Amazonía, esas monjas que "escuchan confesiones"
Andrea Tornielli
“Nosotras ahí estamos presentes, en cada uno de estos lugares. ¿Qué hacemos? Pues, lo que puede hacer también una mujer: acompañamos a los indígenas en los diferentes eventos; cuando el sacerdote no puede hacer presencia y se necesita que haya un bautismo, pues nosotras bautizamos. Si hay la posibilidad de que alguien se quiere casar, pues nosotras también hacemos presencia y somos testigos de ese amor de esa pareja. Y muchas veces nos ha tocado escuchar en confesión, no hemos dado la absolución, pero en el fondo de nuestro corazón, nosotros hemos dicho -con la humildad de que este hombre, o de que esta mujer se acerque a nosotras por situaciones de enfermedad y ya próxima la muerte-, nosotros creemos que Dios Padre también actúa ahí”.
Estas son las palabras sencillas y directas de la hermana Alba Teresa Cediel Castillo, de las Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, que vive en Colombia en las comunidades indígenas. El relato de la religiosa describe la situación y las dificultades vividas en las aldeas amazónicas y el hecho de que en ciertas ocasiones hay parejas que se juran fidelidad en el pacto matrimonial en presencia de las religiosas cuando falta el sacerdote. Y hay personas -al final de sus vidas o en situaciones difíciles- que, al no poder confesarse ante el sacerdote que no está allí, se dirigen a las religiosas y les confían los pecados cometidos. Es evidente que las hermanas no pueden dar la absolución: son conscientes de que no pueden administrar el sacramento de la penitencia e, incluso, las personas que confían en ellas lo saben. Pero pueden escuchar y rezar. Las hermanas saben que no pueden celebrar matrimonios, pero pueden asistir.
Hace algunos años, hablando de la confesión durante una entrevista sobre la misericordia, el Papa Francisco explicó: «Fue Jesús quien dijo a sus apóstoles: "A aquellos a quienes perdonéis sus pecados, les serán perdonados; a aquellos a quienes no perdonéis, no les serán perdonados". Por lo tanto, los apóstoles y sus sucesores -los obispos y los sacerdotes que colaboran con ellos- se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios. Actúan in persona Christi. Esto es muy hermoso. Tiene un significado profundo, porque somos seres sociales. Si no eres capaz de hablar de tus errores con tu hermano, ten seguridad de que no eres capaz de hablar de ellos ni siquiera con Dios y así terminas confesándote en el espejo, ante ti mismo. Somos seres sociales y el perdón también tiene un aspecto social, porque la humanidad, mis hermanos y hermanas, la sociedad, también son heridos por mi pecado».
«Confesarse ante un sacerdote -agregó el Papa- es una manera de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús. Es una manera de ser concretos y auténticos: mirar a la realidad mirando a otra persona y no reflejarse en un espejo». Y sobre esta concreción de volverse concretamente hacia otro y no hacia un espejo, Francisco había recordado: «San Ignacio, antes de cambiar su vida y de comprender que tenía que ser soldado de Cristo, había luchado en la batalla de Pamplona. Servía en el ejército del Rey de España, Carlos V de Habsburgo, y se enfrentaba al ejército francés. Estaba gravemente herido, y pensaba que se estaba muriendo. No había ningún sacerdote en el campo de batalla en ese momento. Así que llamó a uno de sus camaradas, se confesó con él y le dijo sus pecados. El compañero no podía absolverlo, era laico, pero la necesidad de estar frente a otro, en el momento de la confesión, era tan sentida que decidió hacerlo así. Es una buena lección». Una lección que continúa.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí