Esos rostros y el motivo por el cual el Papa continúa viajando
Andrea Tornielli – Panamá
Cada viaje está constelado de encuentros. En cada viaje el Papa cruza miles de rostros, interceptando incluso por un instante las miradas de los que lo esperan para saludarlo al borde del camino. En el encuentro con los Obispos, hablando de la importancia de la familia como lugar de transmisión de la fe, Francisco dejó de lado el texto escrito y les contó de una anciana mujer que le esperaba fuera de la Nunciatura. “Hablando de abuelas – dijo el Papa – esta es la segunda vez que la veo. La vi ayer y la vi hoy, una anciana delgada de mi edad o incluso mayor, con una mitra hecha de cartón en la cabeza y un cartel que decía: ‘Santidad, también las abuelas hacen lio’. ¡Una maravilla del pueblo!”.
No es la primera vez que Francisco recuerda episodios similares para afirmar lo que más le gusta de los viajes: el contacto con la gente. “Si me preguntaran cuál es el recuerdo más hermoso del viaje a Armenia en junio de 2016, por ejemplo – había dicho en una entrevista dedicada a su peregrinar en el mundo – contaría lo que sucedió al final de la Misa en esa ciudad, Gyumri, cuyo nombre me cuesta pronunciar bien. Al concluir la celebración en la plaza, al final del recorrido en el papamóvil, veo allí, en un rincón, a una mujer anciana, una viejecita que tenía la piel como pergamino, seca por el sol. Estaba allí, saludando y sonriendo, mostrando dos dientes de oro, como se implantaban una vez. Estaba allí humilde”.
“Yo – había agregado el Papa – después de haber bajado del papamóvil, me dirigí hacia ella para saludarla y abrazarla. Había un intérprete a mi lado. Ella me había dicho: ‘Yo he venido de Georgia’. Al día siguiente, el último del viaje, mientras estaba en Ereván, fui a ver a las religiosas. Estaba saludando a la gente, había muchos. Y de repente me encuentro frente a esa anciana tan humilde: ¡la misma que el día anterior había abrazado a Gyumri! Primero había hecho ocho horas en autobús para llegar a Gyumri, y luego hizo otros 130 kilómetros para ir a Ereván y poder volver a ver al Papa. Y ahí estaba, toda humilde... Eso es para mí lo más gratificante. Esta es, después de todo, la razón de los viajes. San Juan Pablo II también lo había dicho, en respuesta a los que se oponían a sus viajes, recordando que la gente podía venir a Roma a ver al Papa. Respondió simplemente: Los pobres no viajan”.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí