Hollerich: los ancianos son la humanidad y el mañana de Europa
Benedetta Capelli y Elvira Ragosta - Ciudad del Vaticano
Vulnerables, sobre todo en tiempo de pandemia, pero activos y presentes en la sociedad europea al punto de ser una fuente de esperanza para los jóvenes. Es la condición de los ancianos, en el centro de un seminario web promovido por Comece, la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea, y Fafce, la Federación de Asociaciones Familiares Católicas de Europa. La reflexión parte del documento, publicado el 3 de diciembre de 2020, titulado "Los ancianos y el futuro de Europa: solidaridad y cuidado intergeneracional en tiempos de cambio demográfico". Un texto que sigue a la publicación del "Informe sobre el impacto del cambio demográfico" y el "Libro Verde sobre el envejecimiento", que arrojan luz sobre los efectos económicos y no sólo, de una sociedad que se envejece cada vez más.
Una población que envejece
Estimaciones recientes revelan que la población de personas ancianas en la Unión Europea aumentará en las próximas décadas: los mayores de 65 años representan actualmente el 20 % de la población, que aumentará al 30 % en 2070; los mayores de 80 años se duplicarían con creces en el mismo periodo, convirtiéndose en el 13 % de la población en 2070. También se prevé que el número de personas potencialmente necesitadas de cuidados a largo plazo aumente de 19,5 millones en 2016 a 23,6 millones en 2030 y 30,5 millones en 2050.
La humanidad en el centro de las decisiones económicas
El cardenal Jean-Claude Hollerich, presidente de Comece, concluirá con su intervención el seminario web centrado en la tercera edad y el mañana. Europa tiene una población anciana que marca el futuro del continente; una presencia que hay que proteger, hacer florecer y potenciar.
R. - Sin la población anciana no podemos mantener la humanidad y creo que mantener la humanidad es lo más importante, también para el futuro de Europa. Creo que hay que empezar por valorar a la población anciana, porque hasta ahora no se ha hecho esta valorización. A menudo los hemos aislado en residencias de ancianos, al igual que hemos aislado a los niños, porque lo único que cuenta es la población que es útil para el crecimiento económico y que está en el centro de las políticas. Eso no es justo. Debemos corregir nuestro concepto de crecimiento económico, debemos incluir la humanidad en los conceptos económicos. A menudo me encuentro con jóvenes y los jóvenes necesitan a sus abuelas y abuelos. El amor de los padres es siempre un amor con autoridad, pero los jóvenes necesitan escuchar a sus abuelas y abuelos, hablar y sentirse amados, en la diferencia de generaciones. Si no cuidamos de la población mayor, nuestros jóvenes no tendrán un buen futuro.
La pandemia nos ha enseñado la vulnerabilidad de los ancianos y que ante las crisis son los primeros en correr riesgos, incluso en lo que respecta a las "opciones de salud". ¿Cómo juzga lo ocurrido durante la emergencia del coronavirus y las decisiones tomadas a nivel institucional y comunitario?
R. - Es muy difícil criticar lo que se hizo porque la gente reaccionó a la crisis de todos modos. Pero ahora que llevamos casi un año viviéndola, podemos ofrecer algunas reflexiones. Por ejemplo, aislar a los ancianos es muy, muy, cruel. Todo ser humano necesita un abrazo, palabras directas, no sólo en internet, y también hay personas mayores que a menudo no saben usar internet. Hoy en día hay test que producen un resultado muy rápido y debemos tener muchos más test para sacar a los ancianos de su aislamiento. Proteger y aislar se ha considerado lo mismo, pero ahora sabemos más y tenemos que ser más creativos para encontrar otras formas de proteger sin aislar.
Vivir mucho es una buena noticia
En el seminario web participa Gabriella Gambino, subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Le preguntamos cuál es la contribución de la Santa Sede a este seminario web:
R.- El documento que se va a debatir se dirige en particular a los responsables políticos de la Unión Europea, por lo que no se trata de un texto puramente pastoral, como los que suele preparar nuestro dicasterio, pero sería necesario que las indicaciones que ofrece la Iglesia se transformaran en reflexiones políticas en el sentido más elevado del término, es decir, que la fe se injerte en la cultura y la política. Por esta razón, nos alegramos de la publicación de este texto, que al fin y al cabo está sólidamente enraizado en la Doctrina Social de la Iglesia en el Magisterio sobre la familia. En particular, hay un aspecto importante de la cuestión que me gustaría compartir: vivir mucho es una buena noticia. La vida es siempre un don, no podemos considerarla como un fenómeno alarmante que pondrá en crisis nuestros sistemas de bienestar, ya que la vejez, al fin y al cabo, es en realidad la realización de un antiguo deseo humano: el de vivir mucho tiempo, y por otra parte es el deseo que cada uno de nosotros tiene para sí mismo. Sin embargo, lo preocupante es el descenso de la natalidad, es decir, no son los ancianos que son demasiados, sino los jóvenes que son muy pocos. La sostenibilidad de nuestras sociedades necesita ciertamente una contribución equilibrada entre el número de personas en edad de trabajar y las que han dejado el ciclo productivo, pero encontraremos la solución si conseguimos relacionar el tema del envejecimiento con el del invierno demográfico, como ha hecho el Papa Francisco en Fratelli tutti. Aquí es donde está el punto clave en el que tenemos que trabajar juntos.
El Papa Francisco ha subrayado a menudo la importancia del pacto generacional entre los ancianos y los jóvenes. Una sinergia a menudo difícil de realizar, pero necesaria para el futuro, especialmente en tiempos de pandemia. ¿Cómo podemos trabajar para fortalecerla?
R. - Creo que jóvenes y ancianos, nietos y abuelos deben encontrarse. Es necesario que propongamos a los jóvenes que vayan al encuentro con los ancianos, que se abran al diálogo y a la escucha, y nosotros los adultos somos los primeros que tenemos que hacerlo para dar un testimonio en este sentido a nuestros hijos, debemos proponerles hacer lo que hizo el Papa Francisco en los últimos días, ir a visitar a su casa a Edith Bruck para hacerse relatar la historia de su vida. En esa ocasión, el Santo Padre reiteró la importancia de que los abuelos, como hacía su abuela Rosa, hablen con sus nietos y los acompañen en el camino de la vida. Hay historias que realmente no se pueden perder, en estos meses en los que el contacto físico es casi imposible, es importante insistir en que el vínculo entre jóvenes y ancianos no se pierda. Hay que hablar de ello en la familia, en las homilías, en la puesta en marcha de la pastoral. A través del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, por ejemplo, hemos puesto en marcha en los últimos meses dos iniciativas sociales precisamente para pedir a los jóvenes que envíen un abrazo virtual a los ancianos que estaban solos durante la pandemia y para recoger sus palabras de sabiduría. Estamos empezando a organizar la Jornada Mundial de los Abuelos y de los ancianos, que ha instituido el Santo Padre, y algunas de las iniciativas que propondremos en el año de Amoris laetitia estarán vinculadas precisamente al diálogo entre las generaciones. Si nos fijamos bien, todo lo que estamos hablando, es decir, la situación de los ancianos, las cuestiones demográficas, el diálogo intergeneracional, forma parte del discurso más amplio sobre la familia, y por eso aprovecho para recordar que dentro de unas semanas comenzará el Año Familia Amoris laetitia, durante el cual podremos ocuparnos especialmente de las familias, incluidos los abuelos.
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