El Archivo del Papa abierto al mundo
Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano
Por voluntad del Papa Francisco, el Archivo Vaticano ya no es "secreto" sino "apostólico", aunque en esencia nada de su naturaleza se ha perdido o cambiado. De hecho, sigue siendo una de las instituciones más antiguas que tiene una misión clara: conservar los documentos del Papa y de los distintos órganos de la Curia, poniéndolos a disposición de quienes los soliciten. El "Archivo Central de la Santa Sede", tal y como lo definió Juan Pablo II, tiene una extensión de documentación equivalente a unos 83 kilómetros lineales, lo que lo convierte en uno de los más grandes del mundo. Es el custodio de una historia milenaria que no teme abrirse al exterior, como demuestra la posibilidad de consultar los documentos del pontificado de Pío XII, el Papa que vivió el difícil periodo del nazismo y del fascismo. Quienes acuden al archivo -subraya el prefecto del Archivo Apostólico Vaticano, monseñor Sergio Pagano- no son solo amantes de la historia religiosa o civil, sino que realizan investigaciones que "se extienden a todos los aspectos de la sociedad humana".
En un contexto cultural secularizado como el actual, que parece haber perdido el sentido de la memoria y la referencia a los valores "fuertes", ¿qué espacio tiene una institución creada para preservar el testimonio histórico del papado y de la Iglesia?
El espacio y la tarea que los papas han confiado al entonces Archivo Secreto Vaticano, hoy Archivo Apostólico Vaticano, son los mismos en todas las épocas, independientemente, en general, del cambiante contexto cultural: es decir, conservar, organizar y valorizar la documentación producida por las secretarías de los Romanos Pontífices y los diversos órganos de la Curia Romana, y hacer que esta documentación se ponga, en primer lugar, al servicio interno del Papa y de la Santa Sede, y luego (desde 1881) para el uso directo de los investigadores de todo el mundo que utilizan cada vez más el Archivo Vaticano para sus estudios.
A pesar del "contexto cultural secularizado" que señala la pregunta, me consta que el número de investigadores que solicitan cada año la admisión en las salas de estudio del Archivo Vaticano se mantiene más o menos estable desde hace varias décadas y ronda la cifra de unas al año (hemos pasado de 1228 fichas de admisión en 2015 a 1011 fichas en 2018), salvo este último año, que ha restringido mucho el acceso a Roma de los distintos estudiosos (solo 739 admisiones).
El constante interés por la documentación del Archivo Apostólico Vaticano (que la ley sobre los archivos de san Juan Pablo II reitera que es el archivo central de la Santa Sede), no muestra signos de disminución a lo largo de los años, y esto, como usted ha dicho, incluso en períodos de fuerte secularización. Esto se debe a que la documentación del Archivo Pontificio, además de un evidente aspecto religioso, tiene también un carácter de interés histórico, geográfico, cultural, en la práctica lo que los eruditos llamaban "géographie humaine". Por eso, entre los estudiosos que se dedican a investigar los documentos conservados en el Archivo Apostólico hay tanto amantes de la historia religiosa como de la civil; sus investigaciones se extienden a todos los aspectos de la sociedad humana. Hay, pues, quienes buscan documentos capaces de construir una biografía específica (de papas, emperadores, reyes y soberanos o de sus cortes), quienes estudian una diócesis o una ciudad, un estado o un imperio, quienes se mueven en el vasto campo de la hagiografía, quienes investigan las relaciones diplomáticas, quienes estudian los fenómenos religiosos o los movimientos teológicos, quienes se inclinan por la historia de las instituciones, quienes estudian un santuario, un monasterio, una iglesia, quienes se interesan por su parroquia o su país.
Tras el motu proprio que cambió su nombre el 22 de octubre de 2019, eliminando el título de "secreto", el Archivo Vaticano comparte ahora el título de "apostólico" con la Biblioteca. ¿Qué sentido tiene esta decisión del Papa Francisco y qué ha significado para el Archivo?
El sentido de la decisión del Santo Padre Francisco está bien expresado en el motu proprio del 22 de octubre de 2019 por el que cambió el título centenario de Archivum Secretum Vaticanum, (Archivo Secreto Vaticano) por el de Archivo Apostólico Vaticano. Leyendo detenidamente ese documento se ve que ya en el siglo XVII el archivo del Papa se llamaba tanto secretum como apostolicum, y que aún en el siglo XIX se llamaba Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum. Para evitar los fáciles malentendidos que este título provocaba o podía provocar en las lenguas modernas, incluido el italiano, con el uso del término Secreto, el Papa Francisco creyó oportuno (creo que con razón) abandonar este término, ahora "incómodo" y engañoso, y sustituirlo por el término Apostólico. En la práctica este equivale a Secreto, porque en latín tanto secretum (que significa separado, privado), como apostolicum (que viene del domnus apostolicus, que significa solo el Papa) designan la misma realidad, también jurídica. El Archivo Apostólico Vaticano no ha perdido nada de su naturaleza original al abandonar ese Secreto, porque incluso en el nuevo título buscado por el Papa Francisco sigue siendo el Archivo privado del Papa (por lo tanto Apostólico), sujeto solo a él y bajo su exclusivo gobierno.
