El Dicasterio para las iglesias Orientales
Alessandro de Carolis – Ciudad del Vaticano
No se reduce a cuestiones de iconos y del humo de velas que se elevan durante rituales con cadencias antiguas. Detrás del trabajo del Dicasterio para las Iglesias Orientales está la carne de Cristo, a menudo más herida, como dice el Papa Francisco. El horizonte en el que se inscriben las responsabilidades de este dicasterio incluye el mundo de Tierra Santa, que entreteje la sacralidad más intensa con dramas humanos de larga data. Comprende también el universo de las Iglesias en diáspora, la natural convivencia en el tejido eclesial de sacerdotes célibes y casados - "polos" en medio de numerosos debates en Occidente- y muchas otras peculiaridades de un mosaico que hoy sufre las consecuencias de una pandemia que no da señales de resolverse. Es un mundo en el que la unidad con el Vicario de Cristo "se manifiesta en su variedad", explica el cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación.
Hasta la reforma de la Curia Romana en 1967, el cargo de Prefecto de la Congregación estaba reservado al Pontífice, lo que demuestra la importancia que se da al cuidado de las Iglesias Orientales. ¿De qué manera se expresa hoy esta preocupación por las comunidades del Oriente cristiano?
Creo que es bueno que volvamos a la imagen de los momentos previos a la misa de inicio del pontificado del Papa Francisco, cuando fue a rezar al altar de la Confesión de la Basílica de San Pedro junto a las reliquias del Apóstol y quiso estar flanqueado por todos los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, para manifestar visiblemente la profunda unidad dentro de la Iglesia Católica. La Iglesia latina es una de las Iglesias sui iuris y el Papa, como Obispo de Roma, aun siendo un Obispo latino, ejerce su solicitud respetando y cuidando a todas las Iglesias católicas orientales, desde Medio Oriente hasta Europa del Este, hasta la India, y a todas las comunidades hijas de estas Iglesias extendidas en tantos territorios de la diáspora tanto en el continente americano como en Europa, Australia y Oceanía.
¿Cuál es la importancia de atender las realidades de la diáspora?
Es un rasgo de la solicitud por las Iglesias orientales de los Pontífices que, aunque ya no son prefectos de la Congregación, siguen ejerciendo a través de ella su particular preocupación por los fieles orientales. El hecho mismo de que en territorios predominantemente latinos -como por ejemplo en Europa y Estados Unidos- los Papas hayan optado por erigir eparquías o exarcas para el cuidado de los fieles católicos orientales, habla de la importancia y el profundo respeto por su identidad y tradición. Allí donde ellos van en el mundo constituyendo comunidades estructuradas de cierta consistencia, la Sede Apostólica les reconoce la posibilidad de seguir gobernándose según su propia tradición, sus propias peculiaridades litúrgicas, disciplinares, espirituales, previendo el nombramiento de obispos y la erección de eparquías y circunscripciones para que puedan seguir viviendo su pertenencia al Señor en la Iglesia Católica a través de ese rostro singular de su propia Iglesia de origen.
Estos fieles suelen huir de las guerras, la violencia, la pobreza...
Sí, la atención a los fieles orientales en la llamada diáspora es también una forma particular de vivir esa atención a los migrantes y refugiados que tanto importa al Papa Francisco. Los orientales en la diáspora son los hijos de aquellas poblaciones que, para huir de la guerra y la violencia o por razones económicas, han emigrado de sus países de origen y han establecido comunidades para seguir viviendo su fe en el vínculo con su patria y con la Iglesia a la que pertenecen. La atención del Papa Francisco a la realidad de las migraciones se concreta también a través de nuestro dicasterio, en la atención pastoral a estos fieles migrantes allí donde han llegado en el pasado y hoy, y donde llegarán en el futuro. Esto, por supuesto, no significa fomentar un proceso de vaciamiento de cristianos, por ejemplo, en Medio Oriente, que quizás sirva a los intereses de algunas potencias internacionales fuertes, sino que el Papa se sitúa en primera línea para reivindicar el derecho de los cristianos a permanecer, a vivir y a profesar la propia fe. La presencia de los cristianos en un Medio Oriente que quisiéramos ver finalmente reconciliado, sin más guerras, es una contribución fundamental a la convivencia pacífica según un modelo de fraternidad humana, que supera los patrones históricos de oposición o sometimiento mutuo que han caracterizado las décadas y los siglos pasados en esos territorios.
