S. Gregorio de Narek
“Un día una tormenta te sacudió, y tus aguas...rasgadas por los relámpagos, elevaron un extraño canto, frenético y armonioso, noblemente áspero y suavemente terrible...como entonado por la trompeta de un arcángel preso del espanto y la piedad frente a los horrores del infierno abierto. Era el alma del monje de Narek que pasaba sobre ti”.
(Oda a la lengua armenia, 1908)
Las palabras que el escritor Archag Tchobanian dedica a Gregorio de Narek en este poema, escrito en uno de los momentos más terribles de la historia armenia, revelan el crisol donde el monje forjó un nuevo verbo teológico arraigado profundamente en la tradición de su tierra.
No busco la quietud, sino el rostro de Aquel que la otorga (Lamentaciones)
Gregorio de Narek, nació entre 945 y 951 en el Vaspurakan (Armenia histórica) en una familia de literatos. Tras la muerte prematura de su madre, su padre, Khosrov, es nombrado arzobispo de Andzevatsik y confía su educación a su tío Ananías, médico, filósofo y abad del monasterio basiliano de Narek, célebre escuela de Sagrada Escritura y Patrística. Gregorio estudiará allí, además de la Biblia, a los poetas y filósofos helenistas, será ordenado sacerdote, luego abad y reformará Narek. Contemplativo, pero no aislado de los acontecimientos políticos y eclesiásticos de su tierra y su tiempo, su fama traspasa los muros del monasterio. Así, a petición del príncipe Gurgen de Andzevatsik, escribe su Comentario sobre el Cantar de los Cantares y del obispo Stepanos la historia de la Santa Cruz de Aparank y destina sermones e himnos a la enseñanza del pueblo. De especial importancia para la comprensión de sus enseñanzas mariológicas son los encomios a la Santísima Virgen, en los que preanunciaría la concepción inmaculada de María, con un estilo conmovedor donde se percibe su añoranza de la figura materna. Al final de su vida escribe “El Libro de las Lamentaciones” tan popular y amado en Armenia que su lectura era obligatoria para los escolares una vez que hubieran aprendido el alfabeto. Muere alrededor del 1010 en Narek donde su tumba, lugar de peregrinación durante ocho siglos, fue destruida al igual que el monasterio durante el genocidio de 1915-1916.
Dios se esconde en el lenguaje
Escrita hace 1.200 años, la obra de Narek sigue siendo un modelo universal de literatura y espiritualidad. Gregorio inventa un género, una especie de treno (oración fúnebre griega) sobre un alma en extremo peligro y un tipo de libro, una cadena de oraciones. “El ritmo y el número a los que recurrí en el poema anterior -dice en Las Lamentaciones- no tenían otro fin que agudizar el dolor, la queja, los suspiros, la amarga letanía de lágrimas...Por lo tanto, retomaré aquí la misma forma, en cada frase, como anáfora y como epístrofe, y haré que la repetición figure fielmente el espíritu, el poder vivificante de la oración". Es un innovador porque libera la palabra interior de todos los cánones de expresión regulados por la tradición filosófica o religiosa de su tiempo y al hacerlo devuelve al espíritu su derecho a expresarse sin restricciones, entablando un diálogo directo con Dios que excluye cualquier dogmatismo, excepto el de la libertad. Un diálogo donde la soledad del ser humano y el silencio expresivo de Dios se entrecruzan y se responden; una “venida de Dios en el lenguaje” que muestra incluso los límites de éste para abordar lo divino.
En los 95 capítulos u oraciones de Las Lamentaciones, el monje filósofo se hace representante solidario de todo el género humano, extraviado en el laberinto del pecado y angustiado por la necesidad de amor, en constante tensión hacia algo que no pertenece al mundo que habita, hasta abandonarse a la misericordia del Dios de la luz, cuya proximidad siente entonces como inmediata.
Su herencia fue recogida por los poetas armenios del siglo XX en una época en la que anteponer el ser humano a cualquier sistema era extremadamente difícil.
Un grito que se hace oración
El 12 de abril de 2015 con motivo de su proclamación como Doctor de la Iglesia, el Papa Francisco, escribía en su Mensaje a los Armenios: “San Gregorio de Narek, monje del siglo X, más que cualquier otro supo expresar la sensibilidad de vuestro pueblo, dando voz al grito, que se convierte en oración (...) Formidable intérprete del espíritu humano, parece pronunciar palabras proféticas para nosotros: «Yo cargué voluntariamente todas las culpas, desde las del primer padre hasta las del último de sus descendientes, y de ello me consideré responsable» (Libro de las lamentaciones, LXXII). Cuánto nos impacta ese sentimiento suyo de solidaridad universal. Qué pequeños nos sentimos ante la grandeza de sus invocaciones: «Acuérdate, [Señor,]... de quienes en la estirpe humana son nuestros enemigos, pero para su bien: concede a ellos perdón y misericordia (...) No extermines a quienes me muerden: ¡conviértelos! Extirpa la viciosa conducta terrena y arraiga la buena conducta en mí y en ellos» (ibid., LXXXIII).