30 años después de la Guerra del Golfo. Diplomacia de paz de la Santa Sede todavía resuena
Olivier Bonnel - Ciudad del Vaticano
Durante los siete meses de la primera Guerra del Golfo, las palabras de Juan Pablo II se escucharon una y otra vez. No menos de 55 veces, a través de sus discursos, cartas y llamamientos hechos durante sus discursos públicos. Sin embargo, estas posiciones serán poco difundidas por la prensa internacional, que con demasiada frecuencia sigue “a un campo o al otro”.
Entre sus exhortaciones más sorprendentes fue su mensaje de Urbi et Orbi de la Navidad de 1990, cuando todavía había combates en la región. “Esperamos que la amenaza de las armas se disipe. Que los responsables se convenzan de que la guerra es una aventura sin retorno”, dijo Juan Pablo II a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El Papa también recuerda que “apelando a la razón, a la paciencia y al diálogo, y respetando los derechos inalienables de los pueblos y de las personas, es posible descubrir y recorrer los caminos del entendimiento y de la paz”.
Los meses de guerra entre Bagdad y la coalición de países árabes y los Estados Unidos serán una oportunidad para que la Santa Sede redoble sus esfuerzos para pedir la paz y el retorno de la estabilidad en la región. Durante el mes de agosto de 1990, L'Osservatore Romano publicará diariamente extractos de los mensajes de Pablo VI y Juan Pablo II con motivo del Día Mundial de la Paz, desde 1968. Una forma de recordar esta constante y discreta súplica por la coexistencia pacífica de las naciones. En noviembre de 1990, el Cardenal Casaroli, Secretario de Estado de la Santa Sede, se reunió con George Bush en Washington. El obispo Jean-Louis Tauran, jefe de la diplomacia vaticana, tomó el camino a Bagdad. Es un recordatorio de hasta qué punto la guerra sigue siendo un punto muerto.
Cartas a Saddam Hussein y George Bush
Mientras el mundo mira en vivo a través del canal de CNN “Escudo del Desierto” y luego las operaciones de “Tormenta del Desierto”, el Papa polaco está tomando más y más iniciativas personales. El 15 de enero de 1991, Juan Pablo II envió dos cartas, una al Presidente de los Estados Unidos George Bush, y la otra a su homólogo iraquí Saddam Hussein. Dos cartas que pasarán a la historia. “Siento el deber urgente de acudir a usted como el líder de la nación más involucrada en operaciones militares”, comienza en su misiva al presidente americano. En ella el Papa polaco reafirma su “profunda convicción de que la guerra no es probable que proporcione una solución adecuada a los problemas internacionales”. El Sumo Pontífice recuerda la importancia de que el pueblo kuwaití recupere su soberanía. “Espero sinceramente, dirigiendo una ferviente llamada de fe al Señor, que la paz aún pueda ser salvada”, escribe Juan Pablo II con fuerza.
El llamamiento a la responsabilidad ante la historia es idéntico en su carta al Jefe de Estado iraquí. “Todos podemos imaginar las trágicas consecuencias que un conflicto armado en la región del Golfo tendría para miles de sus conciudadanos, para su país y para toda la región, si no para el mundo entero”, señala el Papa, y añade que confía en que podrá “tomar las decisiones más apropiadas y dar los valientes pasos que podrían ser el inicio de una marcha hacia la paz”.
Activismo diplomático efectivo
Dos días antes de que se enviaran esas cartas, Juan Pablo II hizo un llamamiento al Iraq “para que hiciera un gesto de paz que lo honrara”, que fue retransmitido en las columnas de L'Osservatore Romano, y otro “a todos los Estados interesados para que organizaran una conferencia de paz que ayudara a resolver todos los problemas con miras a la coexistencia pacífica en el Oriente Medio”. Una línea diplomática que se hizo más y más popular a medida que el conflicto continuaba. Dos días después, Francia propondría un alto el fuego en la ONU aunque no se respetara.
En su discurso de saludo a la Curia Romana el 17 de enero de 1991, el Papa abordó, como era de esperar, el conflicto en la región, recordando que la “zona del Golfo” estaba “sitiada”. Denunció con fuerza que “la ley del más fuerte se impone brutalmente al más débil”. “Los verdaderos amigos de la paz saben que ahora más que nunca es el momento del diálogo, la negociación y la preeminencia del derecho internacional. Sí, la paz todavía es posible; la guerra sería la decadencia de toda la humanidad”, continúa el Sumo Pontífice.
Gracias a Dios por el cese de la lucha
La retirada del ejército iraquí de Kuwait el 28 de febrero de 1991 y la derrota de las tropas de Saddam Hussein marcaron oficialmente el final de esta primera guerra del Golfo. La coalición liderada por EE.UU. cesa el bombardeo. Un alivio para la comunidad internacional y para la Santa Sede. Durante el Ángelus del 3 de marzo de 1991, el Papa no ocultó su alegría por el silencio de las armas. “Rezamos, agradeciendo a Dios por el cese de los combates en la región del Golfo e invocando de Él la misericordia para las víctimas de la guerra y el consuelo para los que sufren a causa del conflicto”, dijo, recordando la tarea de construir para el futuro. “Seamos solidarios con el pueblo kuwaití que, después de la gravísima prueba que ha sufrido, ha recuperado su independencia (...) Estemos cerca del pueblo iraquí y de su sufrimiento: pidamos a Dios que con una paz definitiva se le conceda a este país la posibilidad de una cooperación leal con sus vecinos y con los demás miembros de la comunidad internacional”, explicó el Papa polaco.
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