Cuando se habla de Iglesias Orientales, las primeras imágenes que vienen a la mente son las de lugares antiguos que guardan tesoros de arte y rituales llenos de encanto. ¿Qué otros elementos caracterizan la identidad específica de las comunidades eclesiales de Oriente?
Es cierto, no hay que perder la peculiaridad de algo antiguo, precioso, de un tesoro de sabiduría, de belleza, de arte, de colores, porque esta es la experiencia que se tiene cuando se entra en una iglesia oriental en cualquier parte del mundo: te fascinan las oraciones, los cantos, los himnos, el olor del incienso, la luz de las velas, los ornamentos... ¡pero todo esto no es algo que pertenezca a un museo! Son comunidades vivas que, con parámetros diferentes a los nuestros -pensemos también en todo el debate dentro de la Iglesia latina sobre la orientación de la oración litúrgica- siguen viviendo su fe de una manera profundamente católica, aunque sea diferente a la que estamos acostumbrados.
Una de las peculiaridades es un tema muy importante para el Papa, el de la sinodalidad.
El Santo Padre ha pedido, y sigue pidiendo a toda la Iglesia, una reflexión sobre lo que significa el ejercicio de la colegialidad y de la "sinodalidad". Esta perspectiva sinodal caracteriza inmediatamente la vida de las Iglesias católicas orientales, ya que, de manera particular, las Iglesias patriarcales y arzobispales mayores se estructuran en torno a un Patriarca o Arzobispo Mayor, que ejerce la dirección de la Iglesia junto con el Sínodo de los Obispos, en un camino de comunión y colegialidad. Después, la sinodalidad es evidente en la práctica relativa a la elección de obispos para las sedes de los territorios propios de las Iglesias católicas orientales. El Santo Padre está llamado, de hecho, a expresar su asentimiento sobre la dignidad para el episcopado de un candidato, pero la designación para una Sede en lugar de otra en un territorio propio es responsabilidad del Sínodo de los Obispos. O pensemos, también, en la tan debatida cuestión de los sacerdotes casados. Algunas de las iglesias católicas orientales han conservado esta práctica (que también está presente en el mundo ortodoxo) por la que hay sacerdotes célibes y sacerdotes casados. Después de la Asamblea Plenaria de esta Congregación en 2013, el Papa Francisco les permitió la posibilidad de ejercer el ministerio para sus propios fieles fuera de sus territorios tradicionales, algo que antes no estaba permitido, aunque no explícitamente prohibido, como por ejemplo ocurría con la Iglesia rutena en Estados Unidos a partir de finales del siglo XIX. Estos temas, el de la sinodalidad y el del ejercicio del sacerdocio, tanto célibe como casado, a menudo objeto de reflexión y debate en nuestros días, son de hecho experiencias ya vividas concretamente en las Iglesias católicas orientales. Pensemos también en cómo los Pontífices han querido, a lo largo de los decenios, presentar la tradición oriental como una vía particular para una percepción auténticamente católica de ser Iglesia. Vemos, por un lado, la atención a realidades concretas, como la del Líbano (el Sínodo Especial de 1996) o la de todo Medio Oriente (el Sínodo Especial de los Obispos de 2010), pero también me refiero a las intervenciones legislativas, como la promulgación del Código de Cánones de las Iglesias Orientales en 1990 por parte de san Juan Pablo II, a su atención al mundo de Europa del Este con la mención de los santos Cirilo y Metodio.
La historia de las Iglesias Orientales ha estado y está manchada de sangre por conflictos y violencia que a lo largo de los años han diezmado la presencia de minorías cristianas y han obligado a poblaciones enteras a un éxodo que parece no tener fin. ¿Cuáles son actualmente las situaciones de emergencia más complejas en los ámbitos de competencia de la Congregación?
Con motivo del Sínodo para Medio Oriente de 2010, muchos prelados de esas tierras pidieron que no se utilizara el concepto de minoría, sino el de presencia, para que los conceptos de minoría y mayoría -por muy comprensibles que sean a nivel estadístico- no fuesen la clave de lectura de su existencia en Medio Oriente. Porque, de hecho, estamos hablando de una presencia cristiana ininterrumpida en esas tierras, pero que numéricamente siempre ha sido simbólica respecto a la inmensa mayoría de la población, con la excepción de los primeros siglos... sin embargo, es una presencia que es y quiere seguir siendo un testimonio. Ciertamente, los frentes en los que viven nuestros fieles orientales son particularmente dramáticos, ya hemos llegado al décimo año del conflicto sirio y no parece haber solución en el horizonte. Aquí hay diferentes posturas y sensibilidades, pero una sola certeza: millones de personas (incluidas las que pertenecen a los sectores más débiles de la población, como los jóvenes, los niños, las mujeres y los ancianos) se ven privadas de un hogar, de una escuela, a veces de un lugar donde tratar su salud, de un lugar donde crecer, donde jugar, donde poder esperar, de un lugar donde vivir y amar.
