La Iglesia con rostro amazónico y los nuevos ministerios
ANDREA TORNIELLI
De las intervenciones en el Aula, durante estos primeros días del Sínodo, junto al grito de los pueblos indígenas que piden ser respetados invocando la atención y el cuidado de la creación, surge otro grito. Es el de las comunidades cristianas diseminadas en vastísimos territorios. Es el de los pastores que, con sólo una decena de sacerdotes, deben asistir también a quinientas comunidades esparcidas en cien mil kilómetros cuadrados, con considerables dificultades de una parte a otra.
Se ha evidenciado y criticado un modo de afrontar este tema sin el corazón del pastor. Es un planteamiento que no parte de ese grito y no lo hace suyo, que no parte de la exigencia de aquellos cristianos a quienes no se les da la posibilidad de celebrar la Eucaristía, excepto una o dos veces al año, cristianos que no pueden confesarse y no tienen el consuelo del sacerdote en el momento de la muerte.
Toda reflexión, todo intento de respuesta, toda confrontación entre las diferentes posiciones sobre este argumento debería, por tanto, hacer suyo este sufrimiento. Una situación que tiene sus propias características, que no pueden ser superpuestas a otras: el Sínodo sobre la Evangelización de la Amazonía está llamado a proponer posibles respuestas. Una de ellas, como se sabe, es la posibilidad de abrir – como excepción y con carácter experimental – a la ordenación sacerdotal de hombres ancianos de probada fe (no abolir o hacer optativo el celibato permitiendo que los sacerdotes se casen). Pero no se trata de la única forma de avanzar, a pesar de que es aquella sobre la que se centra el debate en los medios de comunicación.
De hecho, hay otras formas y otras respuestas al grito de aquellas comunidades que se refieren, por ejemplo, a una mayor valoración del diaconado permanente conferido a hombres casados, tratando de hacer crecer y formar adecuadamente las vocaciones indígenas. En efecto, la necesidad de una formación adecuada para los ministros ordenados, los religiosos y los laicos es una exigencia que ha surgido varias veces en las intervenciones en el Aula. Por ejemplo, se ha destacado la posibilidad de nuevos ministerios para los laicos y en particular para las mujeres, reconociendo la extraordinaria dedicación de muchas religiosas que gastan su vida al servicio de las comunidades amazónicas.
La Eucaristía hace a la Iglesia, la celebración eucarística es el corazón, la fuente y el fundamento de la vida comunitaria. Pero, con la creatividad del Espíritu, allí donde el sacerdote no puede estar presente, se podría pensar – se ha dicho – en nuevos ministerios que correspondan a las necesidades de los pueblos amazónicos para predicar la Palabra, dirigir a las comunidades, acompañar en los sacramentos del bautismo, del matrimonio y de la unción de los enfermos, y presidir las liturgias de las exequias. Nuevos caminos que deberían involucrar en primer lugar a los indígenas como agentes pastorales, como diáconos permanentes y como nuevos ministros no ordenados, capaces de reconocer los dones que el Señor ha dado a los miembros de las comunidades nativas. El Sínodo está en camino.
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