Faraones en la corte de los Papas
Paolo Ondarza – Ciudad del Vaticano
“El Papa ordenó al Camarlengato no comprar más objetos etruscos, griegos o romanos, sino sólo egipcios”. Es el 2 de abril de 1838. El padre barnabita Luigi Ungarelli, encargado por Gregorio XVI de crear el nuevo museo egipcio en el Vaticano, escribió con entusiasmo a su maestro y amigo Ippolito Rosellini. Este último, un eminente egiptólogo de Pisa, fundador de la Egiptología italiana y primer profesor titular de una cátedra de Egiptología en el mundo, había sido elegido en un principio por el Pontífice para llevar adelante la empresa, pero tuvo que declinar la invitación, proponiendo el nombre de su discípulo favorito.
Del misterio a la ciencia
Con la fundación del Museo Gregoriano Egipcio, el 16 de febrero de 1839, el Vaticano toma parte activa en el clima de fermento arqueológico internacional gracias al cual nace la Egiptología científica, que de materia cuestión de “misterio” se convierte en ciencia. Una época que surgió del fortuito y extraordinario descubrimiento en 1799, durante la campaña napoleónica de la Piedra de Rosetta. El estudio de este hallazgo en granodiorita, que presenta en tres diferentes grafías – jeroglífico, demiótico y griego antiguo – el texto de un decreto emitido en el año 196 a.C. en honor del faraón Ptolomeo V Epífanes, permitió “hacer hablar” a la antigua civilización del Nilo, hasta entonces “muda” y envuelta en el misterio. En 1822, de hecho, el estudio de la Piedra permitió al francés Jean François Champollion comenzar a descifrar la enigmática escritura de los antiguos egipcios. Estalla la “Egipto-manía”: una fiebre de conocimiento y curiosidad se desata entre los estudiosos, los anticuarios y los coleccionistas. Testimonio de esa época es la Description de l'Égypte, una publicación científica a cargo de unos 160 savants durante la expedición napoleónica.
La confirmación a las Escrituras
Roma desde la época imperial conserva la mayor colección de antigüedades egipcias del mundo. Champollion va allí para confirmar sus teorías. ‘Me parece difícil ser recibido en Roma con más cortesía de la que he recibido”, escribe el estudioso a su hermano a propósito de la cálida acogida que recibió en audiencia privada por parte de León XII en 1826. En la Biblioteca Vaticana consulta la notable colección de papiros. Visita el Museo Capitolino, seducido por el encanto de la Reina Tuya en granodiorita. La secuencia cronológica de las dinastías egipcias reconstruida por Champollion al final de la misión científica conocida como expedición Franco-Toscana, en la que también participó Rosellini, ofrece una confirmación histórica de los hechos narrados en las Sagradas Escrituras. En pocos años en el Vaticano la desconfianza inicial sobre la profundización de la antigua civilización del Nilo, atestiguada por un decreto emitido en 1821 por el Cardenal Camarlengo Bartolomeo Pacca, que desalentaba la compra de antigüedades egipcias, cede el paso progresivamente a un renovado interés, ya alentado dos años antes por el entonces Inspector de Antigüedades y Bellas Artes del Estado Pontificio, el escultor Antonio Canova.