¿Cuáles son las situaciones más dramáticas de hoy?
Pensemos en los millones de desplazados internos en Siria y en los millones de desplazados fuera de Siria, en el vecino Líbano, en Jordania, pero también en Europa o en Estados Unidos... El frente sirio es una herida que sigue sangrando y que parece no poder cicatrizar, con la culpa de todos aquellos que, pudiendo, permanecen inertes ante el grito de dolor, como el Papa Francisco de forma muy clara ha indicado varias veces. Particularmente me gusta recordar la imagen de Bari del 7 de julio de 2018 y sus palabras, ese grito de dolor que se eleva desde las tierras de Medio Oriente y particularmente desde Siria. Irak - dónde esta en programa el próximo Viaje del Papa del 5 al 8 de marzo - sigue siendo un lugar de fuerte inestabilidad, una tierra no pacificada también por las fuertes consecuencias de la invasión del llamado Estado Islámico, y es difícil pensar que los que se fueron al extranjero puedan volver. Pero también pensemos en la gran interrogante sobre la vida del Líbano, devastado en agosto del año pasado por las consecuencias de la grave explosión en el puerto de Beirut, pero que desde hace meses ya vive una fuerte inestabilidad, una profunda crisis económica con miles de personas por debajo del umbral de la pobreza. También la situación política de este país parece socavar la propia existencia de un "país-mensaje" en el que la convivencia entre cristianos y fieles de las distintas confesiones musulmanas parecía ser un hecho que lo convertía en un lugar privilegiado en todo Medio Oriente. Antes de la guerra de las últimas décadas, el Líbano era considerado la Suiza de Medio Oriente por su belleza y riqueza, pero podríamos añadir que también por ser un lugar singular de convivencia pacífica entre los distintos componentes de la población. Pero no queremos olvidar otras realidades, como los retos de ser cristiano en la India de hoy, así como las continuas tensiones y el consiguiente sufrimiento de las poblaciones del este de Ucrania.
¿De qué manera el dicasterio ofrece una contribución de acción concreta para afrontar el drama de los desplazados, especialmente en un momento en que las dificultades habituales se suman a las causadas por el Covid-19?
De manera particular, el drama de Covid ha afectado a todo el mundo y nos pide una atención y cuidado adicionales para esas poblaciones nuestras. Salvaguardando las competencias de cooperación internacional de los gobiernos y las de la propia Curia Romana (de organismos como Caritas Internationalis, o el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral), nuestra Congregación, tras haber informado al Santo Padre y haber recibido su aprobación, estableció un fondo de emergencia para las Iglesias Católicas Orientales, destinado explícitamente en este momento a gestionar las emergencias vinculadas a la pandemia. Los fondos utilizados proceden de la colecta de Tierra Santa y de otros pequeños benefactores que se han dispuesto a ayudar. El Dicasterio ha desplegado recursos por más de 700.000 dólares, destinados a la compra de material higiénico-sanitario de prevención y tratamiento (como ventiladores pulmonares) para Jerusalén, Gaza, Siria, Líbano, Etiopía, Eritrea, Irak... Y sobre todo, se ha puesto en marcha un virtuoso mecanismo "sinodal" a través de algunas agencias de la Roaco (Asociación de Obras de Cooperación para las Iglesias de Oriente), a las que se enviaron solicitudes de ayuda para la emergencia de Covid desde varias circunscripciones eclesiásticas bajo la jurisdicción del Dicasterio, y que recibieron una rápida respuesta. Son intervenciones de emergencia relacionadas con el Covid que se han puesto en marcha para ayudar a la población de Oriente en estos momentos de prueba.
La presencia de cristianos orientales en países de mayoría musulmana plantea la cuestión del compromiso común contra el fundamentalismo, como se reiteró hace un año en la "Declaración de Abu Dhabi". ¿Qué papel desempeña la Congregación en la promoción de la "fraternidad humana" que promueven Francisco y el Gran Imán de al-Azhar?
