El Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano
Saber desarrollar "relaciones de confianza". No es una aptitud que se aprenda en los libros, sino que es una de esas disposiciones "básicas", junto con las habilidades teológicas y lingüísticas, que se exigen a quienes trabajan en el ámbito ecuménico dentro del dicasterio del Vaticano que se ocupa de esta misión. El cardenal Kurt Koch -que dirige el Dicasterio para la Unidad de los Cristianos desde 2010, pero que ya era miembro desde 2002- conoce bien cuál es el estilo de una institución que, en palabras de san Juan Pablo II, respira con los "dos pulmones" de las Iglesias de Oriente y Occidente. Es un grupo de trabajo no muy numeroso cuyo presupuesto de misión está considerado dentro de los 21 millones de euros destinados a sostener a una treintena de dicasterios e instituciones vaticanas, según las cifras oficiales de 2021 de la Santa Sede.
Su dicasterio es uno de los frutos más significativos del Concilio Vaticano II. ¿Cómo se mantiene vivo hoy el legado de una experiencia que ya tiene casi sesenta años?
Es cierto que nuestro dicasterio es, en cierto modo, uno de los frutos más significativos del Concilio Vaticano II. Sin duda, uno de los principales objetivos del Concilio, tal y como lo concibió san Juan XXIII, fue el restablecimiento de la unidad de los cristianos, para lo que se creó un Secretariado especial. Pero también es cierto que el propio Concilio es, en muchos aspectos, fruto del trabajo del entonces Secretariado para la Unidad. Basta pensar que el Secretariado desempeñó un papel decisivo en la preparación de los esquemas de algunos documentos clave del Concilio, como la Constitución sobre la Divina Revelación Dei Verbum, los decretos Unitatis redintegratio y Nostra aetate y la Declaración sobre la Libertad Religiosa Dignitatis humanae. Después de sesenta años, la enseñanza del Concilio, especialmente la Constitución Dogmática Lumen gentium y el Decreto Unitatis redintegratio, siguen siendo la fuente de inspiración y la guía de nuestra actividad.
El año pasado se celebró el 25º aniversario de la Ut unum sint, con el que Juan Pablo II confirmó "irreversiblemente" el compromiso ecuménico de la Iglesia. ¿Cuánto queda por hacer para realizar plenamente la llamada evangélica a la unidad?
La Ut unum sint, única encíclica dedicada a la unidad de los cristianos, confirmó las grandes intuiciones ecuménicas del Concilio al afirmar la vía de la unidad como camino imprescindible de la Iglesia. Validó en particular el doble diálogo de la caridad y la verdad emprendido inmediatamente después del Concilio con todas las diferentes comuniones cristianas, pero también subrayó la importancia del ecumenismo espiritual como alma del movimiento por la unidad. En su último capítulo, titulado "Quanta est nobis via", la encíclica aborda el camino que falta por recorrer. Está claro que la unidad es un don del Espíritu, un don que se nos da al caminar juntos, como repite a menudo el Papa Francisco. Para recibir este don, es imprescindible no solo pedir que se nos conceda, sino ponernos a disposición, rezando para que el Señor aumente nuestro deseo de unidad, como Él lo quiso.
¿De dónde procede el personal del dicasterio y cómo está compuesto? ¿Qué experiencias y competencias específicas se requieren?
Para hacer frente a nuestra misión en todo el mundo, somos un pequeño grupo de veinticuatro personas de trece países diferentes, entre las que se encuentran siete funcionarios experimentados a cargo de las diferentes áreas. Se requieren al menos tres disposiciones básicas para nuestro trabajo: sin duda, competencias teológicas especializadas, conocimiento de idiomas y la capacidad de desarrollar relaciones de confianza, ya que la amistad y la fraternidad son una dimensión importante del ecumenismo. Pero, por encima de todo, nuestro servicio requiere una pasión por la unidad y un amor por la Iglesia tal y como fue fundada y dispuesta por Cristo. Esta pasión nos impulsa a estudiar continuamente, nos permite aprender "sobre la marcha", explorar posibles nuevos caminos, y también ejercitar la virtud de la paciencia, porque los tiempos no son nuestros, sino del Espíritu Santo. El trabajo de nuestro Pontificio Consejo implica también a sus miembros y consultores, así como a los expertos, hombres y mujeres, clérigos, religiosos y laicos, que participan en los numerosos diálogos teológicos y otras iniciativas, llevadas a cabo con casi todas las demás confesiones cristianas.