Este cambio de título por el de Archivo Vaticano fue acogido al principio -comprensiblemente- con cierta nostalgia (¡el antiguo término latino secretum también tenía su encanto!). Pero luego todo el mundo se dio cuenta de que el cambio de nombre decidido por el Papa respondía y responde de hecho a una necesidad de satisfacer el "sentir" moderno, que con el secretum podía pensar en misterios ocultos encerrados en oscuros y vastos depósitos, evocados solo por quienes nunca han conocido la realidad del Archivo Vaticano.
¿Cómo está estructurado el personal del Archivo y cómo se organiza el trabajo? ¿Qué costes conlleva? ¿Y cuáles son los puntos más relevantes de su "declaración de misión" específica?
Al frente del Archivo Apostólico Vaticano, así como de la Biblioteca Apostólica, está el Cardenal Archivero y Bibliotecario, que coordina las actividades de las dos instituciones y las representa, tanto en la Curia Romana como en el contexto internacional. La gestión ordinaria del Archivo Vaticano es responsabilidad de su prefecto, nombrado por el Papa, que informa constantemente del gobierno de la institución al Cardenal Archivero, y el prefecto está siempre asistido por el viceprefecto, también nombrado por el Papa. El prefecto se encarga de distribuir el trabajo científico entre los funcionarios y el trabajo de gestión ordinaria entre el resto del personal. Este personal está formado por archiveros, escritores, secretarios, asistentes, personal de archivo, técnicos especializados en laboratorios (informática, fotografía, encuadernación y restauración), asistentes en las tres salas de estudio y auxiliares para otras tareas (un total de 63 personas en la actualidad, que se reducirá en cinco años, por razones de contención de costes, a 58). El coste de la gestión anual del Archivos Apostólico supone alrededor del 2% de todo el presupuesto de la Santa Sede. El coste más significativo en el presupuesto del Archivo es el personal, por supuesto, aunque el Archivo Apostólico, que hoy tiene una extensión de documentación equivalente a unos 83 kilómetros lineales y es, por tanto, uno de los más grandes (ciertamente uno de los más antiguos y valiosos) del mundo, tiene una plantilla que está por debajo de las necesidades reales. Otros archivos estatales (comparables al Archivo del Papa) tienen al menos el doble de personal. Pero es obvio pensar que la Santa Sede no puede hacer más que este esfuerzo económico, teniendo en cuenta los recursos económicos relativos y el hecho de que el considerable gasto para el mantenimiento anual de los Archivos Vaticanos tiene como principal objetivo el provecho cultural.
Desde el año pasado, por voluntad del Papa, los documentos del pontificado de Pío XII pueden ser consultados por los estudiosos. ¿Por qué la Iglesia no debe tener "miedo a la historia", como dijo el propio Francisco al anunciar la apertura de los archivos de Pacelli?
Tras una larga y necesaria espera de al menos veinte años, el 4 de marzo de 2019 el Papa Francisco anunció su decisión de abrir a la consulta de los historiadores las fuentes del fundamental pontificado de Pío XII (1939-1958). Con ello, el pontífice reiteró una gran verdad ya manifestada por sus predecesores (al menos desde León XIII en adelante), a saber, que la Iglesia católica no tiene "miedo a la historia". La Iglesia sabe bien que su paso a través de los largos siglos de su existencia entre las diferentes civilizaciones, hombres y culturas, no estuvo dirigido a otra cosa, por voluntad de su fundador Jesucristo, que a la salvación de los hombres y a la construcción de una ciudad de Dios. Asimismo, la Iglesia es muy consciente de que el mandato de su Señor fue y es confiado a otros hombres (en el sacerdocio y en la vida laica), que, como enseña todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, están "mezclados" con la gracia y el pecado, con una fe fuerte (santidad) y con debilidades personales y contingentes. Esto es cierto a partir de san Pedro, el príncipe de los apóstoles, para continuar con sus sucesores y con los pastores elegidos para dirigir el santo pueblo de Dios. La gracia y el pecado, la fuerza espiritual y la fragilidad humana, la luz y la sombra, se entrelazan y se reflejan innegablemente en la historia de la Iglesia y, por tanto, también en los documentos conservados en el Archivo Pontificio. Esta realidad también se da con los muchos, de hecho muchísimos, documentos del pontificado del Papa Pacelli, pero sin que eso despierte en el Papa Francisco y en nosotros ninguna preocupación. Quien tenga entonces la paciencia y la honestidad intelectual de estudiar el conjunto de los miles de papeles tratados por Pío XII y los órganos de la Santa Sede bajo su pontificado, tendrá que admitir al final (estoy plenamente convencido) que en el clima tan turbio y oscuro de la Segunda Guerra, la Cátedra de Pedro no se vio en absoluto eclipsada u oscurecida por los crueles y terribles tiempos, a pesar de todas las circunstancias adversas e incertidumbres en las que se encontró Eugenio Pacelli. Lo contrario resulta ser cierto. Incluso para los que hacían ataques y reproches de todo tipo, la Santa Sede siguió siendo siempre un alto punto de referencia, de humanidad y civilización, para los católicos, para los no católicos y para los no cristianos.
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