jesús Resucitado llegar al lugar donde están los discípulos para reafirmar su fe en el Cristo vivo que desde su divinidad padece las características del dolor humano: las heridas, el hambre. Y alentarlos a la proclamación de la conversión de los pecados.
“Miren mis manos y mis pies”, dice el Cristo ante el temor y la incredulidad de los discípulos, que nos invitan a contemplar sus heridas provocadas en la Cruz para redimir la humanidad, y con ellas superar la oscuridad de la muerte y traer nueva vida. Hoy, ante la humanidad herida por la guerra, el Evangelio nos llama tener confianza en el Hijo de Dios que nos dice que a la muerte no tiene la última palabra.
El Señor en su diálogo les pregunta a los discípulos: “¿Tienen ahí algo de comer?”, a lo que sigue el compartir de los alimentos, saciando una necesidad primordial del hombre: el hambre. Así también cercano a nuestra humanidad, sabemos que luego Él comparte el “pan de vida eterna” que nos hace sus testigos en la proclamación de la conversión para el perdón de los pecados.
Hoy también nuestra esperanza está en el reconocimiento de Jesús al partir el pan, como les sucedió a los discípulos de Emaús, para luego ser testimonio de ello. Vivir la Eucaristía es un signo de ese reconcomiendo profundo del Cristo vivo, compartir en la caridad con el prójimo es testimonio de nuestra tarea como discípulos.
P. Johan Pacheco