Un jeroglífico celebra al Papa
La fuerte intuición, sensibilidad, cultura e interés por las antigüedades de Gregorio XVI Cappellari, camaldulense, elegido Papa en 1831 y fundador en el Vaticano de tres museos – el Museo Gregoriano Etrusco en 1837, el Museo Egipcio Gregoriano en 1839 y el Museo Profano de Letrán en 1844 – dan el impulso decisivo. El Santo Padre asigna totalmente su prerrogativa personal de 1838 para comprar todas las obras egipcias presentes en Roma en las grandes colecciones y en el mercado de anticuariado. Una medalla de bronce y la inscripción jeroglífica, escrita por Ungarelli, que recorre el marco superior de la segunda sala del Museo Egipcio Gregoriano celebra su fundación: “Su Majestad, el Sumo Pontífice, el munificente Gregorio, soberano y padre de la humanidad cristiana de todos los países, para hacer brillar la ciudad de Roma con su munificencia, ha recogido las grandes y bellas figuras del antiguo Egipto y ha creado este lugar en el año 1839, en el mes de la Coronación, en el VI día del Dios Salvador del mundo (que es también) el día de la coronación de Su Majestad, en el año nueve (de su reino)”. Un rasgo peculiar de la colección, instalada dentro del antiguo apartamento de Pío IV en el Belvedere, es su identidad territorial. A diferencia de las otras grandes colecciones de antigüedades egipcias que en aquellos años se estaban formando en toda Europa como resultado de campañas arqueológicas y adquisiciones desenfrenadas, la colección del Vaticano recoge de hecho piezas conservadas en la ciudad desde la época del Imperio: originales egipcios u obras de estilo egipcio realizadas en la antigua Roma para decorar las villas de los patricios. Particularmente significativos son los vestigios de la Villa de Adriano en Tívoli como la majestuosa estatua de Antínoo o los transportados desde el Palacio Nuevo del entonces Museo Capitolino.
El obelisco que no llegó
Entre las curiosidades menos conocidas relacionadas con el interés del Papa Gregorio XVI por Egipto, la encargada del Departamento de Antigüedades Egipcias y del Oriente Próximo de los Museos Vaticanos, Alessia Amenta, recuerda la llamada Expedición Romana, “cuando a instancias del Papa, de diciembre de 1840 a agosto de 1841, tres barcos, llamados Fidelidad, San Pedro y San Pablo, partieron del puerto de Ripa Grande en Roma para remontar el Nilo hasta el Alto Egipto, con el encargo de traer antigüedades y documentación científica: desde el Tíber hasta la primera catarata del Nilo, 1.165 km. La empresa también es recordada por una inscripción grabada el 21 de enero de 1841 en el templo de Isis en la isla de File”. Pocos saben también que “Lugi Ungarelli había planeado, como coronación del diseño del museo, hacer erigir, dentro del Vaticano, en el centro del Patio de la Piña, donde hoy se encuentra la escultura de Arnaldo Pomodoro, el obelisco más antiguo que se conserva, fechado en la época del faraón Sesostris I, de más de 20 metros de altura. Sin embargo, con la muerte del estudioso en 1843, este grandioso proyecto se desvaneció, y fue recordado en un artículo de L'Osservatore Romano del 2 de septiembre de 1945, titulado Un obelisco que no llegó”.
La gran implicación del Estado Pontificio en el nacimiento de la Egiptología científica también se evidencia en el regalo del Museo Británico, en 1944, de una copia de la “Piedra de Rosetta” que se expuso inmediatamente en el nuevo Museo Egipcio Gregoriano.
Un lugar vivo
Desde su instalación, por lo tanto, la colección del Vaticano participa del clima de gran fermento egiptológico internacional. “El Museo Egipcio Gregoriano – explica además Alessia Amenta – es hoy, como en tiempos de su fundación, un lugar vivo, de investigación, con una puerta siempre abierta al diálogo internacional y al intercambio. Está involucrado y se beneficia de la preciosa colaboración diaria del Laboratorio de Diagnóstico y Restauración de los Museos Vaticanos y de los muchos laboratorios de restauración, con extraordinarios profesionales. Cada restauración se convierte en una oportunidad única para el estudio y la investigación”. La encargada cita varios estudios internacionales: desde el Vatican Mummy Project, relativo a las momias humanas y animales, envueltas cuidadosamente en vendas de lino, que también ha permitido estudiar el ADN de cuerpos que han sobrevivido milenios, hasta el llamado Vatican Coffin Project, sobre los llamados “sarcófagos amarillos” de madera y policromados, reconocidos como la pintura sobre madera más antigua de la historia.
