El futuro de la paz en Iraq y esos rostros que cambian la historia
ANDREA TORNIELLI
El futuro de la paz en Iraq tiene el rostro de Rafah Hussein Baher, una mujer iraquí de religión sabeo-mandea, que ha visto a sus hijos y hermanos huir del país asolado por la violencia y el terrorismo. Fue ella quien se dirigió al Papa Francisco: “Dichoso el que erradica el miedo de las almas... Su Santidad, ahora está sembrando semillas de amor y felicidad. Por la fuerza del lema de su visita – Todos son hermanos – declaro aquí que me quedaré en la tierra de mis antepasados...".
El futuro de la paz en Iraq tiene el rostro de Davide y Hasan, un joven cristiano y el otro musulmán, compañeros de estudios y amigos, que para financiar sus gastos escolares han alquilado juntos una tienda de ropa. Al Papa le dicen: "Nos gustaría que muchos otros iraquíes hicieran la misma experiencia".
El futuro de la paz en Iraq tiene el rostro de Najay, un hombre de religión sabeo-mandea de Basora, que perdió su vida para salvar la de su vecino musulmán.
El futuro de la paz en Iraq sólo puede construirse juntos, porque, explica Francisco mientras el viento del desierto con su carga de arena fina despeina los cabellos y los tocados de los líderes religiosos reunidos en Ur, "no habrá paz mientras los demás sean uno de ellos y no uno de nosotros".
Desde la tierra donde nació la escritura, de las piedras reunidas con barro y arena que en su día construyeron la que, dos mil años antes del nacimiento de Jesús, era la ciudad más grande y poblada del mundo y desde donde comenzó el viaje de Abraham hacia la tierra prometida, Francisco indicó el único camino posible para que Iraq salga de la inseguridad, las divisiones, el odio y el fanatismo. El de la verdadera religiosidad: "adorar a Dios y amar al prójimo". No habrá paz, dijo el Papa, "mientras haya alianzas contra alguien, porque las alianzas de unos contra otros sólo aumentan las divisiones". Y la paz "no pide vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de los malentendidos y las heridas del pasado, pasan del conflicto a la unidad".
Es un mensaje para el martirizado Iraq, es un mensaje para la martirizada Siria, para todo Oriente Medio y para todo el mundo. Porque la historia se cambia "con la humilde fuerza del amor", como dijo Francisco al final de la jornada en la homilía de la misa celebrada en rito caldeo en la Catedral de San José de Bagdad. No es una utopía. Esa fuerza desarmada es una realidad ya existente, de la que son testigos los rostros de Rafah, David, Hasan, Najay y los numerosos artesanos de la paz de los que nadie hablará jamás pero cuyos nombres están escritos en el corazón de Dios.
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