La Congregación acogió con asombro y alegría el gesto que el Papa Francisco quiso hacer en su viaje apostólico a Abu Dhabi. Como prefecto tuve la alegría de poder acompañarlo y ser testigo de ese acontecimiento histórico. Los cristianos de Medio Oriente, de manera particular, (pero también en la India, con una presencia tan significativa de fieles siro-malabares y siro-malankares en un territorio de abrumadora mayoría hindú), representan en sí mismos una vocación de convivencia y de diálogo, en el esperado respeto mutuo de los derechos y en el deseo de construir el bien común como ciudadanos de un pueblo, de un país al que ciertamente aman. Las Iglesias católicas orientales han visto, pues, en este pasaje, casi el reconocimiento de un deseo y también de una práctica de vida que han intentado -aunque en medio de mil dificultades y sufrimientos- proponer y vivir en su experiencia milenaria en tantos lugares de Medio Oriente.
¿Cuál sería un ejemplo concreto de esta vocación a la convivencia?
Lo que he mencionado antes sobre el Líbano es el ejemplo más concreto: estamos a cien años del llamado "Gran Líbano" y de la perspectiva de que una nación se constituye y casi se reconoce como carta fundamental de su propia identidad, aquella del reconocimiento mutuo y de una coexistencia pacífica entre diferentes confesiones y credos, que aprende a alegrarse de las fiestas de los demás y de los testimonios de comunión. Pensemos, por ejemplo, en lo que se ha convertido a lo largo de los años la celebración de la solemnidad de la Anunciación, el 25 de marzo, una fiesta que -incluso antes del mensaje de Abu Dhabi- es realmente una fiesta compartida: en el centro está la figura de María como anuncio de la salvación del género humano para nosotros los cristianos, pero también como anuncio del nacimiento de uno de los Profetas según la tradición islámica.
¿Cómo ha obrado la Congregación para que la Declaración dé sus frutos?
Respondiendo a lo que nos ha pedido el Santo Padre, inmediatamente después de regresar de Abu Dhabi, la Congregación escribió en su nombre a todos los responsables de las Iglesias orientales católicas enviando una copia del mensaje y pidiendo que este sea objeto de lectura, estudio, profundización y debate, dentro de los programas de formación (por ejemplo, entre los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa), pero también en las parroquias, universidades e institutos de cultura. En este sentido, las Iglesias orientales y el Dicasterio se han sentido destinatarios, de manera particular, del deseo del Santo Padre de que ese mensaje sea conocido y difundido. Ciertamente, algunas experiencias de la vida nos dicen que ese mensaje indica un horizonte amplio, bello, compartible, pero que no siempre encuentra correspondencia en la realidad, pero esto no debe desanimar ni restar valor al documento si en algunos momentos de la historia o del presente parece desatendido. La esperanza es que el deseo y el compromiso personal de cada uno para la promoción de la "fraternidad humana" pueda acelerar el momento de su realización.
La contribución de la Roaco a la actividad de la Congregación constituye una forma original de colaboración "sinodal" entre un dicasterio de la Curia Romana y las agencias caritativas de varios países del mundo. ¿Por qué es importante?
Me complace ver en la pregunta un subrayado de esta dimensión que usted ha mencionado antes, de la dimensión "sinodal", es decir, el Prefecto de la Congregación es el Presidente de la Roaco. Pero desde su creación -han pasado más de 50 años- la Roaco es de hecho una realidad en la que el dicasterio se ofrece como mesa de coordinación, conexión e intercambio de información, recursos y proyectos entre un órgano de la Curia Romana que supervisa la vida de las Iglesias Católicas Orientales en el mundo y todas aquellas realidades de atención específica, en particular a la vida de las Iglesias Católicas Orientales, que han surgido a lo largo de los años en las diferentes naciones. También para expresar una solidaridad, una cercanía concreta a la vida de estos nuestros hermanos y hermanas. Pienso en realidades como la Cnewa-Pontifical Mission en Estados Unidos y Canadá, la Ouvre d'Orient en Francia, Missio y Misereor en Alemania, o en entidades como las vinculadas a las grandes diócesis de Alemania, de manera particular a la Archidiócesis de Colonia; pienso en la Conferencia Episcopal Italiana y en la Oficina de Cooperación Misionera. Así, el primer nivel de esto es la "sinodalidad".
¿Cómo se lleva a cabo esta colaboración?
