Cardenal Turkson: intensificar la solidaridad, no descuidar la justicia social
Ciudad del Vaticano
Está dirigido a los Presidentes de las Conferencias Episcopales, a los Obispos encargados para la pastoral de la salud, a los agentes socio-sanitarios y pastorales, a las autoridades civiles, a los enfermos y a sus familias, a los voluntarios y a todas las personas de buena voluntad, el mensaje del Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Cardenal Peter K.A. Turkson, en el contexto de la emergencia causada por la epidemia del Covid-19. El purpurado exhorta a las personas y a los Estados a intensificar la solidaridad.
Texto completo del Mensaje según nuestra traducción:
¡La paz esté con ustedes!
Estamos viviendo días de gran preocupación y creciente inquietud, días en los que la fragilidad humana y la vulnerabilidad de la supuesta seguridad en la técnica se ven socavadas en todo el mundo por el Coronavirus (COVID-19), ante el que se están doblegando todas las actividades más significativas, como la economía, los negocios, el trabajo, los viajes, el turismo, el deporte e incluso el culto, y su contagio también limita en gran medida la libertad de espacio y de movimiento. El Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral desea unirse a la voz del Santo Padre, renovando así la cercanía de la Iglesia, en la animación de la pastoral de la salud, a todos los que sufren a causa del contagio de COVID-19, a las víctimas y sus familias, así como a todos los trabajadores de la salud, comprometidos en primera línea, que ponen toda su energía en la atención y el alivio de los afectados.
Pensando particularmente en los países más afectados por el contagio, nos unimos, recordándolos en nuestras oraciones, a la labor de las autoridades civiles, los voluntarios y los que se han comprometido a detener el contagio y a evitar el riesgo para la salud pública y el creciente temor que esta epidemia desenfrenada está generando. También alentamos a las estructuras y organizaciones sanitarias laicas y católicas, nacionales e internacionales, a que sigan ofreciendo sinérgicamente la asistencia necesaria a las personas y poblaciones, así como a que pongan en práctica todos los esfuerzos indispensables para encontrar una solución a la nueva epidemia, según las indicaciones de la OMS y de las autoridades políticas nacionales y locales.
En esta circunstancia, tanto el Santo Padre como varios Jefes de Estado se mostraron solidarios con los países más afectados, donando productos médicos y sanitarios y ayuda financiera. Esperamos que todos puedan continuar esta labor de apoyo, porque ante una emergencia de este tipo muchas naciones, especialmente las que tienen sistemas de salud débiles, se verán abrumadas por los efectos del virus y no podrán hacer frente a las demandas de atención y proximidad a sus naciones. Este momento de gran necesidad puede ser, esperamos, un buen momento para fortalecer la solidaridad y la cercanía entre los Estados, la amistad entre los personas. Es el momento de promover la solidaridad internacional para compartir instrumentos y recursos.
Cierto, esta incidencia del virus, como cualquier situación de emergencia, evidencia aún más las graves desigualdades que caracterizan a nuestros sistemas socioeconómicos. Son desigualdades en los recursos económicos, en la utilización de los servicios de salud, así como en el personal cualificado y la investigación científica. Frente a esta gama de desigualdades, la familia humana tiene el desafío de sentirse y vivir verdaderamente como una familia interconectada e interdependiente. La incidencia del Coronavirus ha demostrado esta importancia mundial, ya que inicialmente sólo afectó a un país y luego se propagó a todas las partes del mundo.
Para cada persona, creyente o no creyente, es un tiempo propicio para comprender el valor de la fraternidad, de estar unidos unos a otros de manera indisoluble; un tiempo en el que, en el horizonte de la fe, el valor de la solidaridad, que brota del amor que se sacrifica por los demás, "nos ayuda a ver al «otro» -persona, pueblo o Nación- no como un instrumento cualquiera [...], sino como nuestro "semejante", una "ayuda" (cf. Gn 2:18, 20), para ser hechos partícipes, como nosotros, del banquete de la vida, al que todos los hombres están igualmente invitados por Dios" (SRS 39:5). El valor de la solidaridad también necesita ser encarnado. Pensemos en el vecino de casa, en el compañero de oficina, en el amigo de la escuela, pero sobre todo en los médicos y enfermeras que se arriesgan a la contaminación e infección para salvar a los contagiados. Estos trabajadores viven y nos muestran el significado del misterio de la Pascua: donación y servicio.