Del antiguo Egipto a la Edad Media
El estudio de su estratigrafía pictórica ha conducido al reconocimiento de una técnica ejecutiva igual en el procedimiento a la adoptada por los trabajadores en la Edad Media por Giotto. “Ha sido un descubrimiento que ha llenado un gran vacío que existía entre la época antigua – los antiguos egipcios no han dejado nada escrito sobre la técnica de la pintura – y la época medieval, cuando se encuentra codificada, por primera vez, la técnica ejecutiva de la pintura sobre madera en Il libro dell’arte o Trattato di Pittura de Cennino Cennini, un pintor toscano del siglo XIV”. El fondo amarillo de los sarcófagos en cuestión también recuerda visualmente el fondo dorado de los paneles medievales, lo que define la misma intención de trasponer lo representado a una dimensión de otro mundo.
El sarcófago y el viaje a la eternidad
El sarcófago para los antiguos egipcios es el microcosmos en el que se guarda y preserva la momia, el objeto más preciado del aparato funerario, asegurando la eternidad al individuo. En su interior, el difunto renace cada día con la salida del sol. Joyas, amuletos, calzados y objetos de uso personal constituyen el ajuar que lo acompaña en su viaje al Más Allá. “Los papiros funerarios – continúa Alessia Amenta – contienen fórmulas mágicas y rituales que garantizaban al difunto el alcance de la eternidad”: una especie de pasaporte a la otra vida. Entre las representaciones iconográficas aparece con frecuencia la divinidad Osiris, el dios de los muertos y juez del Más Allá, ante el cual se pesa el corazón del difunto en una balanza para evaluar su conducta. El corazón era el único órgano que se dejaba dentro de la momia. En cambio, los pulmones, el hígado, el estómago y los intestinos eran extraídos y colocados por los embalsamadores en el momento de la momificación en los canopes o vasos canópicos, para que se reactivaran en el Más Allá.
Entre cocodrilos y leonas
Entre las salas del Museo Egipcio, que aún hoy conservan la exótica decoración del siglo XIX en las primeras salas, los ojos quedan cautivados por muchos estímulos. Los jeroglíficos grabados en el manto de la estatua de Udjahorresnet, una importante figura del siglo VI a. C., han permitido contar historias del período de la conquista persa de Egipto, que tuvo lugar en el año 525 a. C.; el pequeño modelo de madera de una embarcación procedente de una sepultura tebana de la XI dinastía (finales del III milenio a. C.); o la imponente estatua del Nilo, de producción romana, del siglo I-II d. C., a cuyos pies está esculpido un cocodrilo, sagrado para el dios Sobek, divinidad de las aguas y de las inundaciones. Son fascinantes las sugestiones que emanan las esculturas de animales, de los sarcófagos de madera decorados de las momias de gato o de las estatuas antropomórficas. “Nuestro Proyecto Sekhmet” – comenta Mario Cappozzo, asistente del Departamento de Antigüedades Egipcias y del Cercano Oriente – estudia los cientos de estatuas de leonas que se relacionan con la diosa Sekhmet en su aspecto más terrible. Todos vienen del extraordinario escenario del templo funerario de Amenhotep o Amenofis III en Tebas Occidental. En el antiguo Egipto coexisten divinidades representadas en forma humana, animal o mixta. Estos extraños seres en particular, que tanto han encantado a los antiguos, no son más que la manifestación de uno de los aspectos del dios”, concluye.
De los faraones a los Patriarcas
“Ahora hablaré de Egipto, porque este lugar posee muchas cosas maravillosas y presenta monumentos que superan todo relato y comparación con los de cualquier otro lugar”. El asombro expresado por Heródoto de Halicarnaso en las Historias es una experiencia que se renueva entre las salas del Museo Egipcio Gregoriano, donde los monumentos cuentan la incomparable civilización de los faraones y la historia de un país crucial en la historia de la salvación. Una tierra atravesada por los Patriarcas bíblicos y un lugar de refugio de la persecución para la Sagrada Familia.
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