La modalidad es una mesa de cotejo que, sobre todo en los últimos meses a través de las nuevas tecnologías y un poco forzada por la emergencia de Covid, se ha convertido cada vez más permanentemente en reuniones por conexión de video (durante el verano tuvimos dos), de tal manera que circulan informaciones, solicitudes de ayuda y también solicitudes de aclaración. La estructura "sinodal" se expresa así: una realidad que puede ser una diócesis, una eparquía, una orden religiosa, una parroquia o una entidad, presenta un proyecto tratando de estructurarlo de una manera clara, comprensible, bien planificada, que prevea una parte de contribución local y que prevea también una factibilidad del proyecto según los criterios de transparencia y de información. Esto es presentado y aprobado por el obispo, es decir, por la autoridad eclesial del lugar, y transmitido a nosotros con la aprobación de la opinión de la nunciatura apostólica. Así, hay una cadena de conexión y no de supervisión, pero sí de acompañamiento en la comunión de estas realidades. Luego, llega a la Roaco, a nuestra mesa de coordinación, que lo distribuye entre las distintas agencias expresando también su parecer y lo hace objeto de discusión en dos momentos de forma particular: dentro de la Reunión Plenaria (que normalmente se programa en junio, con unos días en Roma de los representantes de todas las agencias en los que normalmente hay una audiencia con el Santo Padre), y luego en una segunda ocasión en enero dentro del Comité Directivo de la Roaco, que es una realidad más simple, con solo unas pocas agencias presentes y que ayuda a estudiar algunos expedientes así como a planificar el trabajo de la Reunión Plenaria de junio.
¿Puede ilustrar esta realidad con algunas cifras?
Solo de 2015 a 2020, el financiamiento total recibido fue de 15 millones de euros para unos 290 proyectos. Permítanme mencionar solo algunas cifras: Israel recibió ayuda para 37 proyectos por casi dos millones de euros; Chipre, dos proyectos por 250 mil euros; Palestina, 31 proyectos por casi un millón 700 mil euros; Jordania, 12 proyectos por casi 700 mil euros; Egipto, seis proyectos por casi medio millón de euros; Líbano, 33 proyectos por un millón 800 mil euros; Siria, 18 proyectos por 1,5 millones de euros; Ucrania, 23 proyectos por 1,2 millones de euros; India, 78 proyectos por dos millones de euros; Etiopía, 11 proyectos por más de un millón de euros; Turquía, tres proyectos por casi medio millón, y así sucesivamente. Irak fue receptor de solo tres proyectos por unos 400 mil euros, pero entendemos bien que fueron los años en los que tuvimos que enfrentarnos a la realidad del Daesh, del Isis, por lo que primero hubo que gestionar una situación de destrucción y huida, más que de reconstrucción real. Se trata de fondos proporcionados únicamente y solo a través de proyectos presentados explícitamente a la Roaco. Esto no implica que organizaciones como "Ayuda a la Iglesia que sufre", la Orden del Santo Sepulcro y las ya mencionadas anteriormente, incluso sin pasar por la Roaco, hayan realizado otras intervenciones importantes en apoyo de todas esas situaciones que hemos mencionado.
¿Se puede hablar respecto de su Congregación de un "presupuesto misionero" que enmarca las partidas de gastos y costes en la perspectiva de la misión del Papa? ¿Puede darnos algunos ejemplos concretos?
El Dicasterio ha valorado muy positivamente la introducción de esta categoría de "presupuesto de misión", en el sentido de que, por un lado, ha sido un acierto intervenir en los últimos años con medidas correctoras para normalizar de alguna manera, por ejemplo, la práctica de la presentación de los estados financieros o los criterios de fiscalización por parte de los organismos de la Santa Sede como nuestro Dicasterio. Pero por otro lado, sin embargo, hay que entender esta labor de mayor claridad, de transparencia, como un lugar para mostrar el valor de los recursos que se reciben, fruto de la caridad de tantos. Cabe expresar la gratitud de nuestro dicasterio de manera especial a tantos, tantos benefactores que ayudan, por ejemplo, a través de la Colecta para Tierra Santa, de la que el dicasterio recibe anualmente el 35% (el resto se destina a los frailes de la Custodia de Tierra Santa), de un pequeño porcentaje de la Colecta Misionera Mundial. Tantas personas que, sin ser benefactores institucionales, pueden dar poco, pero constantemente, y así hacer posible un gran trabajo para nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias Católicas Orientales.
¿Cuál es la importancia de estos pequeños benefactores?