La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos es cada año una cita central en la vida del Dicasterio. ¿Cuál es el estado de salud del movimiento ecuménico mundial en la actualidad y cuáles son sus perspectivas?
La Semana de Oración por la Unidad es ciertamente un momento importante, no solo para nuestro dicasterio, sino, espero, para todos los cristianos. Sin embargo, no es la única ocasión para rezar por la unidad. De hecho, durante la Santa Misa siempre pedimos al Señor que dé "unidad y paz" a la Iglesia. Además, el ecumenismo espiritual no solo consiste en la oración por la unidad, sino también en la "conversión del corazón y la santidad de vida", como dice el Concilio Vaticano II. Yo añadiría al menos otros tres aspectos importantes del ecumenismo espiritual: la lectura orante de las Sagradas Escrituras en común, la purificación de la memoria histórica y el ecumenismo de los santos, en particular de los mártires. La salud del movimiento ecuménico depende de todas estas raíces espirituales, tanto a nivel local como mundial.
El organismo que preside está dividido en dos secciones: oriental y occidental. ¿Cómo avanza el camino ecuménico en ambos frentes?
Esta distinción corresponde a la estructura del decreto conciliar sobre el ecumenismo, que tiene en cuenta las especificidades de los orígenes y las realidades del cristianismo. De hecho, aunque el movimiento ecuménico es uno, los temas que se abordan en los distintos diálogos son diferentes. Mientras que con las Iglesias ortodoxas y orientales compartimos la misma tradición apostólica y tenemos la misma estructura eclesial y sacramental, con las comunidades eclesiales occidentales la situación es bastante variada y tiene que hacer frente a la falta de una comprensión común acerca de la unidad. Sin embargo, el diálogo entre cristianos en los últimos sesenta años ha permitido avanzar más que nunca en la historia. Como ejemplos, cabe citar las declaraciones cristológicas con las iglesias ortodoxas orientales que pusieron fin a 1.500 años de controversia, o la declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación que resolvió los problemas fundamentales que subyacían a la Reforma del siglo XVI. No menos importante es el hecho de que los cristianos ya no se reconocen como enemigos, sino como hermanos y hermanas en Cristo.
El "Vademécum Ecuménico", titulado El Obispo y la Unidad de los Cristianos, publicado a finales de 2020, es el documento más reciente elaborado por su Pontificio Consejo. ¿Qué acogida ha tenido en la Iglesia católica? ¿Y en las demás Iglesias y confesiones cristianas?
Este documento corresponde a la primera misión de nuestro Pontificio Consejo, que es promover el ecumenismo dentro de la Iglesia Católica, donde el obispo es el principal responsable de promover la unidad en su diócesis. Nos complace constatar que el texto ha sido bien recibido, tanto en la Iglesia católica, donde varias Conferencias Episcopales están preparando diversas ediciones locales, como en las demás Iglesias y Comunidades Eclesiales, que han reaccionado muy positivamente a la iniciativa.
Una comisión "ad hoc" se ocupa de las relaciones religiosas con el judaísmo. ¿Cuáles son los principales logros del diálogo con los "hermanos mayores"?
La intuición del Papa Pablo VI de crear esta comisión en 1974 dentro de nuestro dicasterio fue oportuna, dada la relación especial e "intrínseca" entre el cristianismo y el judaísmo, como dijo el Papa Juan Pablo II. La comisión ha publicado cuatro importantes documentos, cada uno de los cuales ha contribuido a sensibilizar a los católicos sobre su relación con los "hermanos mayores". El último, titulado "Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables", es una reflexión sobre cuestiones teológicas relevantes para las relaciones católico-judías, publicada con motivo del 50º aniversario de Nostra aetate. Este texto ha permitido enriquecer e intensificar la dimensión teológica del diálogo judeo-católico, que es particularmente necesaria, ya que nuestras relaciones tienen sobre todo un fundamento religioso.
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