El Papa en Irak: desde Abraham para reconocernos hermanos
ANDREA TORNIELLI
Los cristianos iraquíes llevaban veintidós años esperando al Papa. Fue en 1999 cuando San Juan Pablo II programó una breve pero significativa peregrinación a Ur de los Caldeos, primera etapa del camino jubilar a los lugares de la salvación. Quería partir desde Abraham, del padre común reconocido por judíos, cristianos y musulmanes. Muchos desaconsejaron al anciano pontífice polaco, pidiéndole que no realizara un viaje que habría podido correr el riesgo de reforzar a Saddam Hussein todavía en el poder tras la primera Guerra del Golfo. El Papa Wojtyla siguió adelante por su camino, a pesar de los intentos de disuadirlo, realizados en particular por los Estados Unidos. Pero al final ese viaje relámpago de carácter exquisitamente religioso no se hizo por la contrariedad del presidente iraquí.
En 1999 el país ya estaba de rodillas por la sangrienta guerra contra Irán (1980-1988) y por las sanciones internacionales que siguieron a la invasión de Kuwait y a la primera Guerra del Golfo. El número de cristianos en Irak era entonces más de tres veces superior al actual. El viaje fallido de Juan Pablo II permaneció como una herida abierta. El Papa Wojtyla alzó su voz contra la segunda expedición militar occidental en el país, la guerra relámpago de 2003, que se concluyó con el derrocamiento del gobierno de Saddam. A la hora del Ángelus del 16 de marzo dijo: “Quisiera recordar a los países miembros de las Naciones Unidas, y en particular a los que componen el Consejo de Seguridad, que el uso de la fuerza representa el último recurso, después de haber agotado todas las demás soluciones pacíficas, según los conocidos principios de la propia Carta de la ONU”. Luego, en el post-Ángelus, suplicó: “Pertenezco a esa generación que vivió la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió. Tengo el deber de decir a todos los jóvenes, a los más jóvenes que yo, que no han tenido esta experiencia: ‘¡Nunca más la guerra!’, como dijo Pablo VI en su primera visita a las Naciones Unidas. Debemos hacer todo lo posible”.
No fue escuchado por esos “jóvenes” que hicieron la guerra y fueron incapaces de construir la paz. Irak fue golpeado por el terrorismo, con atentados, bombas, devastaciones. El tejido social se desintegra. Y en 2014 el país vio el ascenso del autodenominado Estado Islámico proclamado por el Isis. Más devastación, persecución, violencia, con potencias regionales e internacionales empeñadas en luchar en suelo iraquí. Con la multiplicación de las milicias fuera de control. La población indefensa, dividida por pertenencias étnicas y religiosas, está pagando el precio, con un alto coste en vidas humanas. Viendo la situación iraquí, uno toca con la mano la concreción y el realismo de las palabras que Francisco quiso esculpir en su última encíclica “Fratelli tutti”: “Ya no podemos pensar en la guerra como solución, dado que los riesgos serán probablemente cada vez mayores que la hipotética utilidad que se le atribuye. Ante tal realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’. ¡Nunca más la guerra!... Todas las guerras dejan el mundo peor de lo que lo encontraron. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”.
Durante estos años, cientos de miles de cristianos se han visto obligados a abandonar sus hogares para buscar refugio en el extranjero. En una tierra de primera evangelización, cuya Iglesia muy antigua tiene orígenes que se remontan a la predicación apostólica, hoy los cristianos esperan la visita de Francisco como una bocanada de oxígeno. Desde hace tiempo, el Papa había anunciado su voluntad de ir a Irak para consolarlos, siguiendo la única “geopolítica” que le mueve, es decir, la de manifestar la proximidad a los que sufren y la de favorecer, con su presencia, procesos de reconciliación, reconstrucción y paz.
Por esta razón, a pesar de los riesgos relacionados con la pandemia y la seguridad, a pesar de los recientes atentados, Francisco ha mantenido esta cita en su agenda hasta ahora, decidido a no decepcionar a todos los iraquíes que lo esperan. El corazón del primer viaje internacional tras quince meses de bloqueo forzoso por las consecuencias del Covid-19, será la cita en Ur, en la ciudad de la que partió el patriarca Abraham. Una ocasión para rezar junto a los creyentes de otras confesiones religiosas, en particular los musulmanes, para redescubrir las razones de la convivencia entre hermanos, a fin de reconstruir un tejido social más allá de las facciones y las etnias, y para lanzar un mensaje a Oriente Medio y al mundo entero.
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