En una de las audiencias el Papa definió y valoró la intervención de tantos pequeños benefactores, pues son como la ofrenda de la viuda que da todo lo que tiene para vivir y es alabada por Jesús precisamente porque no dio lo superfluo, sino lo que era esencial para su propia vida. Así, esta operación de transparencia y rendición de cuentas ha permitido poner de manifiesto de manera más consciente el potencial de bien que la Congregación recibe de muchos para poder ayudar y, por otra parte, poner de relieve todo el bien que el Dicasterio, en deferencia a lo que recibe, según la mente de los benefactores, es capaz de dar para la vida concreta y cotidiana de las Iglesias católicas orientales.
¿De qué manera invierte su dicasterio en la formación?
La Congregación gestiona ocho colegios en Roma en los que cada año se alojan entre 200 y 300 estudiantes, según el año (este año ha habido un descenso debido a la situación de la pandemia). Para ellos, las becas permiten mantener la vida del colegio, pagar las tasas académicas, la vida concreta, y esta inversión en formación es inevitablemente una inversión en el futuro y en el presente de las Iglesias orientales, porque al formar a sacerdotes, seminaristas, religiosas y algunos fieles laicos cualificados en las universidades de Roma, no solo se les garantiza una formación académica lo más excelente posible, sino que esto se hace sub umbra Petri, junto al Papa, también para formar a estas personas con un aliento católico. Entre las tasas, la manutención, el alojamiento, los gastos académicos, el dinero de bolsillo y el mantenimiento ordinario y extraordinario de las estructuras, el gasto anual es de unos tres millones de euros. Otra realidad es el Pontificio Instituto Oriental que forma, a través de la Facultad de Derecho Canónico y la de Ciencias Eclesiásticas Orientales, a muchos futuros pastores de las Iglesias católicas orientales del mundo. Para esto último se destina un millón de euros del presupuesto anual.
¿Cómo apoya la Congregación directamente a las iglesias locales?
Otro punto es el de los subsidios ordinarios que la Congregación garantiza cada año a las diócesis del territorio de manera que puedan garantizar un mínimo de actividades de la vida eclesial del anuncio del Evangelio de la Caridad. El total anual es de unos cuatro millones de euros. Ha habido algunas intervenciones de carácter más extraordinario relacionadas con el mantenimiento de los sacerdotes en territorios donde no es posible proporcionar ninguna otra forma de apoyo, como por ejemplo ocurre en Italia con el mecanismo del ocho por mil, por el que se han proporcionado en varias ocasiones subsidios extraordinarios para la vida de los sacerdotes en Siria, para que pudieran seguir asegurando su testimonio junto a la población que sufre. Pensemos en la intervención relativa a la Universidad de Belén, una realidad que proviene de la visita de san Pablo VI a Tierra Santa y que se constituye como un centro de formación en Belén que acoge a poblaciones cristianas y musulmanas y las forma a través de la obra de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (los "lasallistas"). Es una realidad preciosa en la que el Dicasterio invierte más de un millón de dólares al año. Pero pensemos también en las subvenciones a las escuelas, al Secretariado de Solidaridad de Jerusalén y las del Patriarcado Latino: a menudo estas escuelas son realmente lugares de crecimiento, de formación en la convivencia pacífica. Pero a veces también se les ayuda para ser preservadas de las formas de discriminación, porque desgraciadamente en algunos contextos las escuelas públicas han visto a nuestros cristianos como protagonistas negativos. Casi dos millones de dólares al año van para ellos.
Otro punto son las intervenciones extraordinarias. ¿Qué puede decirnos al respecto?
Pensemos en las intervenciones del Santo Padre, como la reciente contribución dada para las becas en las escuelas católicas del Líbano, a la que la Congregación ha contribuido con 100 mil dólares en nombre del Santo Padre, o las intervenciones extraordinarias para preservar algunos lugares particulares de la vida de la Iglesia, además de ser patrimonio de la humanidad. Pensemos en la contribución dada para la restauración de la Basílica de la Natividad de Belén, que ha concluido recientemente; la de la ermita del Santo Sepulcro, y ahora al interior del Santo Sepulcro, para la que la cantidad puesta a disposición en estos años ha superado el medio millón de dólares. Como se puede ver, ha habido muchos gastos, a veces hasta el límite de lo que permiten los ingresos, pero siempre teniendo en cuenta la expresión de san Pablo "hay más alegría en dar que en recibir", siempre bajo la atenta mirada de la Secretaría de Economía: cada gesto de generosidad se basa en la certeza de que el Señor no dejará que falte lo necesario para ayudar y mostrar el rostro de la caridad de su Iglesia.
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