Diálogo con China: “Gracias a los pequeños grandes pasos”
Sergio Centofanti y P. Bernd Hagenkord, SJ – Ciudad del Vaticano
El diálogo es una dimensión constitutiva en la vida de la Iglesia. Ocupa un lugar primario en su modo de actuar, sea en su interior como en su relacionarse con el mundo. Dialogar significa entrar en contacto con la sociedad, con las religiones, con las culturas… Ya el Concilio Vaticano II invitaba a asumir el diálogo como estilo de acción pastoral, no sólo entre los miembros de la Iglesia, sino también a través de los no cristianos, las autoridades civiles y las personas de buena voluntad. Así reza la Constitución Gaudium et Spes: «[…] todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo». (n. 21).
De diálogo habló luminosamente también Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam Suam: «La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (n.27); la Iglesia católica «ha de estar dispuesta a sostener el diálogo con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito» (n. 34).
El diálogo, entre las personas, las instituciones, las comunidades humanas, permite el conocimiento recíproco que puede convertirse también en amistad. De cualquier modo, el diálogo se nutre sobre todo de confianza. La confianza recíproca es el fruto de muchos pequeños pasos, gestos y encuentros que tienen lugar concretamente en múltiples ocasiones, a menudo sin pretensiones y con gran discreción. Como decía el Santo Padre, “siempre hay puertas que no están cerradas” (13 de mayo de 2017).
Al actual clima de diálogo entre la Santa Sede y China se llegó también gracias a los pequeños grandes pasos realizados por los últimos Pontífices, cada uno de los cuales abrió un camino, agregando un ladrillo a la nueva construcción, inspirando pensamientos y acciones de esperanza. Pensemos en el equilibro del actuar de Pablo VI, y a las claras indicaciones de Benedicto XVI y de san Juan Pablo II sobre un diálogo proactivo con las Autoridades chinas. Por último, pensemos a la aceleración que el Papa Francisco, con su personalidad, sus gestos y su magisterio, está imprimiendo en el proceso de acercamiento y de encuentro entre los pueblos, incluido el pueblo chino.
Por cierto, la elección eclesial del diálogo no es un método que termina sí mismo, no es la búsqueda de compromisos a cualquier precio, o una actitud de renuncia típica de quien está dispuesto a “malvender” los propios principios para un fácil suceso político o diplomático, olvidando de ese modo el camino sufrido por la comunidad católica. Para la Iglesia, el diálogo debe estar siempre animado por la búsqueda de la verdad y de la justicia, orientado a perseguir el bien integral de la persona, en el respeto de los derechos fundamentales. Sin embargo, la misión de la Iglesia, también en China, no es la de cambiar la estructura o la administración del Estado, de ir contra el poder temporal que se expresa en la vida política. De hecho, si la Iglesia hiciese de su misión sólo una batalla política, traicionaría su verdadera naturaleza y se convertiría en un actor político más, renunciando a la propia vocación trascendental y reduciendo la propia acción a un horizonte puramente temporal.
El diálogo sincero y honesto permite, en cambio, obrar desde el interior de la sociedad, ya sea para tutelar las expectativas legítimas de los Católicos, que para favorecer el bien de todos. En dicho contexto, cuando la voz de la Iglesia se vuelve crítica, lo hace no para suscitar polémicas, no para condenar de modo estéril, sino para promover con espíritu constructivo una sociedad más justa. También la crítica se vuelve, de esta manera, un ejercicio concreto de caridad pastoral, porque recoge el grito de sufrimiento del más débil, quien a menudo no tiene la fuerza o un título para hacer escuchar la propia voz.
A juicio de la Santa Sede, también en China el método del diálogo franco y respetuoso, si bien llevado a cabo con fatiga y no sin algún riesgo, permitirá establecer un clima de confrontación más confiable, útil al conocimiento mutuo y capaz de superar de modo gradual las graves incomprensiones del pasado también reciente.
Hoy en día diferentes señales permiten entender que China está cada vez más atenta al “soft power” que la Santa Sede ejerce a nivel internacional. En China la historia está haciendo su recorrido y exige un trabajo de atento discernimiento por parte de quienes tienen particulares responsabilidades en la Iglesia. Precisamente por ello el diálogo adoptado por la Santa Sede, más de un cuarto de siglo atrás en las relaciones con las Autoridades chinas, hoy asume los lineamentos de un verdadero deber pastoral para quien quiere leer los signos de los tiempos y reconocer que Dios está presente en la historia, la guía con su providencia y está obrando concretamente también para el futuro de los Católicos chinos.
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