Ya el Papa Francisco, en su Mensaje de Cuaresma 2020, nos exhorta a contemplar con corazón renovado el misterio de la Pascua, el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús, y a acoger libre y generosamente su entrega: su sufrimiento hasta la muerte como don de amor por la humanidad. El abrazo del sufrimiento de Jesús, nos dice el Papa Francisco, se convierte en el abrazo a toda la gente que sufre en nuestro mundo, incluyendo a todos los afectados por COVID-19. Ellos son hoy en día la expresión de Cristo que sufre, y al igual que desafortunado de la parábola del Buen Samaritano, necesitan gestos concretos de cercanía por parte de la humanidad. Las personas que sufren, ya sea por contagio o de otra manera, constituyen un "laboratorio de misericordia", ya que la naturaleza multifacética del sufrimiento requiere diferentes formas de misericordia y cuidado.
Al comienzo de este itinerario cuaresmal, para muchos que carecen de algunos signos litúrgicos comunitarios como la celebración de la Eucaristía, estamos llamados a un viaje aún más arraigado en lo que sostiene la vida espiritual: la oración, el ayuno y la caridad. Que los esfuerzos realizados para contener la propagación del Coronavirus se acompañen del compromiso de cada fiel por el bien mayor: la reconquista de la vida, la derrota del miedo, el triunfo de la esperanza. A las comunidades más sufridas, les recomendamos no vivir todo como una privación. Si no podemos reunirnos en nuestras asambleas para vivir juntos nuestra fe, como solemos hacerlo, Dios nos ofrece la oportunidad de enriquecernos, para descubrir nuevos paradigmas y redescubrir nuestra relación personal con Él. Jesús nos recuerda: " 6 Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará". (Mt, 6.6). ¡Cuántas veces el Papa Francisco nos ha invitado a tener las Escrituras a mano! La oración es nuestra fuerza, la oración es nuestro recurso. He aquí, pues, el momento favorable para redescubrir la paternidad de Dios y nuestro ser hijos: " Les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios" (2 Cor 5, 20) dice San Pablo, y este es el Mensaje para la Cuaresma de este año que el Papa Francisco nos dio como regalo. ¡Qué providencia!
Así que recemos a Dios Padre para que acreciente nuestra fe, para que ayude a los enfermos en la sanación y para que sostenga a los trabajadores de la salud en su misión. Esforcémonos por evitar la estigmatización de los afectados: la enfermedad no conoce límites ni color de piel; en cambio, habla el mismo idioma. Cultivemos la "Sabiduría del Corazón": que es una "actitud infundida por el Espíritu Santo" en aquellos que saben abrirse al sufrimiento de sus hermanos y hermanas y reconocer en ellos la imagen de Dios. Así, podemos afirmar, como Job, " 15 Yo era ojos para el ciego y pies para el lisiado" (Jb 29:15). Así podremos servir a los que sufren, acompañarlos de la mejor manera y ser solidarios con los necesitados sin juzgarlos.
A las autoridades políticas y económicas pedimos que no descuiden la justicia social y el apoyo a la economía y a la investigación, ahora que el virus está creando, lamentablemente, una nueva "crisis económica". Seguiremos apoyando por todos los medios los esfuerzos de los trabajadores de la salud y los centros médicos en diversas partes del mundo, especialmente en las zonas más remotas y difíciles, contando también con la solidaridad activa de todos.
Pedimos al Espíritu Santo que ilumine los esfuerzos de los científicos, de los trabajadores de la salud y de los gobernantes, y confiamos todas las poblaciones afectadas por el contagio a la intercesión de la Virgen María, Madre de la humanidad.
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